En diciembre de 1985 el integrante de la banda Massacre, Yanco Tolic, organizó un festival de thrash que reunió a Pentagram, Nimrod, Rust, Belial de Valparaíso, entre otros.
El concierto llevó por nombre “Death metal Holocaust” y comenzó a las 20 horas con unas 200 personas que llegaron al Sindicato de Taxistas de la calle Aguilucho con Avenida Holanda. Hasta ahí también ingresaron los músicos de Crypt, un grupo de adolescentes que salieron pintados a escena y lanzaron un caja de feca al público, el que respondió con escupos.
“Es la primera manifestación del estilo, que luego se transformó en una tradición hasta mediados de los ’90”, contó el sociólogo de nuestra casa de estudios, Maximiliano Sánchez, quien acaba de publicar el libro “Thrash metal del sonido al contenido”.
El texto cuenta la gestación de esta contracultura en Chile, que se origina como, obviamente, una cultura importada con conceptos, más o menos, rígidos respecto a las visiones de mundo de los jóvenes. Acá la rebelión no es sobre un tema político, sino acerca de un tema musical y estético, y eso derivó en que el público estuviera en contra de lo político”, explica el autor.
Además, destaca que “no se trata que no supieran de lo que ocurría en el país en la década de los ’80, por el contrario, cada uno tenía sus ideales (…) La gracia es que podían compartir entre fanáticos de Puente Alto, como de Las Condes, pues todos se unían por las creaciones”.
Esta tendencia se presentó en contraposición a la música popular chilena, y el pop argentino que en aquellos años sonaban masivamente en las radios nacionales.
Sus intérpretes eran jóvenes de sectores acomodados, que a través de viajes y manejo de idiomas, conocieron las tendencias que se desarrollaban en Estados Unidos y Europa. En ese contexto, crearon fanzines y comenzaron a juntarse en algunos locales de Providencia a compartir los nuevos descubrimientos y organizarse para los conciertos en el gimnasio Manuel Plaza de Ñuñoa
“Los Thrashers hacen una rebelión hacia las modas y todas las instituciones que estableciera ciertos patrones de comportamiento o estéticos”, cuenta Sánchez.
Estigmatización
En ese entonces, Chile no tenía sellos musicales que permitieran ampliar los espectros de estos nuevos conjuntos. Sin embargo, la llegada del casette hizo que esta tendencia se expandiera por el país.
Uno de los lugares donde más se desarrolló fue en Valparaíso, principal puerto nacional donde a través del fluido contacto con los extranjeros se posibilitó este hecho.
Sus espectáculos casi siempre estaban acompañados de riñas, por lo que se estigmatizó el movimiento como “un grupo de extrema derecha o con pacto con el diablo, incluso la iglesia tomó cartas en el asunto y no permitió que en 1992 dejaran entrar al país a Iron Maiden”, destaca el autor.
La investigación, también, relata el bochornoso momento que les hace vivir Don Francisco a la banda Necrosis, en los estudios de Sábados Gigantes, o los titulares de La Cuarta que los trata de Satánicos.
El libro “Thrash metal” basa su contenido en la tesis académica del autor. El texto incluye biografías, fotos y entrevistas a integrantes de las bandas más representativas de la época.