Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 19 de abril de 2024


Escritorio

Para memorias frágiles

Columna de opinión por Vivian Lavín A.
Viernes 6 de septiembre 2013 9:53 hrs.


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Ya casi nadie recuerda que el nacimiento de los premios nacionales fue para ir en ayuda del poeta Augusto D´halmar . Ya casi nadie recuerda su poesía, sus novelas, ensayos literarios ni sus trabajos periodísticos tampoco. En 1942, se necesitaba una suerte de pensión vitalicia para D´halmar debido a las precarias condiciones en que vivía, después de una vida dedicada a la escritura y al periodismo, como también al servicio exterior. Entonces, se instituyó este premio que concede el Estado a sus hijos más dilectos, a quienes han hecho que esta Patria sea más grande, ejemplos donde vida y oficio se funden en una sola.

Ya nadie recuerda que doce años después, se creó el Premio Nacional del Periodismo, debido a las pugnas entre escritores y periodistas, que cada uno con los suyo, unos escribiendo con la ficción y los otros con la realidad. Una distinción que aún a muchos periodistas nos resulta incómoda, cuando basta mirar algunos diarios para darse cuenta que muchos de nuestros colegas han dedicado la vida entera a hacer un relato de un país que existía solo en sus pensamientos, y que nada tenía que ver con la realidad. En el marco de los 40 años del Golpe de Estado hay casos visiblemente patéticos. De eso, nadie se acuerda, como tampoco que fue bajo la Dictadura cuando nacen los Premios Nacionales de Historia y de Ciencias de la Educación, que no dejan de ser sintomáticos, cuando se dan bajo un régimen de facto que quiso distinguir a quienes cuya relación histórica y formación de futuros ciudadanos aceptaba, según sus principios, como valiosa y, seguramente, funcional a los objetivos de la administración del Estado imperante…no siempre lo consiguió, menos mal.

Llegando la Transición, en 1992, se instauran de una vez los de Artes Plásticas, Artes Musicales, Artes de la Representación y Audiovisuales, Ciencias Aplicadas y Tecnológicas, Ciencias Exactas, Ciencias Naturales y Humanidades y Ciencias Sociales. Todos reconocimientos necesarios, indispensables, para un país que aspira a ser grande y que a través de un gesto republicano reconoce a sus más valiosos representantes, pero a la chilena, es decir, concediéndolos cada dos años, porque no vaya a ser que las arcas fiscales se descompensen con tanto despilfarro, que está buena la fiesta pero no es para tanto, y hasta acá no más llegamos, que los arquitectos se premien solos, que no nos alcanza, que todos sigan presentando candidaturas, que el Premio tiene que ser peleado, con una carpeta bien hecha, con harta carta de apoyo y presiones de uno y otro lado, que no se quejen, no es una indignidad, porque el quiere celeste que le cueste, al final es bien suculento el Premio, que esto es como presentarse a un trabajo, tienen que demostrar que lo merecen…

Así las cosas, año a año, nos seguimos enfrentando a unos Premios Nacionales bianuales, que concede un jurado no del todo especialista o pertinente, según sea el caso, y cuya discusión es desconocida ahora y lo será por siempre.

Para jactarse de un premio republicano, el Estado de Chile debiera dejar registro de las discusiones que se dan en el fragor de la concesión de una de las más altas distinciones. Registro como archivo, no para publicación inmediata, que eso significaría la guerra campal.

Estamos hablando de dejar una constancia, un acto de transparencia hacia la sociedad actual y futura, que puede ser “desclasificado” después de un tiempo prudente, 15, 20 ó 30 años, da igual, pero que permitan luego entender el espíritu de una época y, sobre todo, visibilizar las razones del jurado. No porque quienes lo integren no sean meritorios ni menos porque quienes lo hayan ganado no lo merecen, si no porque quienes no lo obtuvieron necesitan al menos, una explicación de porqué, después de haber postulado, no han sido elegidos, a diferencia del Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, que también entrega el Estado de Chile pero que no requiere postulación alguna.

Las sesiones de la discusión de los Premios Nacionales debieran quedar como registro histórico para que las generaciones futuras puedan entender la mentalidad de una época. Estos premios representan una mirada privilegiada del Estado, un detenerse y posar la vista sobre una persona, sobre su hacer, sobre su legado. Es un acto mínimo de transparencia.

Y es que después, ya casi nadie se acuerda…

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.