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Escritorio

La herida de Gwynplaine

Columna de opinión por Antonia García Castro
Martes 8 de enero 2013 20:12 hrs.


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No es que me haya propuesto elaborar una suerte de guía literaria del verano. Tampoco es que me crea que el autor de “Los Miserables” tenga las respuestas a todas o muchas de las preguntas que todavía podemos formular. Pero voy a prolongar un poco la reflexión junto a este hombre porque en otro de sus relatos hay una escena interesante. Interesante para el tema que quiero abordar y que dice relación con la creatividad en los asuntos políticos. Es la escena del ahorcado. Ocurre a inicios de la novela ¬“El hombre que ríe”, cuya trama se desarrolla en Inglaterra, a fines del siglo XVII,  inicios del siglo XVIII.

La escena es la siguiente. Un niño, que acaba de ser abandonado a orillas del mar se encuentra frente a un ahorcado. No es un ahorcado común. Este ahorcado ha sido cubierto con brea. ¿Con qué fin?  Con el fin de durar, de perdurar. Porque ese ahorcado cumple una función social. No es un suicida sino un delincuente que ha sido castigado.  Como tal debe ser visto. Y debe, además, ser visto de lejos y por un tiempo prolongado. La presencia del cuerpo casi momificado tiene valor de advertencia: anuncia un posible castigo para aquel que, arrimándose a esas costas, tuviera la intención de delinquir.

La descripción que hace Victor Hugo de la escena y de sus posibles motivos   constituye una página enigmática del pensamiento político. No sería extraño que hubiera inspirado otras páginas. Por ejemplo, en la obra de Foucault y otros analistas de castigos ejemplares. Hace algunos años tuve la ocasión de conversar de estos asuntos con un profesor inglés especialista en teoría política. Quise saber si era cierto. Le pregunté si, a su juicio, Victor Hugo había hecho labor de cronista o si aquello de los ahorcados embreados (había más de uno) era un invento suyo. El profesor no tenía referencias de que algo así hubiera sucedido en su país. Pero tampoco se atrevía a refutarlo como invención del escritor. Es más… Con humor, habiendo ubicado la localidad donde sucedían los hechos en la novela, le pareció muy posible que la gente de ese pueblo hubiera incurrido en semejante barbaridad.

Desde cierto punto de vista, da lo mismo. Digo: saber si fue o no “verdad”. El hecho pudo no tener carácter histórico, pudo no haber sucedido en el lugar donde el autor dice que sucedió, ni en esa fecha. Pero hay algo irrefutable: alguien concibió ese ahorcado destinado a perdurar. Esa concepción es “real”. Ahora bien, si tomando esta escena como pretexto, cuestionáramos el rol que ha desempeñado la creatividad en los asuntos de poder y de contrapoder, es probable que la balanza se inclinara por un lado. El primero. Especialmente si nos concentráramos en el tema de los castigos y de la sumisión. En los rituales y técnicas varias que han sido dispuestos para someter. En más de un aspecto gobernar ha sido someter. Pero junto con someter, hubo que imaginar. Hubo que concebir, elaborar, poner a disposición de terceros una tremenda, una aterradora capacidad creativa.

La tortura, por ejemplo, da cuenta de eso. Vale decir lo que ataca la integridad misma de la persona, lo que destroza, lo que desune, lo que aísla y transforma a la humanidad en cicatriz viviente. Pero no es necesario focalizar la atención sobre ese extremo. Mucho más prosaicamente la publicidad también da cuenta de esa capacidad creativa puesta al servicio del mando. La publicidad… y toda una industria del entretenimiento que tiene una historia y que en más de una oportunidad ha sido pilar de tal o cual imperio. O sea, un sinfín de mecanismos que, por las buenas o por las malas, han intentado dictar conductas, imponer verdades, modos de hacer y de pensar.

Se podría concebir un museo del horror desde la antigüedad a nuestros días respecto a estos “creativos” mecanismos que permiten, sí, someter. Seguir sometiendo sujetos, sea cual sea el régimen político y, prácticamente, sea cual sea el gobierno. Porque sometidos están también la mayoría de los gobernantes electos, al mando de terceros: “primus inter pares” en sus respectivos directivos nacionales, internacionales y transnacionales. Gobernantes electos cuya singularidad puede carecer de color y de nombre pero que se define, muy precisamente, por la manera en que éstos van a posicionarse frente a los otros: los Primus. ¿Súbditos? ¿Colaboradores? ¿Adversarios? Debe haber otras posibilidades.

La creatividad de los seres humanos está sin duda en todas partes y a menudo ha estado también en los mecanismos de resistencia y/o de desobediencia a los dictámenes del poder y sus abusos. Si miramos un poco más allá, incursionando en otros ámbitos, está claro que lo que reconocemos como grandes avances de la humanidad (en lo tecnológico, en lo científico) ha sido obra de mentes imaginativas, creativas. Y sin embargo hay ciertos días en que duele que el hombre haya sido capaz de llegar a la luna o de combatir enfermedades complejas pero no de acabar con el hambre en el planeta tierra. Duele, aunque uno entiende sin dificultad que eso no es precisamente un problema de “falta de creatividad” sino un problema de voluntad. En relación a esto, lo que llama sobre todo la atención es la desmesura. El exceso de talento en algunos rubros y el exceso de mediocridad en otros. Por ejemplo, en el ámbito político.

Más allá del tema programático que tanta importancia tiene hoy en Chile, ¿cómo puede ser que en pleno siglo XXI no tengamos horizonte político? A lo mejor es porque nos han construido todos los espacios y que de tanto andar levantando torres y edificios nos han dejado un cielito “así de chico” que viene a ser el paradigma con el que miramos el mundo. Y es que este tema urbanístico –que en este medio sí tiene quien le escriba– es en más de un sentido revelador. ¿Cuál sería, en definitiva, el impedimento para empezar a concebir algo diferente? No solamente otros programas sino otra manera de relacionarnos todos con todos y de trabajar juntos en función de un conjunto. ¿Qué nos impide crear en este ámbito? ¿Qué nos obliga a repetir?

Hay en el libro citado, el del ahorcado, un personaje llamado Gwynplaine. Es el protagonista. Siendo pequeño, un grupo de comerciantes lo secuestró y una mano experta lo desfiguró. A cuchilladas salvajes pero precisas esa mano formó en su rostro una risa que nada podría borrar. La risa de Gwynplaine es una herida. El hombre que ríe es un monstruo. Y uno piensa al leer… Qué cosa tremenda esos tiempos remotos… Esa necesidad de generar bullicio, burlas grotescas y de aplaudir frenéticamente el espectáculo de la maldad en obra…

Pensadores de gran prestigio han señalado en diversas oportunidades que el siglo XX demostró que “todo es posible”. Pero si eso es cierto, estamos en deuda. Lo peor ya lo hicimos. Lo mejor, no. ¿Y si la gran batalla fuera la de la creatividad? Abruptamente: creatividad contra creatividad. También en lo político. Urgentemente en lo político. Como quien dice para curar la herida de Gwynplaine. Para poder llorar. Y recomenzar.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.