El Papa Francisco ha nombrado una comisión que se encargará de reformar el Instituto para las Obras de Religión (IOR), conocido como el Banco del Vaticano. El IOR, fundado en 1942 por Pío XII, se ha visto envuelto en numerosos escándalos financieros, el último de los cuales ha sido la incautación por la justicia italiana de un dossier secreto elaborado por el ex presidente de la entidad, Ettore Gotti Tedeschi, quien fue destituido el pasado 24 de mayo y reunió diversidad de documentos comprometedores para saldrían a la luz en caso que se cumpliera su más funesto temor: ser asesinado.
Los papeles se encuentran ahora en manos de la justicia italiana y corresponden a unas 200 páginas con centenares de emails, apuntes a mano, una agenda en la que están señaladas citas, encuentros y reuniones. Según el Corriere della Sera, hasta podría contener información sobre las cuentas bajo código cifrado que la mafia tendría en dicho Banco. El Vaticano ha lanzado su advertencia a los magistrados, expresando la “máxima confianza en que las prerrogativas soberanas reconocidas a la Santa Sede por la legislación internacional sean adecuadamente respetadas”, es decir, que aquellos eviten divulgar cuestiones que sólo conciernen al Papado.
Al anunciar la Comisión, a través de una nota de su oficina de prensa, la Santa Sede dijo que el deseo del Papa es conocer la posición jurídica y las actividades del IOR con el fin de “llegar a una mejor armonización del instituto respecto a la misión de la Iglesia católica”. La comisión estará presidida por el cardenal salesiano Raffaele Farina, de 80 años y tendrá como fin la reforma del banco para que “los principios del Evangelio impregnen las actividades de carácter económico y financiero”.
El reto no es fácil. Juan Pablo II y Benedicto XVI ya intentaron una limpieza allí, pero los poderes ocultos del Vaticano lograron mantener el control. En efecto, los últimos días de Ratzinger fueron marcados por el escándalo de la destitución, Gotti Tedeschi. Tras la caída de Gotti, Benedicto XVI nombró al armador alemán Ernest von Freyberg a cargo del IOR, quien emprendió cambios para mejorar la imagen del instituto, aunque el Papa parece preferir la reorganización total, o, incluso, su cierre ante las dificultades para transparentar la entidad. En efecto, Benedicto XVI había aprobado en 2010 una ley de trasparencia financiera para llevar un poco de luz a los procedimientos del IOR. La ley entró en vigor en abril de 2011, pero su contenido inicial quedó diluido por otra normativa aprobada en enero de 2013, impulsada por el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado vaticano y número dos de la Santa Sede.
El Vaticano son dos entidades diferentes: el Estado Vaticano, ente territorial, y la Santa Sede, el órgano de gobierno de la Iglesia. El pequeño Estado, de menos de medio kilómetro cuadrado, tiene un presupuesto anual de unos US$ 325 millones (0,08% del PIB de Chile) y cuenta con unos 2.500 empleados. Sus principales gastos son mantenimiento de edificios, jardines, gendarmería, bomberos y funcionamiento de las congregaciones, pontificios consejos, nunciaturas, la Radio Vaticana, el diario L’Osservatore Romano y otros organismos al servicio de la misión universal del Papa. Su principal ingreso son los billetes de entrada en los Museos Vaticanos. Aparte de estos recursos propios, el Estado Vaticano tuvo ingresos de donativos en 2011 por US$ 69 millones de colectas entre los fieles -llamado “óbolo de San Pedro”- a los que se añaden US$ 32,5 millones enviados por diócesis de todo el mundo y US$ 1,3 millón donado por órdenes religiosas. El último balance disponible, cerró con un superávit de 21 millones de euros (US$ 27,3 millones), aunque según otras fuentes mostró un déficit de 14 millones de euros.
El Estado del Vaticano cuenta con el IOR, que opera como banco y que tiene unas 44 mil cuentas corrientes y depósitos por valor de unos US$ 8.200 millones, casi el triple del patrimonio efectivo del Banco Estado de Chile. La gestión de inversiones en inmuebles, valores en bolsa, y similares, produce beneficios a sus clientes y al propio Vaticano, lo que en 2011 le permitió al IOR entregar US$ 64 millones como donativo al Papa.
Entidades como las Obras Misionales Pontificias, Caritas Internationalis, la Pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada y otras organizaciones distribuyen unos US$ 390 millones de ayuda a actividades de evangelización en todo el planeta. Es decir, en conjunto, las sumas dedicadas a misiones y ayuda humanitaria son superiores a las dedicadas al gobierno central de la Iglesia (US$ 325 millones). Diócesis grandes como Colonia (Alemania) o Los Ángeles (EE.UU.), tienen presupuestos 10 veces mayores que la Santa Sede.
Pero el dinero parece no distinguir almas en su poder corruptor y la justicia está investigando una operación del IOR por US$ 30 millones que según las autoridades judiciales italianas podría esconder blanqueo de capitales. Por tales razones, curiosamente, el Estado Vaticano no forma parte de la “lista blanca” de países virtuosos que elabora Moneyval, la división del Consejo de Europa encargada de valorar los sistemas contra el blanqueo de dinero de los países y se espera que en su próximo pronunciamiento a una solicitud de la Santa Sede para ingresar a la beatífica lista, entre el 2 y el 6 de julio próximo, volverá a tener un veredicto negativo.
La comisión creada por Francisco, a través de un motu proprio, ley promulgada directamente por él, tendrá libertad para recoger “documentos, datos e informaciones necesarias para el desarrollo de sus funciones” y según advierte el documento, “el secreto profesional y otras restricciones establecidas por el ordenamiento jurídico no limitarán el acceso de la comisión”. La decisión de Francisco responde a su posición teológica respecto del tema. Hace unos días dijo sonriendo que jamás había visto un coche de mudanzas detrás de un entierro. A más de 100 días de su elección, el Papa no desaprovecha ocasión para alertar contra la tentación del dinero, sobre todo dentro de la Iglesia. Así, a sus gestos de no habitar el lujoso apartamento papal, reducir su escolta o renunciar a las principescas vacaciones en el palacio de Castel Gandolfo, Bergoglio añade ahora esta decisión cuyo calado puede definir los destinos de la Iglesia en los próximos años.