Diario y Radio Universidad Chile

Escritorio

Sylvia Kristel desahuciada:

Bye bye Emmanuelle

Sylvia era una mujer alta, delgada, sencilla, tímida, de ojos muy celestes. Primero quiso ser monja, habiendo estudiado con un colegio de religiosas, pero un pequeño desliz, o sea una prueba de cine, cambió su futuro. Y miren donde remató.

André Jouffe

  Miércoles 4 de julio 2012 11:34 hrs. 
Sylvia+Kristel

Compartir en

A raíz del suceso del libro de Vinka Jackson, autora de “Agua fresca en los espejos”, con prólogo de Fernando Paulsen, comprendí una vez más el significado de aquel dato estadístico en el cual leemos que cerca del 80 por ciento de los casos de los abusos sexuales se dan en el contexto del hogar.

Vinka relata su historia que es similar a lo que leemos y escuchamos a diario.

Otro hecho, el derrame cerebral sufrido por la actriz Sylvia Kristel la semana pasada, me recalcó el “en todas partes se cuecen habas”.

En 1974, antes de regresar a Chile luego del Mundial de Alemania, el gobierno francés me invita a París. En Unifrance, agencia estatal encargada de promover el cine local, atienden la solicitud de entrevistar a algunos de los artistas más conocidos del momento y en el menú figura la holandesa Sylvia Kristel, protagonista de un film galo de alto contenido erótico, sin ser soft porn. La cinta dirigida por Just Jaeckin tenía en el elenco al veterano Alan Cuny como timonel de la barca navegante hacia la lujuria.

Tengo frente a mí una reproducción de una foto de los dos en un café parisino; la resolución es mala porque fue hecha con esas maquinitas artesanales y proviene del recorte publicado en Las Últimas Noticias, época de cliché pre off set, cuando el editor Antonio Rojas Gómez se interesó por la entrevista. En la imagen la Kristel luce un sombrero amplio y un estado de gravidez avanzado.

“Emmanuelle” era taquilla en el momento y la pegajosa banda incidental de la película, compuesta por Pierre Bachelet, la tocaban todas las radios, especialmente las de aquellos países cuya censura jamás iba a permitir la proyección del film. Hoy la música se escucha como ambiental hasta en los ascensores y los de la tercera edad evocamos su lúdico origen.

La cinta recorría el mundo mostrando el mismo erotismo de siempre pero situado en Tailandia, donde una europea decide probarlo todo.

La encargada de mi presencia en París, Michele Labrut, me acompañó al cine para que viera a Kristel en acción. Dicho sea de paso, la cancillería le había asignado a Jouffé y a un año del golpe, mi presencia le fastidiaba porque era, como dicen los españoles, de izquierdas. Nunca supe, siendo yo un sudaca tan rasca, la razón por la cual una persona que trabajaba en el gabinete del canciller galo, asumía mis paseos. Quizás, querían saber algo inside Chile de entonces.

Cuando le manifesté el propósito de que me llevara a todos los espectáculos de cine, teatro o shows de sátira política que jamás iban a permitir en Chile, y de paso aclararle que yo no había elegido a Pinochet, su actitud cambió notablemente (en un viaje posterior, Labrut, muy conocida en el exilio chileno, me invitó a su departamento en la rue de Bievre, justo al frente del edificio donde habitaban los Mitterrand, y faltó un pequeño empuje para que aceptara permanecer en Francia. No es broma y durante años me arrepentí de haber desechado el ofrecimiento de quien, como jefa de gabinete del canciller de Giscard d Èstaing, cultivaba una planta de marihuana en el Quay d`Orsay).

Sylvia era una mujer alta, delgada, sencilla, tímida, de ojos muy celestes. Primero quiso ser monja, habiendo estudiado con un colegio de religiosas, pero un pequeño desliz, o sea una prueba de cine, cambió su futuro. Y miren donde remató. Pero hubo otro agravante para que eludiera la vida santa, al cual nos referiremos al final.

Esa tarde de la entrevista supe que esperaba un hijo de Hugo Claus, notable escritor belga, candidato al Nobel, un caballero muy mayor y después supe la razón de este amor. El trauma de juventud la hizo buscar imágenes paternas en casi todas sus parejas. El hijo, se llamaría Arturo. Esa tarde, sin que se lo pidiera, como que me juró que jamás volvería a encarnar un rol como el de “Emmanuelle” y no quiso posar frente a uno de los afiches puestos frente a uno de los tantos cines de los Campos Elíseos donde proyectaban el film y en los que aparecía sentada en un sillón de paja, semidesnuda.

Pero ya estaba marcada, como Sean Connery en su momento con James Bond.

Hizo varias “Emmanuelle” más, contraviniendo su propósito, pero jamás como la primera.

Seis años más tarde la volví a reencontrar en Cannes, le llevé incluso un regalo para Arturo.

Entre medio hizo otros films ni siquiera tan malos ni eróticos, asimismo una extraña versión de Lady Chatterley.  Sylvia guardaba sin embargo un secreto mayor, que a sus 22 años no me confesó.

En un tercer encuentro, ella no me ve, también en Cannes para promover una película donde a los cuarenta y tantos le hace un traspaso de mando a la nueva “Emmanuelle”, una chica mejicano-venezolana de apellido Wallenstein. La prensa morbosa se interroga si también habrá desnudos de la veterana, ante lo cual ella responde: es un misterio.

Pero para cerrar, el estado calamitoso mental de la holandesa quedó en evidencia, cuando la veía y ella no: en los momentos previos a la foto con la nueva “Emmanuelle”, que debía tomarse en los salones del hotel Carlton, Sylvia apuraba a cada rato un trago de champán. Fueron varias copas; la veía como angustiada, en circunstancias que este tipo de situaciones habían sido cotidianas para ella.

Leo que asumió haber estado en la cocaína entre los 40 y 57 años, y que para consumirla vendió los derechos de participación en las ganancias millonarias que generó Emmanuelle.

Un periodista español escribe: “Tanto la actriz como la mítica película suponen un episodio muy importante para mi generación. Yo recuerdo que conseguí entrar a verla, con amigos del instituto, siendo aún menor de edad. En el cine había gente sin butaca, en los pasillos. Era la época del destape, el primer logro de una libertad recién recuperada tras la muerte de Franco”.

La carrera de esta actriz quedó marcada por “Emmanuelle”. Aunque intentó huir del encasillamiento interviniendo en películas muy diferentes, lo cierto es que siempre será recordada por su interpretación en aquel film, basado en la novela del mismo título firmada bajo el pseudónimo de Emmanuelle Arsan, perteneciente en realidad a Maryat Andrienne, esposa de un funcionario de la Unesco destinado en Bangkok.

Kristel ha sobrevivido a un cáncer de garganta y de pulmón, vive alejada de los excesos y dedicada a la pintura. En 2004, dirigió  el cortometraje “Topor et moi”, que fue premiado en el Tribeca Film Festival de Nueva York. En 2006 publicó su autobiografía, titulada “Nue”; en inglés apareció con el título “Undressing Emmanuelle: A Memoir”. En ella, entre otras cosas, confiesa que fue violada por su padre a la edad de nueve años y que, en realidad, siempre ha tenido un problema de frigidez.

En esta última línea quedé plop. La  encantadora joven había sido otra víctima de padre violador. Siempre aludió a un trauma sexual de la infancia pero jamás lo aclaró. Para rematarla, el cínico propietario de un pequeño hotel cerca de Utrecht la manda donde las monjas, quizás para que enclaustre su silencio.

Lo más contraproducente ocurre con la propia víctima, que elige el cine erótico donde además debe fingir lo que en realidad la deja indiferente.

Recuperada de un cáncer bucal, ahora está en convalecencia de un derrame cerebral; no obstante su hígado ya ha sido desahuciado por un cáncer.

Síguenos en