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La Excelencia Universitaria y el Pueblo Mapuche


Sábado 23 de febrero 2013 10:37 hrs.


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En algunos espacios universitarios existe una recurrente discusión sobre cuál es el sello que debiera tener una universidad pública como la Universidad de Chile. Simplificando las posturas confrontadas: una sostiene que la universidad debiera mirar y ojalá dar respuestas concretas a los conflictos que la sociedad chilena enfrenta hoy; y por el otro lado se sostiene que la universidad es una institución cuyo fin es la excelencia académica, y que ella se alcanza sólo a través de la generación de conocimiento, el cual es comunicado mediante artículos publicados en revistas indexadas internacionalmente. Pero, ¿Están estos dos modelos de universidad en las antípodas realmente? No creo, y quizás entender cómo se vincularían estas dos visiones de lo que debiera ser la universidad, sea la clave para alcanzar una universidad de excelencia y comprometida con su entorno y su tiempo.

Las disciplinas científicas, y particularmente aquellas conocidas como de ciencia básica (o dura), están más cercanas a un modelo de universidad en que es consustancial la comunicación del conocimiento a través de revistas científicas indexadas. Sin embargo, se constata que a medida que la disciplina aborda temáticas cada vez más aplicadas, esta forma de trasmisión del conocimiento es también cada vez más extraña. En esta discusión, existe también un sesgo por la edad del académico, ya que el desarrollo de un sistema globalizado, que impuso a los investigadores la generación de artículos indexados como base para medir su desempeño comenzó recién en la década del 90, por lo cual los investigadores bajo los 50 años de edad están más conscientes del valor de publicar en revistas indexadas, que los mayores.

Algunas preguntas: ¿Quienes hacen uso de las revistas indexadas para trasmitir el conocimiento generado por ellos, viven desapegados de la realidad, inconscientes de las necesidades del país? ¿Quiénes no utilizan estos mismos medios para trasmitir el nuevo conocimiento, acaso producen conocimiento irrelevante y vano? La respuesta es: Puede ser o puede no ser así. No es posible dar una sola respuesta a estas preguntas porque dependerá de cada caso en particular.

Otra pregunta: ¿Es posible enfrentar un problema que tensiona la sociedad actual desde la universidad con una mirada académica? Vale decir no de forma intuitiva, ni dogmática, ni pre juiciosa, sino que fundada en la observación, la reflexión, la experimentación, el análisis, y finalmente entregar conclusiones y propuestas concretas. Definitivamente si, esa es nuestra tarea académica. Pero después que hemos realizado este proceso de creación de conocimiento: ¿Estamos dispuestos a que nuestro trabajo sea evaluado por terceros que lo analizarán detalladamente y también lo calificarán? Me parece, nuevamente que quienes desarrollan las ciencias más aplicadas y las humanidades no lo están tanto como si lo están quienes desarrollan la ciencia básica.

Pero, entonces, ¿Están tan alejadas estas dos posiciones en disputa? Al parecer no tanto, ya que no estamos discutiendo de la calidad del conocimiento generado (o sea de nuestro trabajo) ni de aspectos de fondo o estructurales, sólo discutimos de la forma cómo este conocimiento es trasmitido. Valer decir, podría ser incluso sólo una diferencia operativa, derivada de una “cultura local”. Entonces, ¿Será fácil hacer converger ambas posturas en una mirada común de modelo de universidad? Parece que no tanto, ya que a pesar de que sólo discutamos de las formas de trasmitir el conocimiento, la cultura que ha impuesto esta forma, es difícil de cambiar.

Para ser coherentes con el título de este texto, abordemos un problema histórico de Chile, que es la situación del pueblo Mapuche. Las dimensiones del problema son múltiples: su relación con el Estado, con las instituciones, con los chilenos, su lengua, sus conocimientos de medicina natural, sus problemas de pobreza extrema, de sobre explotación de recursos naturales, de salud pública, etc. Obviamente para dar soluciones serías y efectivas a cualquiera de estas dimensiones del problema Mapuche se requiere de conocimiento cabal de la materia tratada, y si este conocimiento ha sido sometido a métodos científicos adecuados y además el conocimiento ha sido validado por los expertos mundiales en la materia, su valor será mucho mayor. En esta línea, se realizó una rápida operación, utilizando la base de datos del sitio ISI Web of Knowledge, considerando los catálogos SCI-EXPANDED, SSCI, A&HCI. En esta base de datos contamos el número de artículos científicos publicados en revistas indexadas que mencionan la palabra “Mapuche” y en que además algunos de sus autores estén adscritos a una institución chilena. Así, se observa que existen 176 artículos publicados desde 1998 a la fecha. De éstos, el 15,9% se clasifican en medicina interna, el 14,8% en literatura, el 14,2% en lingüística y el 9,1% en antropología. Si hacemos el mismo ejercicio con la palabra “Maorí” y con alguno de sus autores adscrito a una institución neozelandesa, se cuenta una cifra de 1.614 artículos en igual periodo. De éstos, el 12,6% se clasifican en salud pública, el 12,1% en medicina general, el 5,2% en psiquiatría, el 5,1% en antropología y el 4,1% en pediatría. Esto quiere decir que la producción científica chilena en el tema Mapuche equivale sólo al 10,1% de la producción científica que aborda el tema Maorí en Nueva Zelanda.

¿Entonces, cómo vincular estas dos visiones para alcanzar una universidad de excelencia y comprometida con su entorno y su tiempo? Se requiere antes que nada definir cuáles son esos grandes temas que como sociedad no hemos abordado y en los cuales como universidad estamos comprometidos y en deuda. Para realizar esta definición se requiere de profundo debate y consenso. El tema Mapuche, seguramente sería uno de los temas que debería ocuparnos. Después de que el tema está definido se requiere una integración disciplinaria y un diálogo abierto entre áreas del conocimiento que, en el mundo rara vez conversan, y que en nuestra universidad casi nunca se produce. Me imagino encuentros entre matemáticos expertos en modelación y sociólogos, entre astrónomos y médicos expertos en salud pública, entre fisiólogos vegetales y nutricionistas, y así otras muchas posibles y múltiples interacciones. Estos diálogos permiten abordar estos grandes temas nacionales y complejos, que no tienen soluciones desde sólo un área del saber, sino que necesitan de la participación de diversos puntos de vista para permitir que las soluciones surjan.

Desde el punto de vista de la universidad, estas interacciones tienen además el mérito de que permitirían que las rígidas culturas locales se contaminen con culturas totalmente distintas, y eso ya tiene un valor en sí mismo. Esta contaminación cultural permitiría conocer formas de ver los problemas desde ángulos totalmente desconocidos y además nos permitiría descubrir que mucho del conocimiento que generamos regularmente, cuando es abordado desde otras visiones, se le descubre nuevas formas, aplicaciones o nacen de él nuevas ideas que nunca fueron vistas por nosotros. Además se generan áreas de conocimiento “de borde” entre dos o más disciplinas, las cuales son particularmente generosas en ofrecernos espacio libre para la creación de una gran cantidad de nuevo conocimiento. De la misma manera que se generan estos nuevos espacios de conocimiento “de borde”, se multiplican las opciones de revistas indexadas disponibles para que éstos sean trasmitidos.

En conclusión: es posible y sólo nos falta iniciar el diálogo y concebir una nueva estructura para la Universidad de Chile que nos permita integrarnos entre las áreas más diversas.

Rodrigo Infante Espiñeira
Académico de la Facultad de Ciencias Agronómicas
Senador Universitario