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Carta abierta a Mariano Puga

Columna de opinión por Antonia García C.
Miércoles 3 de abril 2013 18:21 hrs.


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Hoy me llega la noticia desde Chile. Me llega por correo electrónico y en el “asunto” cabe una sola palabra: MARIANO. Yo conozco a un solo Mariano con mayúscula. Usted. El correo dice que lo están operando. Quien escribe precisa que no sabe mucho más pero me manda información sobre una oración comunitaria que se hará mañana jueves 4 de abril: “por nuestro amigo –dice la convocatoria– y cura obrero Mariano Puga”.

Mariano, hace más de veinte años, por intermedio de amigos comunes, me mandaron a “cuidarlo”. Ese día usted estaba delicado de salud y faltaba alguien que le hiciera compañía entre tal y tal hora. A veces a uno le pasan cosas así. Inesperadas. Y de pronto la vida, con sus gestos repetidos, con sus recorridos de siempre, se tuerce y uno toma una micro que nunca antes había tomado. Se va a la Legua, se baja después del último semáforo, ubica la casa y se sorprende porque era cierto que la puerta no estaba cerrada.

Ese día yo tenía diecinueve años y no sabía que ciertas puertas no se cierran nunca. Recuerdo cómo era esa casa y donde estaba usted y donde estuve yo, y una que otra cosa que nos dijimos. Después siguió adelante la cadena que los vecinos y amigos habían organizado para cuidarlo a usted, a quienes ellos querían como se quiere a un ser querido. Al más querido de los seres queridos. Muchos años después lo busqué y gracias a la amiga Ligia pudimos intercambiar unas palabras a la distancia. Hoy me cuentan que lo están operando y que mañana habrá una oración comunitaria. Mariano, no se lo dije entonces, se lo digo ahora: yo no sé de oraciones. Pero si a usted no le importa, deje que me siente otra vez a su lado y que le diga bajito…

No se muera Mariano. Por favor, no se muera. Quienes no sabemos de oraciones, también lo necesitamos. Lo necesitamos precisamente por eso, porque hemos vivido sin Dios pero no queremos vivir sin Mariano. La poca esperanza que hemos tenido se parece a usted. Tiene los ojos claros y las manos anchas. Y ancha es también su sonrisa cuando canta y se acompaña con el acordeón. Un hombre, una mujer no pueden vivir día tras día entre las sombras. Así es como hemos vivido en Chile, desde hace demasiados años, incluso los que salimos de Chile, y nos llevamos la tierra encima –y hasta por dentro– y tan llenos de tierra estuvimos que todavía a veces cuando hablamos se nos sale por la boca, y andamos así, un poco impresentables, con toda la tierra a cuesta y a los tirones. Cuando yo era niña, Mariano, en un barrio obrero de Francia, escuché por primera vez su nombre. Y ese nombre venía asociado a toda una historia. La historia suya es la historia de un pueblo. No exactamente de un país. Pero sí la de un pueblo sufrido con el que usted eligió convivir. No representar: convivir. No es lo mismo, ¿verdad? Y más de una vez me he preguntado como fueron sus vidas, la de antes, junto a sus padres, junto a sus hermanos, la del estudiante de arquitectura. Y las de después, una vez elegido el camino de un Dios que sin duda se parece a usted.

En eso estaba, hace un tiempo, preguntándome acerca de su vida o de sus muchas vidas, cuando recordé un cuento de Primo Levi que hablaba de usted. No de Mariano Puga, el cura obrero, pero sí de alguien parecido. Según la versión francesa ese cuento se llama “Agents d’affaires” y es parte del libro Historias Naturales.

En un lugar, no se sabe donde, tocan un día a la puerta. Ahí vive alguien. No sabemos quien pero entendemos que a este personaje le ha sido dado escapar a las calamidades y sufrimientos del común de los mortales. No es un mortal. No es un hombre. Quien ha tocado a la puerta ha venido a ofrecerle un viaje a la Tierra. Para hacer el viaje más atractivo le presenta toda clase de fotos hermosas, le muestra los más bellos paisajes y las más bellas personas. Hasta que de pronto del maletín se escapan otras fotos, menos bellas, mucho más inquietantes. El personaje invitado a viajar toma esas otras fotos y empieza a preguntar hasta que le cuentan la verdad. Todo está mal en la Tierra: hay guerra, hay dolor, hay injusticia, hay pobreza, hay toda clase de miserias. Por eso mismo hace falta enviar a estos “elegidos”. Ellos tienen una misión en la Tierra, ellos deben aportar un bien. El representante encargado de vender el viaje le explica al personaje que no debe preocuparse porque estará protegido: viajar significa nacer pero su nacimiento tendrá lugar entre los privilegiados de la Tierra. Finalmente, el personaje acepta pero pone una condición. Su condición es no tener privilegios. Ser un hombre cualquiera. Aunque no exactamente cualquiera. Dice más o menos así:

“Acepto, pero quisiera nacer por azar, como cualquier persona: entre millones de personas que nacerán sin destino, entre los predestinados a la servidumbre o a la lucha desde la cuna si acaso tienen cuna. Quisiera nacer negro, indio, pobre, sin indulgencias y sin perdones. Se entiende, ¿verdad? Usted dijo que cada hombre es artesano de sí mismo: pero es mejor serlo por completo, desde un principio. Prefiero forjarme a mí mismo (…); de lo contrario, aceptaré el destino de todos. El camino de la humanidad desarmada y ciega será mi camino”.

Un hombre despojado de privilegios. Eso es lo que ha sido usted en esta tierra chilena, Mariano. Un hombre que ha vivido con hombres y mujeres para quienes no hubo ni habrá ningún tipo de indulgencias. Como no sea la suya. Por eso, no se vaya. Quédese. Los que no sabemos de oraciones precisamos de su ejemplo. Y es que ya no nos nacen Marianos, Mariano. Ya no nos nacen.

Reciba mi abrazo fraterno junto a todos los abrazos fraternos.

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.