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Columna de opinión por Wilson Tapia
Martes 27 de marzo 2012 8:55 hrs.


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Colo Colo volvió a perder en su estadio. Y en el corazón del pueblo albo se ha clavado más profundamente la daga de la insatisfacción.  Pura imagen poética. Los hinchas, como siempre, están cansados de que su equipo pierda jugando a nada.  Que el DT se confunda y crea que en vez de entrenador es Emperador. Y sacan cuentas rápidas: que se vayan todos, incluidos dirigentes. Es la mirada habitual del colocolino o del fanático de cualquier club. Es lo que hemos visto a lo largo de los años entre los que gustan del fútbol. Pero esta vez el escenario es distinto.

Desde el 7 de mayo de 2005 -ley 20.019- funcionan las Sociedades Anónimas Deportivas Profesionales (SADP). Los clubes dejaron de ser agrupaciones de amigos futboleros.  Desde ese día, el fútbol ya no es sólo un deporte, se transformó en negocio.  El legislador pensó que este sería el remedio para un mal que llevaba a los clubes a la quiebra, entre robos y corruptela. Los empresarios se sobaron las manos. Y, entre ambos, legisladores e inversionistas, dieron vida a este engendro.  Hoy, con sólo siete años de vida, los resultados están a la vista.  Y son una manifestación más de lo que es nuestra sociedad.  El negocio se impuso al deporte. La mayoría de los clubes de fútbol chilenos se encuentran al borde de la quiebra, peor que antes. Los directores de las SADP están preocupados sólo de cómo se mueven sus acciones en la bolsa y de cuánta será la ganancia que dejará la venta de tal o cual jugador. Del deporte, del fútbol, sólo se preocupan los que van a los estadios, los hinchas.  Pero al igual como son tratados los clientes de un banco, de un supermercado, de una clínica, de una farmacia, de una universidad particular, no tienen ningún derecho.  Y un solo deber: financiar la actividad que da beneficios a los dueños de las acciones. Y lo pueden hacer yendo a los estadios, donde serán incomodados por las barras bravas financiadas por los propios accionistas, o viendo el Canal del Fútbol que pertenece a los mismos inversionistas de las SADP.

Este es el retrato de la sociedad de mercado en que vivimos. En que el germen del sistema neoliberal es inoculado desde la infancia. ¡Si hasta los niños que pretenden ingresar a un jardín infantil deben rendir examen!  Es la competencia prácticamente desde la cuna. Y así es como debe ser mirado el futuro, cuando ese niño sea joven y luego adulto. Así se lo educa para competir.  Pero nada se le dice de sí mismo.  De su condición de ser humano, del compromiso ético que tiene con sus pares, que no son sus competidores, sino sus iguales. De que el futuro se hace entre todos o no hay futuro.

Esto está pasando en todos los planos. La TV es un gran Satán, que asusta con sus noticias y le pone hedonismo con una sexualidad cochina, como la bautizó el actor Alfredo Castro.

Incluso nuestra visión del mundo exterior está condicionada. Los medios de comunicación locales, dominados por el poder económico-político nacional, que es prácticamente lo mismo que el internacional, nos muestran un mundo que les acomoda. Hoy la finalidad es derrumbar al gobierno sirio, encabezado por Bashar Al Assad.  Antes fue Muamar Gadafi, el líder libio. Y no importa que la propia cadena informativa católica FIDES denuncie los asesinatos que cometen los rebeldes.  Entre las víctimas fatales hay curas, miembros de la Cruz Roja Internacional y civiles leales al gobierno.  Para nosotros y los medios locales, sólo hay barbarie de parte de los soldados de Assad.  Hoy, esta gran tramoya está creando serios problemas al gobierno francés de Nicolás Sarkozy, uno de los impulsores de este gran montaje.  Pero chilenos no tenemos ni siquiera la posibilidad de conocer algo de la verdad.

Y en el nivel de conducción, las cosas no están mejor.  La política ha dejado de ser “el arte de hacer posible la vida en sociedad” para transformarse en otra actividad lucrativa para la mayoría de quienes la desarrollan. Es cuestión de mirar a los líderes.  Unos, sobrepasados por el tiempo, como Carlos Larraín, que sigue en la Guerra Fría. El comentario más enjundioso que hizo de su visita a la capital de Vietnam, es que el “local del Partido Comunista ya se lo quisiera el Hotel Sheraton”. Y en los sectores ajenos al oficialismo, no se percibe un líder con real posibilidad de introducir cambios.  Quienes aparecen con el timbre de la “nueva generación”, o están vinculados familiarmente con personajes del pasado.  O sus principales colaboradores pertenecen, por vinculación también familiar, a grupos económicos determinantes en el país.

En este ambiente, no es posible cerrar los ojos y transformarse en víctimas. Todos somos responsables de lo que está pasando,  por acción u omisión.  Y quienes se omiten, no son menos culpables.  Los dirigentes políticos son electos por estos ciudadanos transformados en consumidores y clientes.  Con nuestro consentimiento.  Por temor o apatía.

Tal vez ha llegado el momento de pasar las cuentas. Las elecciones son una instancia válida.  Ya en la última presidencial los electores le dijeron a la Concertación que sus supuestas diferencias con la derecha, en la realidad, no existían. Piñera y Frei daban lo mismo. Y el reemplazo no parece haber dado mucho resultado.  Habrá que buscar otra forma de decirlo.  Los chilenos que protestan la están buscando.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.