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México: intentos por romper monopolio televisivo

El 7 de junio, la Comisión Federal de Telecomunicaciones (Cofetel) autorizó la licitación de dos cadenas de televisión abierta en México. Ésta es una medida histórica, porque de abrirse las nuevas emisoras, se romperá con el duopolio de Televisa y TV Azteca.

Marta Durán de Huerta de Radio Nederland

  Viernes 8 de junio 2012 14:16 hrs. 
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La televisión privada en México es uno de los poderes fácticos más demoledor, y ésta es la primera vez en su historia que se licitan frecuencias de televisión; antes todas se otorgaban de manera discrecional

En un comunicado oficial, la Cofetel afirmó que el programa incluye frecuencias para dos canales de transmisión de TDT (transición digital terrestre) en 153 poblaciones principales.

Concentración de medios atenta contra la democracia

Las leyes mexicanas prohíben los monopolios. Sin embargo, hay dos poderosísimos que controlan la radio y la televisión comercial: los consorcios Televisa y TV Azteca.

Durante más de cinco décadas, Televisa mantuvo un lugar privilegiado en el uso del espectro radioeléctrico. La televisión pública, más modesta y casi sin recursos, nunca representó una competencia o un peligro para Televisa ni para el Gobierno. Los noticieros de los medios oficiales siempre dieron la versión gubernamental de las cosas.

La televisión privada ha formado cuantiosas fortunas de la venta de espacios publicitarios al Gobierno y a particulares. Desde siempre hemos visto un gran favoritismo de las autoridades mexicanas hacia los medios comerciales, y menosprecio a los públicos.

Durante la segunda mitad del siglo XX, el consorcio comercial radiofónico y televisivo siempre tuvo una relación simbiótica con el poder . El presidente en turno y toda su burocracia intercambió favores con los barones de la imagen y el sonido, la familia Azcárraga. Nada de críticas, nada de malas noticias, ninguna nota dura contra el régimen y como premio, más concesiones y publicidad oficial; manga ancha para el contenido de los programas y vista gorda ante las violaciones de la ley.

Son muchos los privilegios que obtuvieron la radio y la tele comerciales, entre ellos, el no pagar impuestos en moneda. A principio de los años sesenta se le “suplicó” al consorcio que pagara impuestos equivalentes al 25% de sus ganancias. Los empresarios, entre los que se encontraban funcionarios públicos, negociaron y cabildearon para que se pagara solo la mitad y en especie, es decir, en tiempo al aire. A ese pago se le llama tiempos oficiales y equivale a tres horas de transmisión al día donde el Gobierno emite mensajes en cadena nacional, discursos presidenciales, etcétera.

Cuando la política se hizo en la tele y no en el Congreso

Vicente Fox Quezada como candidato del Partido Acción Nacional (PAN) a la presidencia en las elecciones del 2000, hizo buena parte de su campaña en la televisión. Eso fue algo nunca antes visto. La tele había servido para legitimar a los mandatarios de facto, tras el ritual de traspaso de poderes. Pero campañas, era la primera vez. El marketing político y el hartazgo de la gente de más de 70 años de gobiernos del Partido de la Revolución Institucional (PRI) le dieron el triunfo a Fox. Éste prometió acabar con la corrupción y democratizar al país, pero hizo todo lo contrario.

El PAN aprendió que el control del radio y la televisión es central e indispensable para las elecciones. Por su parte, Televisa y TV Azteca sacaron provecho de todo tipo de campañas políticas vendiendo el tiempo-aire a precios exorbitantes, que los partidos políticos pagaron sin parpadear. El dinero no venía de sus bolsillos, sino del erario público. De esa manera, a través de los espots de los candidatos o de los gobernadores que querían presumir de “sus logros”, las televisoras privadas se volvieron inmensamente ricas y llenaron la pantalla con propaganda.

Para las elecciones del 2006, llegó la propaganda negra en contra del candidato de la izquierda Andrés Manuel López Obrador. Los espots de odio pagados por grupos empresariales ligados al PAN y a las televisoras, llenaron la radio, la tele e Internet. Goebbels se habría palidecido de envidia.

La televisión y las elecciones

Tras las elecciones del 2006, los resultados fueron impugnados por la izquierda que denunció muchas irregularidades en los comicios y denunció fraude electoral.
La izquierda acusó que durante el conteo electrónico de votos, el programa de computación le quitaba votos al PRI y al PRD para dárselos a Felipe Calderón, candidato del PAN. El programa de conteo de votos lo había suministrado una compañía propiedad del cuñado del hoy presidente Calderón.

Los conflictos post-electorales parecían no tener fin. Los tribunales electorales solo dieron un tibio regaño al presidente Fox por haber intervenido en las elecciones, cosa que está prohibida por las leyes en México, y también reconocieron que era ilegal la participación de terceros en la propaganda electoral.

La izquierda denunció que la campaña negra en los medios estuvo llena de mentiras, y que con engaños las televisoras manipularon los miedos y prejuicios más profundos de la gente.
El Tribunal Electoral respondió que no había manera de medir o demostrar que las campañas de negras habían influido en la intención de voto. Técnicamente eso es cierto, pero no olvidemos lo efectivas que fueron las campañas de odio en contra de los judíos en los tiempos de la Alemania Nazi.

La televisión no es un electrodoméstico cualquiera

La televisión no es un electrodoméstico como la cafetera o la plancha; es el púlpito más importante del país, llega a todos lados. Es maestra, es nana, es compañera, es filtro de la realidad, es legitimadora de políticos. La tele se ha tomado en México atribuciones que no le corresponden como ser juez y verdugo. Es quien dicta que es bueno y que es malo, que es correcto y que no; hasta el ideal de belleza es un modelo que emana de la pantalla luminosa.

Los empresarios en México han abusado del uso de las ondas radioeléctricas con fines privados, para negocios privados y a veces inconfesables. El espectro radioeléctrico es un bien público propiedad de la nación, que se otorga en concesión bajo claras condiciones. La violación de ellas y de las leyes, jurídicamente hablando, podría llevar a la no renovación de las concesiones.

Meter en cintura al poder fáctico más temible

Un año después de las elecciones de 2006, diputados y senadores elaboraron modificaciones a las leyes electorales para evitar que se repitan las campañas de odio y linchamiento del 2006. También para evitar que los partidos políticos no vuelvan a gastar el 80% de su presupuesto en anuncios televisivos.

Según las nuevas leyes, solo los partidos políticos pueden hacer propaganda electoral, y es el Instituto Federal Electoral quien repartirá equitativamente los tiempos oficiales entre partidos y candidatos. Ninguna otra persona o institución puede hacer campaña.

Las campañas políticas se redujeron de 6 a 3 meses y las televisoras están furiosas porque perdieron a la gallina de los huevos de oro.

El asunto va aún más allá, porque los TV Azteca y Televisa, junto con sus decenas de estaciones de radio, tomaron tanta fuerza que habían comprado legisladores para que les hicieran leyes a la medida (como la llamada Ley Televisa que afortunadamente fue rechazada por la Suprema Corte). Pobre de aquél que se oponga a las prácticas monopólicas de las televisoras. La relación de complicidad con el Gobierno empezó a transformarse en una de subyugación. El Frankenstein se volvió autónomo y la criatura se rebela ante su creador.

Los enormes consorcios se han repartido las frecuencias y han impedido la aparición de otras televisoras, de nuevas estaciones de radio. Ambas cadenas controlan la información periodística del espectro radioeléctrico a tal grado, que se puede decir que tienen el monopolio de la opinión pública. Y no se conforman solo con la televisión abierta, la radio y la televisión por cable, sino que van sobre la fibra óptica, el triple play y el cuádruple play, en otras palabras, televisión por Internet en celulares.

La telefonía celular está en manos de otro monopolio: Telmex, propiedad de Carlos Slim, el hombre más rico del planeta, según la revista Forbes. Slim quiere ampliar su mercado a la televisión, pero Televisa y TV Azteca se lo impiden. Las televisoras quieren incursionar en servicios de telefonía, Internet y televisión en celulares, pero Slim les cierra las puertas.

Las autoridades gubernamentales, en especial las encargadas de evitar que se formen monopolios, parecen ser testigos mudos de una guerra entre esos gigantes.

Cualquier funcionario, cualquier político u hombre de negocios, tiene miedo de las televisoras, pues saben que ellas pueden destruirlos en horas. ¿Quién puede recuperarse de un golpe, de una difamación que llega al 98% de los hogares mexicanos? ¿Cómo responder o contrarrestar esos ataques?

No hay quien meta en cintura a esos dinosaurios. Para complicar más el asunto, Televisa y TV Azteca tienen planeada una fusión (prohibida por las leyes antimonopólicas) que tiene como pantalla la compra por parte de Televisa de Iusacell, la proveedora de celulares de TV Azteca.

Aleida Calleja, presidenta de la Asociación Mexicana de Derecho a la Información (AMEDI), ha criticado duramente la enorme concentración de medios en dos familias. Calleja afirma que la telecracia no es democracia, y toma la apertura de espacio radioeléctrico con mucha reserva y cautela. Cuando apareció TV Azteca, se pensó que sería un contrapeso a Televisa, pero rápidamente se volvieron aliadas para defender sus privilegios. TV Azteca nació cuando el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari privatizara la Imevisión, la televisión estatal, que fue comprada por Ricardo Salinas Pliego. Así nació el duopolio.

Para democratizar al país, hay que democratizar a los medios.

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