No hace mucho España no era muy distinta de Europa. Los Pirineos eran montañas y no fronteras y los españoles no sentían ya que tenían que usar tacones o alzadillos en los zapatos para sentirse a la misma altura que sus amigos continentales. Incluso las conversaciones eran sobriamente europeas: bajabas en un ascensor y el silencio incómodo que acompañaba al runrún del pasar de entreplantas se resolvía con la dialéctica automática del parte meteorológico. Ya no. El “hace días que no llueve” se ha sustituido por la obsesión asfixiante de un drama que no cesa: la crisis y el desempleo. España ha batido este trimestre todos sus récords históricos: por primera vez en la historia el desempleo ha rebasado la barrera de los seis millones de personas. “¿Encuentras algo de curro [trabajo] o qué?”. Ya no se habla de otra cosa.
Poner en la mesa de autopsias el mercado de trabajo español es casi un ejercicio de carnicería. La última Encuesta de Población Activa (EPA) indica que este trimestre se han alcanzado los 6.202.700 desempleados; es decir, el 27,6% de la población en condiciones de trabajar. Dicho de otro modo: desde que comenzó la crisis, allá por 2008, cuatro millones de españoles han dado con sus huesos en el desempleo. Cada día 2.191 personas se han caído del mercado laboral.
Ahora ya sabemos que el paciente está muerto, pero hay que abrir con escalpelo, separar las vísceras. Acercar la lupa. Reducir paulatinamente la distancia para ver cómo las cifras comienzan a adquirir el perfil borroso de siluetas humanas. Un paso más.
Después de cinco años de crisis y desempleo, los españoles se han visto obligados a exprimir los principios más tradicionales del país: la familia como barricada de resistencia. Basta con subir al 2ºB de una calle cualquiera de un municipio cualquiera de una comunidad autónoma cualquiera para comprobarlo. En este caso es Madrid (el municipio, Arganda del Rey). Allí vive un matrimonio, Juan y Luisa. Él tiene 57 años, lleva 3 sin empleo y recibe una ayuda de 400 euros. Ella, de 53 años, es ama de casa. No viven solos: en ese piso de menos de 60 metros vive su hija María, su hijo Alberto e Isabel, la pareja de éste. Ustedes cuentan 5 personas, pero son seis: Isabel está embarazada de 4 meses. Sólo Alberto tiene trabajo. “¿Cómo vivís todos aquí?”, pregunta este redactor. “Muy estrechos”, responde Juan con una media sonrisa y cara de estar pensando: “Qué preguntas…”.
Esa situación se repite cada vez con más frecuencia en el país: hijos adultos viviendo con padres que a su vez viven exprimiendo la pensión de jubilación de los abuelos. El desempleo se traduce en pobreza y desahucios (más de 400.000 familias desalojadas por no poder pagar). Pero la resistencia familiar comienza a resquebrajarse. Dos datos que comienzan a pesar como una losa: casi dos millones de familias tienen ya a todos sus miembros sin trabajo y el número de desempleados de larga duración (más de un año sin empleo) ha crecido en 515.700 personas en el último año: ya son 2,9 millones de españoles en esta situación.
Seguimos en el mismo municipio, pues parece una maqueta a escala de España. A partir de los años 60 pasó de ser un pequeño pueblo agrícola de 6.000 habitantes a convertirse en una pequeña ciudad industrial. Sus polígonos industriales crecieron durante el “milagro económico” español de la pasada década y la población alcanzó los 55.500 habitantes con la burbuja inmobiliaria. Caminamos entre naves industriales y nos encontramos con Daniel Martínez, un joven de 23 años con un pequeño paquete de currículums en la mano. Va puerta por puerta, “buscando trabajo de lo que sea”. Muchas naves están cerradas, en otras no le cogen ni el currículum. “No tenemos pedidos y llevamos tres años con sólo un 30% de la plantilla que teníamos”, le dice uno de los responsables de una fábrica de ventanas de aluminio.
Daniel lo tiene difícil. Trabajó un año en la construcción y todo lo demás ha sido buscar. Es cierto que no tiene formación -piensa en retomar los estudios, dice- pero no parece que tenerla cambie demasiado las cosas. Y es que si el desempleo total es duro, si nos acercamos a los jóvenes la situación es simplemente insostenible. Hay 960.000 jóvenes de entre 16 y 25 años que no pueden trabajar, lo que supone el mareante porcentaje del 57,22% de ellos.
Los españoles vuelven a tomar el camino de la emigración
Lo heterogéneo del desempleado español lo podemos comprobar en las largas filas de una Oficina de Empleo. Casi un club social, donde se consigue tertulia pero no trabajo. David y Lucas sientan sus menos de 30 años en el fondo de la sala de espera, charlan mientras comprueban en un panel electrónico que su turno no llegará en un buen rato. El primero es arquitecto técnico y el otro transportista. Entre los dos suman tres años sin empleo. Las sillas puestas en fila no hacen distinciones formativas. Cada oficina de empleo es un pequeño bibelot acristalado donde no existen distinciones ni clases sociales. Dentro, griterío: cerrajeros, periodistas, abogados, enfermeros, camareros. Lo que antes se llamaba capital humano. Cada pregunta es un drama personal: notificaciones de embargo, prestaciones por desempleo que se acaban, ambiente depresivo… Muchos cuentan que si consiguieran la forma de salir de España lo harían. Muchos ya lo hacen: desde que comenzó la crisis, casi 500.000 españoles (muchos de ellos jóvenes y bien preparados), han hecho las maletas. Casi dos millones están fuera del país, según cifras del Instituto Nacional de Estadística. España vuelve a emigrar, como hace décadas, cuando era un país en blanco y negro.
Para los que no pueden salir, el exilio interior también es complicado. Si existe una Europa de dos velocidades, también el vehículo español tiene similar caja de marchas, pero abunda más la lenta: en el vagón de cola está Andalucía, la comunidad con la tasa de desempleo más elevada -36,8%-, seguida de Extremadura, con un 35,5%, o Canarias (34,2%) y Castilla La Mancha, con una tasa del 31,5%. Son la España dentro de España. Y en el lado opuesto, lo más cercano a la velocidad europea es el País Vasco, que sigue siendo la comunidad con menos nivel de desempleo: el 16,2%. Las demás regiones viven a la deriva entre los dos extremos.
¿Y si los desempleados prueban a cambiar de sector? Tampoco hay escapatoria. El Dorado de antaño, la construcción, ha perdido 2,5 millones de empleos desde que comenzó la crisis. Pero ¿qué le pasa al resto de sectores? Para hacerse una idea basta decir que en los tres últimos meses el sector clave de los servicios (turismo, entre otros) ha perdido 170.500 puestos de trabajo. La industria, por su parte, destruyó empleo a mayor ritmo que lo hacía: 66.800 frente a 58.500. También la agricultura, que ha arrasado con 60.000 puestos de trabajo.
Pocos analistas esperan que el mercado laboral español mejore a corto plazo. El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, aseguraba optimista hace unos días que “hay una mejora en la tendencia” del desempleo, pero al mismo tiempo el ministro de Economía, Luis de Guindos, decía en el The Wall Street Journal que la caída del Producto Interior Bruto (PIB) será el triple de lo previsto (hasta un 1,5% este año). La realidad es que el consumo interior está deprimido y las exportaciones no despegan. Y, por tanto, no hay trabajo.
Para rematar el ambiente, la reforma laboral puesta en marcha hace un año por el Ejecutivo conservador no ha detenido la sangría: en este tiempo se han destruido 798.500 empleos, de los cuales 322.300 corresponden al presente trimestre. Esto supone un 4,5% más que en el mismo periodo de 2012. Si existe una alarma en el despacho presidencial de España para emergencias nacionales, ahora debería estar sonando con fuerza.