La burla de la economía

  • 06-05-2014

Pareciera ser una de esas preguntas que hacen los niños muy pequeños, que de básicas, de obvias, nos complicamos en responder y terminamos en un ‘porque sí’ o ‘porque no’ tajante, para terminar el diálogo de raíz y que no se diga más.

La pregunta puede ser formulada dependiendo de los niveles de comprensión del mundo. Una niña diría: ¿Por qué hay tanta gente pobre en el mundo? Un adolescente: ¿Por qué el mundo es tan injusto? El economista chileno y ex candidato presidencial Manfred Max Neff junto al físico experimental Phillip Bartlett la formulan de la siguiente manera: ¿Por qué es tan perverso el sistema económico imperante?

La respuesta sin embargo, la desarrollan en más de 200 páginas que son las se agrupan en el libro La economía desenmascarada. Del poder y la codicia a la compasión y el bien común, un título nada de habitual en las lides económicas, donde se rehúyen de plano distinciones valóricas a la hora de los análisis. Este libro editado en España por Icaria, pero que ya está en Chile, va dirigido a los que no saben nada de economía, pero que sí ven con angustia cómo lo que reciben a principio de cada mes, no les alcanza para llegar al último día. Un libro que busca, como los mismos autores dicen, “intentar explicar cómo y por qué se ha llegado a la situación tan absurda de que una disciplina decimonónica ha llegado a convertirse en una pseudorreligión que maneja un mundo que no entiende y cuya ignorancia se oculta detrás de dogmas que han logrado lavarle el cerebro a gran parte de la humanidad”.

Para Max Neff y Bartlett, la disciplina decimonónica no es otra que la economía, que se viste de moderna pero que a la luz de sus argumentos, se comprende que no lo es. ¿Cómo? Y es que la economía convencional se sustenta en teorías de fines del siglo XIX. Recordemos, Karl Marx era de la misma época, y lo que estaba en boga entonces era la cosmovisión mecánica de la realidad, por lo mismo era un materialista. Esta interpretación de la realidad es lo que hace la economía tenga como metas cuantitativas el Producto Interno Bruto, convirtiéndolo en su paradigma, base e indicador fundamental para señalar si un país es viable o no. Sin embargo, y aquí no hay que haber pasado por ninguna universidad para entenderlo, el mundo no es mecánico, sino orgánico, que nuestros sistemas se asemejan más a los seres vivos, donde unos influyen en otros de maneras diversas a las establecidas según la comprensión del mundo que se tenía hace más de 180 años.

Lo que esta pareja de pensadores plantea es que los fundamentos de la economía dominante se componen de tres principios que ellos consideran peligrosos.

El primero es la obsesión por el crecimiento con incrementos exponenciales de consumismo. El segundo es el supuesto de que las externalidades le quitan la responsabilidad al proceso económico. Es decir, esos millones de pobres que se producen y reproducen, es algo externo o que está fuera del sistema y, por tanto, no se puede hacer nada por ellos. Finalmente, lo que consideran una aberración económica, es contabilizar la pérdida de patrimonio como un incremento del ingreso. Es decir, usted vende su casa, y sale ganando porque tiene más dinero en la mano.

Quien pudiera pensar que Max Neff y Bartlett están muy solitarios en su línea de pensamiento, se sorprenderían al escuchar al filósofo argentino Mario Bunge, que sin nombrarlos dice a sus 95 años, casi lo mismo. Como cuando se le pregunta si es que aprenderemos algo de la nueva crisis que nos azota y responde: “Los golpes no enseñan, no creo que aprendamos de esta crisis, sobre todo, si los gobiernos siguen pidiendo consejos a los economistas que contribuyeron a crearla, a los partidarios de políticas sin regulación”.

La coincidencia total de este gran pensador trasandino con los autores del libro La economía desenmascarada, es cuando dice que la economía es una semiciencia. Max Neff y Bartlett dicen que es una mera disciplina, que no llega a ciencia, porque una ciencia sigue el método científico, es decir, si el modelo no funciona, se descarta y se busca otro. Sin embargo, los economistas insisten en el que el modelo está bien y lo que está mal, a la postre, es el mundo que no obedece sus leyes.

Por eso cuando hay quienes dicen, con soberbia incluso, si está mal este sistema, ¿qué otro postulan?, se puede responder que la economía ecológica, por ejemplo. Posibilidades que por cierto no tienen cabida para ser explicadas ni debatidas en un mundo donde los que se benefician de este sistema manejan todos los hilos del poder e insisten en que el mundo es cuadrado y que sus redondeces son solo espejismos. Yo, lo veo redondo y lleno de pobres, ¿y usted?

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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