Fernando Lasalvia no es un desconocido para el mundo audiovisual. Hiperquinético y creativo Lasalvia ha sido notero de la versión chilena del programa CQC, uno de los principales responsables de los grupos musicales Rock Hudson y Edgar Van De Wingard, y el encargado de esa rara serie documental que siguió al candidato Marco Henriquez Ominami en su primera postulación a la presidencia, entre otros proyectos.
En su primer largometraje Lasalvia narra tres historias interconectadas. La primera es la de un joven y tranquilo matrimonio que ve su vida trastocada cuando su pequeño hijo comienza a hablar en perfecto alemán, sin entender nada de este idioma. Luego se nos intercalan dos historias, por un lado tenemos a un solitario y estructurado hombre que decide vivir ese día dejándose llevar por la espontaneidad, y por el otro, vemos a una pareja mayor discutir calurosamente por un tema impronunciable. La rareza de algunas de estas situaciones hará visibles algunas actitudes inesperadas en la dinámica en que los personajes se relacionan con el mundo y los otros.
Esta película se ha descrito como una “fábula absurda” y la manera de presentar las historias advierte inmediatamente al espectador de que nos encontramos ante una película no realista. Desde la presencia constante de un narrador en off que va guiando el relato, una construcción en cámara que alude a lo teatral y diversos recursos audiovisuales – detenciones, palabras en pantalla, imágenes creadas en papel, maquetas, saltos y otros- además de la intervención de público detrás de cámara en uno de las historias, hacen que el acercamiento a esta película lleve al espectador a entenderla como un cuento para adultos con ciertos rasgos de humor negro.
En el elenco se destacan actores de talento que normalmente no vemos en cine como Rodrigo Lisboa, Elisa Zulueta, Nisim Sharim y Maria Elena Duvauchelle, todos potentes nombres de teatro que replican aquí ciertos modos que sirven a la estructurada dinámica del filme, en donde cada una de las historias tiene su propia manera de contarse, sin perder su relación con el total.
Es difícil encontrar en el cine chileno una película parecida a “El incontrolable mundo del Azar”, es una película extraña en nuestro contexto con un tono, un tiempo y unas maneras cinematográficas que recuerdan al contemporáneo Wes Anderson, a los hermanos Coen o al Woody Allen de los sesenta. Hay un acercamiento interesante a las posibilidades del lenguaje cinematográfico y al uso del absurdo para invitar a una reflexión sobre nuestra idiosincrasia. El problema es que en muchos momentos el ritmo, tan clave para mantener la atención del espectador, resulta atolondrado y la explicita rigidez de la construcción formal impide que podamos ir más allá de una mirada curiosa sobre los personajes.
“El incontrolable mundo del Azar” es un muy valorable experimento, una incursión en otras maneras de narrar lo propio y una posibilidad de ver otros talentos en pantalla. Un aporte a la diversidad de temas y maneras que enriquece este buen momento del cine chileno.