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Quiebra de Detroit: Lecciones

Los procesos de quiebra en EE.UU. son diferentes a los de Chile, pues el deudor puede postergar el pago de sus deudas -no se eliminan-, deteniendo la ejecución de cobros, pues el objetivo es posibilitar un nuevo comienzo del fallido. En el caso de Detroit, al acogerse al capítulo 9 que regula las quiebras municipales, la protección del deudor es aún mayor.

Roberto Meza

  Martes 23 de julio 2013 9:37 hrs. 
DETROIT DECLARA LA MAYOR BANCARROTA MUNICIPAL DE LA HISTORIA EN EE.UU.

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La ciudad norteamericana de Detroit, centro mundial de la industria automotriz de los 40-50, se ha declarado en quiebra en la mayor bancarrota municipal de la historia de EE.UU. La que en su día fuera la capital mundial del automóvil no puede afrontar sus deudas -US$ 18.500 millones- y ha pedido la suspensión de pagos para reestructurarlas.

El gobernador del Estado de Michigan, Rick Snyder, ha emitido un comunicado en el que afirma que ha aprobado la petición del gerente de Emergencias de Detroit, Kevyn Orr, para acogerse a la protección del capítulo 9 de la Ley de Quiebras, porque “Detroit, sencillamente, no puede generar recursos suficientes para hacer frente a sus obligaciones”.

Los procesos de quiebra en EE.UU. son diferentes a los de Chile, pues el deudor puede postergar el pago de sus deudas -no se eliminan-, deteniendo la ejecución de cobros, pues el objetivo es posibilitar un nuevo comienzo del fallido. En el caso de Detroit, al acogerse al capítulo 9 que regula las quiebras municipales, la protección del deudor es aún mayor.

Según la norma, se negocia un plan para ajustar las deudas, reorganización que se realiza aplazando los vencimientos, reduciendo la cantidad del principal del préstamo o sus intereses, y/o refinanciando el débito con nuevos créditos. Entre los procedimientos que detiene la declaración de quiebra está la ejecución de hipotecas, embargo de salarios o suspensión de servicios como el agua, electricidad o teléfono, procedimientos no gustaron a parte de los acreedores, especialmente dos fondos de pensiones que demandaron al municipio ante un tribunal federal.

Durante la II Guerra Mundial, Detroit fue el centro de la producción de armamento, aviones y blindados y, al terminar el conflicto, se convirtió en la capital de la industria automovilística. En los 50, Preston Tucker, empresario y diseñador de automóviles. Intentó competir con los “barones•” de Detroit, desde Chicago, fabricando un auto, el Studebaker, cuyos estándares de seguridad (motor trasero, frenos de disco, inyección de combustible, cinturones de seguridad, vidrios inastillables) y estilo aerodinámico pusieron en riesgo el dominio del mercado que ostentaba Detroit. Con su inmenso poder monopólico, ligado además a los armamentos (donde también perdió competitividad ante la URSS), la industria automotriz de Detroit terminó por eliminar judicialmente a Tucker de la competencia, tras lo cual vivió un lapso de relajo y poderío sin oposición, hasta que en los 60 emergió la automotriz japonesa y terminó en poco tiempo, gracias a su innovación, esfuerzo, disciplina, con una industria americana que se había acostumbrado a la paz del monopolio.

La “desindustrialización” de Detroit –que de paso igual debió asumir todas las innovaciones de Tucker en sus automóviles posteriores- no se produjo por conspiraciones del “complejo militar-industrial”, ni del “capitalismo salvaje” que impulsó los “jobs off shore” para abaratar costos, sino, al revés, porque la ciudad fue incapaz de competir e innovar, y porque ante el desafío de Tucker, prefirió la salida fácil del uso de sus fuentes de poder colaterales, acumuladas en su desarrollo, en vez de mejorar sus capacidades propias.

Ahora, la ciudad está decadencia y desde los años 50 ha perdido 700 mil habitantes (más del 70% de su población) y el gobierno municipal se ha visto salpicado por numerosos casos de corrupción. La reducción de la inversión en alumbrado público ha complicado aún más la tarea de la policía en su lucha contra el crimen. La tasa de homicidios es la más alta en los últimos 40 años. Con sus cerca de 78 mil edificios abandonados, no sólo crea problemas adicionales a la seguridad de la ciudad y reducen su calidad de vida, sino que nos enseña que cuando se destruye la libertad de emprender, innovar, de seguir creando, las victorias, usando herramientas de poder que aplastan la competencia, son pan para hoy pero hambre para mañana.

Chile no debería olvidar que también tiene sus propios Detroit en medio del desierto (Humberstone y otras salitreras), antiguas muestras de un bien que, como el salitre, en algún tiempo pudo parecernos infinito y que aseguró una “belle epóque” de bajos impuestos, gratitud de campo y largos viajes a Europa a las elites, pero que tuvo su abrupto fin en los 30, con la innovación científica alemana del salitre sintético, tal como ahora paga Detroit su soberbia monopólica. Humberstone y Detroit debieran enseñarnos que cualquier día una innovación, como p. ej. el grafeno, podría ponernos “las peras a cuatro” si, como sociedad, no invertimos todos los recursos que podamos en más y más educación, conocimientos y competitividad para conseguir el tipo de recurso humano que nos permita enfrentar los desafíos reales del siglo XXI.

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