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Drogas que matan menos

Columna de opinión por Juan Pablo Cárdenas S.
Miércoles 12 de junio 2013 15:28 hrs.


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En la larga lucha contra el narcotráfico se suman por decenas de miles los muertos involucrados en esta actividad, los policías caídos en la acción, así como las víctimas completamente inocentes, muchas de los cuales ni siquiera tuvieron acceso alguna vez la marihuana u a otros narcóticos. Al mismo tiempo, los estados han gastado ingentes recursos en este cometido sin que el mundo pueda certificar la destrucción de los poderosos carteles de la droga, ni la disminución del consumo de estupefacientes. Por otro lado, es un hecho indiscutible que a los países que producen las drogas se les imponen sanciones y exigencias severas en este tema, mientras que los estados que más las consumen avanzan hacia una permisividad total en mérito del derecho humano a la autonomía y privacidad de las personas.

Los especialistas, por su parte, nos vienen demostrando que la tolerancia al tabaco y al alcohol probablemente le cause más estragos a la salud y a los presupuestos sanitarios de los países que la marihuana y aquellas drogas que se disfrazan como fármacos y son habitualmente prescritas por los médicos para combatir la angustia y el insomnio. Se conocen , asimismo, las severas cifras de los accidentes del tránsito ocasionados por los bebedores excesivos, así como la recurrencia cada vez más alta de pacientes con aquellos tipos de cáncer y otras enfermedades que, ya no se duda, están asociadas a los adictos al cigarrillo.

Uruguay y especialmente su Presidente Mujica son los campeones en América Latina en abogar por la despenalización del consumo de marihuana y la producción de ésta mediante una empresa estatal o privada, pero con los debidos controles oficiales. Sin embargo, en Centroamérica y otros países la intolerancia a las drogas se mantiene con estrictez, aunque sospechamos que algunas naciones están más bien preocupadas de agradar a los Estados Unidos en esta materia, cuanto asegurarse los recursos que desde el mundo desarrollado se les remiten para combatir la producción, refinación y tráfico. Notable resulta, también, que un organismo como el Human Rights Watch se haya pronunciado a favor de la despenalización al consumo y que este tema empiece a ser tratado por la propia Organización de Estados Americanos (OEA), pese a los remilgos de Norteamérica.

En cuanto a nuestro país, es evidente que el tema se soslaya, se conversa entre cuatro paredes y no se manifiesta todavía en la política una disposición efectiva a legislar al respecto. Algo muy extraño si se considera la acogida que ya tienen en los partidos y candidatos las demandas en favor del matrimonio homosexual, el aborto e, incluso, a la adopción de niños por parejas del mismo sexo, si de temas “valóricos se trata”. Podríamos decir que los jueces, las policías y todo el sistema de salud, hace rato, están a la expectativa de que se adopten resoluciones claras respecto de un fenómeno presente en centenares de causas criminales, en la atención hospitalaria y la cotidianeidad de la vida escolar y universitaria.

No es que la tolerancia hacia el consumo deba hacerse laxa y considerarse como un hábito normal. De lo que se trata es que, al igual que el tabaco y las bebidas alcohólicas, el país destine mayor presupuesto para alejar a la juventud de los efectos de las drogas, desalentar el narco y el microtráfico que asola a nuestros estados, especialmente a nuestras poblaciones más pobres, así como evitar la comercialización de productos sin los estándares de calidad adecuados. Al mismo tiempo que siempre habrá de prohibirse la libre circulación de personas bajo el efecto de las drogas. Porque una cosa es que cada cual goce del derecho a la privacidad, cuando ello no implique el riesgo de los transeúntes, de los conductores o de los niños que nunca debieran estar expuestos a la seducción de las drogas, al igual que del tabaco o las bebidas alcohólicas. Tal como ahora se restringe otro consumo que también produce graves estragos: la comida chatarra.

Lo que no puede hacer nuestro país es adoptar la conducta hipócrita, como adicta, de las grandes potencias obsesionadas por la producción y consumo de drogas, mientras trafican con armas de destrucción masiva y llevan la muerte y la desolación a todos los puntos del Planeta.

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El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.