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Poder económico, político o ciudadano

Columna de opinión por Roberto Meza
Lunes 16 de junio 2014 14:56 hrs.


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Las polémicas político-económicas del siglo XX sostenían, no sin cierta razón, que la libertad y la igualdad son contradictorias en su materialización, en la medida que, a mayor libertad económica se observa un aumento de la desigualdad, mientras que la ingeniería política apuntada a una mayor igualdad social disminuye los grados de libertad personal. Las experiencias capitalistas y socialistas de la centuria pasada tienden a confirmar la apreciación y en el sentido común está instalada la idea que hay que elegir entre mayor libertad, con menor igualdad, o viceversa.

El derrumbe del llamado “campo socialista” y la victoria sin contrapesos de un tipo de capitalismo global, caracterizado por el dominio de su particularidad financiera, trajo una lapso de rápido y explosivo crecimiento de distintas áreas e industrias, consideradas “de futuro” o “seguras” y “rentables” (burbuja de las punto.com; burbuja inmobiliaria), período que culminó en 2008 con la quiebra de la mega-banca mundial, echando por tierra el funcionamiento de todo el sistema.

La crisis generó una reacción en cadena a nivel mundial –tanto por el mayor desempleo, como por las pérdidas de ahorros, alzas de impuesto y salvataje de pocos con los dineros de todos- que se expresó en ese masivo fenómeno de los “indignados”, conformado especialmente por jóvenes, profesionales y clases medias que vieron como sus esfuerzos de años se esfumaban en un abracadabra financiero que hizo desaparecer millones de millones de dólares en pocos meses.

Los hechos fueron aupados por el clima ciudadano, encendiendo la labor de los medios de prensa y las nacientes redes sociales virtuales, que develaron conductas, prácticas y hasta culturas de abusos de poder, silenciadas en tiempos de auge, lo que incrementó el descontento contra los poderes políticos y económicos y, de paso, hasta religiosos, sin considerar el ya desacreditado poder de las armas, en tela de juicio desde las revoluciones militares de los años 70-80, pero que, en medio del actual proceso de ajuste mundial, ha vuelto a tomar preponderancia en ciertas regiones del orbe.

Como corolario, la crisis ha impulsado un giro político-ideológico a nivel global que ha hecho deslizar a la sociedad y la economía desde la apología a la libertad personal y de empresa, la desregulación, disminución del tamaño e influencia normativa del Estado de los 80’s, a una en la que se ha reivindicado con fuerza el papel arbitral del Estado (¿sin políticos?), más control y regulaciones de ciertos poderes que parecen no saber comportarse en ambientes de mayor libertad.

En defensa de los principios que sustentan el capitalismo como eficaz modelo de producción de bienes y servicios, el gobernador del Banco de Inglaterra (riñón del capitalismo financiero), Mark Carney, ofreció la semana pasada una interesante conferencia sobre “Inclusive Capitalism” (Capitalismo Inclusivo), en la que –oh revelación- detalla la trascendencia de la igualdad económica para una economía fuerte, concluyendo que “mayor igualdad es mejor para el desarrollo económico”.

Carney dice que el capitalismo inclusivo es un contrato social que incluye la justicia distributiva, es decir, a igualdad de tareas, igualdad de resultados; equidad social o igualdad absoluta de oportunidades y derechos; y equidad intergeneracional. Como segundo factor, recuerda que la desigualdad es uno de los determinantes más importantes en el sentimiento de felicidad y de comunidad, críticos para la sensación de bienestar social.

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En igual dirección, el Índice de Capital Humano (ICH) 2013 del Foro Económico Mundial (FEM) que mide el estado de ese capital versus los impulsos y obstáculos al desarrollo de una economía sostenible, muestra que relación entre el ICH y el Índice de Desarrollo Humano es directa: los países con más alto nivel de capital humano suelen también puntuar más alto en el desarrollo del país en general. Y la relación entre el ICH y el de Competitividad Global también es directa: naciones con más alto nivel en el ICH, también mejoran su competitividad general. Respecto del Producto Interior Bruto (PIB) per cápita, el estudio muestra que los países con más alto ICH suelen tener mayor PIB per cápita y, finalmente, la relación entre el ICH y el nivel de desigualdad en el trabajo de las mujeres, también es directa.

Reconociendo que en las últimas décadas la desigualdad ha crecido, el gobernador del Banco de Inglaterra, sostuvo que no sólo hay que atender las desigualdades por las razones citadas, sino también porque la desigualdad aumenta el deterioro del medio ambiente.

Para el alto ejecutivo, el capital social heredado es esencial para sostener el actual marco de mercados libres y recrear valores y creencias necesarias para aquello, tales como que el dinamismo es básico para asegurar el éxito económico en un mercado global; que en una perspectiva de largo plazo, la igualdad es necesaria, especialmente para la equidad intergeneracional; y tercero, porque una mayor equidad asegura legitimidad, razón por la que los mercados financieros no sólo deben ser efectivos, sino también “justos y confiables”, para lo cual es necesario restaurar el contrato social “roto en todos los niveles” y que “pone en tela de juicio la propia supervivencia del capitalismo”, según Carney.

Un avance interesante, especialmente proviniendo de un destacado representante del capitalismo financiero mundial, aunque, como se ve, una tarea de enorme complejidad, considerando que las señales que dominan culturalmente el actual sistema es que el éxito se muestra con mayor acumulación de riqueza, y que, reemplazar desde el Estado las odiosas inequidades del dinero, puede implicar un aumento del poder normativo de elites políticas que terminen perturbando las libertades personales.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.