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Ahora los golpes son “constitucionales”

Columna de opinión por Hugo Mery
Jueves 28 de junio 2012 13:31 hrs.


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La suerte está echada, incluso a nivel internacional. Los golpistas sabían  lo que hacían, cuando, a través de los diputados, llamaron al Senado a destituir al día siguiente -22 de junio- al Presidente Fernando Lugo (el viernes es el favorito de los patrones para despedir a la gente).

Las fuerzas del poder del Paraguay no necesitan de soldados, tanques ni aviones para deshacerse del mandatario incómodo. Bastaba con la predominancia de conservadores en la judicatura y de los dos partidos tradicionales en el Parlamento y, cómo no, con la venia empresarial.

Los liberal radicales auténticos querían resolver su rivalidad histórica con los colorados, después que estos monopolizaran las granjerías del Gobierno durante seis décadas, incluyendo los 35 años de la dictadura de Stroessner, y con este fin se aliaron con el líder inesperado que finalmente ganó las últimas elecciones presidenciales.

Pero ocurre que el ex obispo desafió el hecho que sus aliados pertenecen también al cerca del dos por ciento que detenta la propiedad del 80 por ciento de la superficie cultivable. “Son 354 familias ricas propietarias de todo el Paraguay, un país en el que el 42 por ciento de la población vive en zonas rurales”, según lo publicado en la prensa española.

El sacerdote Lugo -antiguo adherente de la teología de la liberación- no hizo nada por detener las reivindicaciones de los campesinos usurpados de sus tierras, sino que más bien las alentó y eso estuvo en el trasfondo de la enemistad, no los 17 muertos del desalojo, pocos días antes, de los campesinos de Curuguaty.

La gran falta de quien colgó la sotana para dedicarse a la política fue no haber estructurado un partido movilizador, basado en el movimiento social, lo que le hubiese permitido empujar por el cumplimiento de su programa. La izquierda y centroizquierda agrupada en el Frente Guasú creció apenas al cinco por ciento en la última elección municipal y eso se notó dramáticamente, más que en la fulminante y arrasadora mayoría parlamentaria potencialmente conformada en su contra, en la ausencia de manifestaciones significativas en la calle y los campos, agitadas por su pequeño partido País Solidario y la combativa Liga Nacional de Carperos. Esto más allá de que la mayoría ciudadana estuviese o no en contra de su defenestración por los grupos de poder.

La otra falla de Lugo fue acatar sin resistencia alguna un golpe de fuerza revestido de constitucional. Según les dijo a los cancilleres sudamericanos que asistieron al trance antidemocrático, quiso evitar un “derramamiento de sangre” y esa fue la razón principal que invocó en su discurso de resignación.

Pero, ¿puede ser éste un motivo suficiente para aceptar que una oligarquía arrase con la voluntad de un pueblo? Históricamente se registraron en el mundo dos conductas distintas: la heroica de Salvador Allende, de no entregar el poder y llamando “al pueblo a no derramar su sangre en vano” y la del arzobispo Makarios, quien abandonó Chipre para iniciar una larga gira mundial que terminó por llevarlo de vuelta al gobierno.

Claramente, no será esta última la suerte de Fernando Lugo, quien se mostró como un hombre carente de destreza política o, al menos, vacilante, que al día siguiente de marcharse a su casa descalificó el golpe “contra la democracia en el Paraguay”, anunciando que irá en representación de su país a las cumbres de Mercosur y Unasur, para luego desdecirse.

Que haya habido o no presiones para no ir de parte de Brasil –con importantes lazos comerciales con su vecino, principalmente a través de Itaipú y los 500 mil terratenientes “brasiguayos”, según recordó el nuevo gobernante, Federico Franco- su ausencia marcará el desenlace a nivel regional del incruento pero irritante episodio.

Pese a las insistencias de Venezuela, Ecuador y Bolivia, la mayoría del vecindario se allanará –al igual que los EEUU, la secretaría general de la ONU y países europeos como España- a la situación de hecho: un gobierno interino controla la situación interior con la aquiescencia de las instituciones -incluida las armadas con mando renovado- hasta las elecciones del próximo año.

¿Que no se observaron los tiempos y las formas del debido proceso a un Presidente acusado de una grave responsabilidad? Eso queda para el romanticismo, mientras el país cuestionado por esa falta accidental siga respetando “la” o “su” democracia.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.