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La culpa mapuche

Columna de opinión por Patricio López
Lunes 7 de enero 2013 10:38 hrs.


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El país, y especialmente las instituciones, han reaccionado a la muerte en un ataque ominoso de Werner Luschinger y Vivian Mackay, en Vilcún. Se trata de un acto que, además de aberrante, no le reporta ningún beneficio a las comunidades mapuche o a sus grupos más reivindicativos, puesto que ha sido excusa para terminar hablando de otra cosa. Rápidamente, y como si fuera un gran collage, el rostro del Poder se fue configurando con la cohesión sucesiva del Gobierno, los empresarios, la Iglesia Católica, los grandes medios de comunicación, las Policías, la Inteligencia y hasta…las Fuerzas Armadas. En democracia.

Porque, digámoslo claramente, en el caso chileno el Estado, su institucionalidad, la idea que se transmite de cómo es esta nación e incluso su relato han sido construidos por una élite. Es ella la que, desde la llegada de los españoles, ha temido y reprimido por partes iguales a los mapuche.

La suma de estas instituciones, y su poder difícilmente contrastable, necesita instalar la equívoca percepción de una unanimidad social, en la que no quede espacio para una voz que matice la represión o la mano dura. El verdadero consenso es que todos deseamos que termine la violencia; la discrepancia es que para el Poder no todas las violencias valen lo mismo. Porque para enfrentar lo que estima un foco terrorista, profundizará un estado de excepción que existe hace años en la zona, incluso al margen de la institucionalidad, gracias al cual se ha ejercido la represión contra familias desarmadas o contra niños, situación que ha merecido el repudio sistemático de organismos internacionales y que, por cierto, jamás ha sido informado por el diario o la televisión. A no ser que, quien sabe, el Estado considere que esos niños son parte de la amenaza terrorista.

En este intento porque no haya asomos de matices, para dar legitimidad a los operativos que se han intensificado, un columnista, erigido por uno de los diarios del duopolio en representante de su línea editorial, ya ha calificado a quienes no suscriban la posición de las autoridades: “papanatas”. Pertenecerían a este grupo “jóvenes, estudiantes, intelectuales, bienpensantes, buenas personas y pequeñoburgueses”. Para esta posición tan segura de sí misma, no habría lugar para el sentido común y para decir, por ejemplo, que las instituciones que hoy reaccionan en coro callaron o incluso tuvieron participación en las muertes de Matías Catrileo, Alex Lemún y Jaime Mendoza Collío. Para decir que son jueces y parte y que no es exactamente, o no solamente, el combate de la violencia lo que les pre-ocupa.

El Gobierno quiere el pulgar en alto de la Opinión Pública para iniciar la “Pacificación”. Y ya sabemos que, raramente, en la Araucanía esa palabra significa exactamente lo contrario que en el resto del mundo. Para que haya paz verdadera, al menos desde que existe el mundo moderno, deben concurrir las voluntades de las partes involucradas, satisfaciendo sus expectativas, sin reservas no explicitadas que puedan reditar la violencia más adelante, perpetuándola. El Estado de Chile no piensa igual: ha repetido, y ahora de nuevo, la búsqueda de una “paz” unilateral, eufemismo para referirse al sometimiento de los mapuche en favor de los intereses de otros ¿Quiénes? No los chilenos en general, sino grupos identificables con significativos intereses materiales.

La modernidad parió la democracia y con ella mecanismos para la búsqueda de entendimientos. Pero siempre hay políticos, en toda época y lugar, dispuestos a no hacer lo que les es propio y en cambio buscar un camino más rápido, que no obligue a los poderosos a transar. Para ello siempre se encontrarán justificaciones: hoy es este inaceptable asesinato tal como en otros casos puede ser incluso la propia palabra de Dios. Es pertinente el ejemplo, por citar uno de infinitos, del vigésimo quinto presidente de Estados Unidos William McKinley, quien informó que el propio Ser Supremo le dictó expresamente que no devolviera Filipinas ni permitiera su independencia, a fines del siglo XIX.

A nadie se le puede imputar la relativización del crimen de Vilcún por mencionar el trasfondo: la tensión que ha enfrentado a los intereses de quienes controlan el Estado de Chile, primero oligárquicos y luego neoliberales, con las distintas manifestaciones de la sociedad mapuche. Quizás valga mencionar una sola y decidora diferencia: a lo largo de los siglos, las comunidades de esta etnia, más allá de su diversidad, han desarrollado la conducta de adaptarse a los territorios que ocupan, sin pretender transformar la naturaleza. Exactamente lo contrario que las empresas forestales que a través de los monocultivos desarrollan en la zona su industria millonaria. La justificación para ello es irrefutable: ¿por qué los mapuche no hicieron lo mismo? Porque son flojos, por supuesto.

Hace algunas décadas, Adolf Hitler imputó a un pueblo completo determinadas características y luego se dio a la tarea del exterminio. Desde entonces, la palabra “nazi” dejó de significar una militancia y se convirtió en un adjetivo calificativo para quienes siempre están dispuestos a seguir su ejemplo. Veremos qué ocurre en la Novena Región y en los días que vienen.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.