El fin de la temporada futbolística trae múltiples rumores respecto del destino que tendrán los jugadores que brillaron o no en el campeonato anterior. Se suelen hacer balances expresos y juicios ligeros. Uno que valía cien ahora cuesta uno y viceversa. Olvidamos que a ningún futbolista se le olvida jugar de un semestre a otro y que tampoco aparece por generación espontanea algún talento fugaz. El fenómeno ocurre en todos los niveles, es cierto, pero pensemos por qué.
En casi todos los equipos del mundo, profesionales o no, siempre hay una figura de autoridad que ejerce la ingrata pero atractiva tarea de decidir que jugadores ingresan al juego, la disposición de los mismos en la cancha y las pautas que regirán la búsqueda del triunfo deportivo.
En la practica amateur, en general los jugadores terminan haciendo lo que quieren y lo planeado no resulta. Además las indicaciones suelen ser poco claras y los jugadores no logran entender las funciones individuales planificadas. Ni hablar de entender los movimientos de posicionamiento colectivo. El resultado termina siendo producto del azar o de los éxitos individuales de los jugadores por sobre cualquier táctica imaginada. El entrenador no es directamente responsable del rendimiento de sus jugadores pero si lo es del devenir grupal y de la audacia, mayor o menor, de la propuesta colectiva.
A nivel profesional la cosa es diferente porque se agrega el valor monetario al tiempo invertido, los entrenamientos constantes, la planificación y el soporte institucional. En este nivel la responsabilidad del entrenador es altísima y es él, el gran culpable de los resultados obtenidos, del rendimiento individual y colectivo y de la calidad del diseño utilizado. Es cierto que los entrenadores necesitan tiempo para obtener resultados pero hay indicadores que revisados oportunamente, pueden mostrar el correcto desarrollo o no del proyecto.
La principal ocupación del entrenador debe ser obtener el mejor rendimiento de cada integrante del plantel y para ello debe existir una planificación formal del trabajo técnico y táctico. Los jugadores son el capital del club y por ello los equipos deben invertir en equipos técnicos que potencien a los jugadores y los enriquezcan profesionalmente, más allá de los resultados deportivos puntuales.
En el fútbol de hoy, en el que el tiempo suele faltar, cobra cada vez mayor importancia trabajar con equipos interdisciplinarios. Que permitan la evaluación física responsable y el trabajo con cargas diferenciales y personalizadas a lo largo de la temporada. Desde el punto de vista médico, resulta fundamental la correcta profilaxis y el descanso dosificado que pueda evitar lesiones y complicaciones físicas. También la inclusión de terapias o disciplinas alternativas a comenzado a cobrar un altísimo valor.
Muchos futbolistas consultados sobre su rendimiento mencionan la presencia o ausencia de confianza. Esa confianza se traduce realmente en la comprensión del sistema y de las funciones cumplidas en él, en la pertenencia a un proyecto y en la comprobación cotidiana de la utilidad y pertinencia del trabajo realizado. Cuando eso no se cumple el jugador suele desencantarse, baja su rendimiento y tiende a generar conflicto.
El entrenador debe ser capaz de hacer sentir importante a cada uno de los integrantes del plantel sin distinción del número de minutos disputados o el valor de su pago mensual. No hay titulares o reservas cuando todos son considerados en una competencia justa. La sensación de trabajar y mejorar aligeran la ansiedad de la banca y la competencia justa nos vuelve parte sustantiva del buen rendimiento del otro.
Para ser un buen entrenador hay que estar dispuesto a asumir la responsabilidad grupal completa. Tener convicciones fuertes y una propuesta atractiva. Trabajar, despojarse de los complejos y entender que el error es parte del juego. Ser arriesgado teniendo como fundamento un estudio sólido del rival en turno, de las fortalezas y debilidades propias. Además hay que ser capaz de transferir ideas y conceptos de manera clara y concisa. Fungir como contenedor de la ansiedad grupal. Transmitir confianza y mesura. Tener amor al trabajo y dedicación. Vocación pedagógica.
En otros ámbitos debe ser inductor de que el futbolista se comprometa más con la institución y con la responsabilidad de vestir la camiseta. De que sean capaces de comprender el juego y sus variantes. Que sepan enfrentar adversidades y disfrutar el triunfo respetuosamente. En fin, de que se formen bien antes de que deban tomarse, cada vez más rápido, el primer avión a cualquier parte.