La semana económica abrió con nuevas caídas en el precio del petróleo, tanto en Londres como en Nueva York, frente a las malas expectativas respecto del ritmo de la actividad económica mundial y los desacuerdos entre de los países de la OPEP para rebajar sus niveles de producción, en busca de mantener sus propios ingresos nacionales.
El petróleo de WTI, que sirve de referencia para calcular el valor de los combustibles en Chile, se cotizaba en menos de US$ 85 por barril, lo que implicó una caída de 1,46% respecto al cierre del viernes, y que llevó la baja en su precio a más de 20% de la cotización 2013, cuando se elevaba sobre los US$ 100 el barril, aunque aún muy lejos de los US$ 30 a que se comercializaba el barril en la post crisis 2009. En el mercado spot de Londres, el referencial Brent se transaba en menos US$ 88 el barril, lo que implicó un descenso del 0,80% y llegar a sus niveles mínimos desde 2010.
Las razones macroeconómicas están a la vista: la locomotora alemana está marcando sus menores tasas de crecimiento de producción industrial en años, afectada por la baja actividad comercial de sus principales socios en el área euro y los temores a los efectos económicos de las represalias rusas, tras la crisis de Ucrania; Japón está estancado, con un crecimiento esperado de menos de 1% para este año, según el FMI; China sigue en su ralentización para adecuar su economía de largo plazo a niveles de crecimiento del orden del 7,5% -tras años creciendo a sobre el 10%- lo que ha afectado el valor de los commodities y, de paso, el crecimiento de economías emergentes que, como Chile, dependen de sus materias primas que ya no contarán con la mega demanda asiática de años anteriores.
Como se sabe, este estancamiento tiene su raíces en la crisis del sistema financiero de las naciones desarrolladas de 2008-2009, el que hoy opera a media máquina, restringiendo el gasto y la inversión para intentar equilibrar los excesos de la “década de oro” (1995-2005), cuando el dinero fluía a raudales gracias a los instrumentos colaterales de deuda y apalancamiento creados, estructurados y emitidos por dicha banca y Wall Street. Estas prácticas generaron enormes burbujas de precios y la ilusión de riqueza inacabable, producida por una liquidez ficticia, posible gracias a la velocidad de circulación del dinero, posibilitada a su vez, por la aplicación de las TIC en finanzas y negocios de compra y venta de acciones en “microsegundos” en las bolsas.
Dicho modelo, apoyado por supercomputadoras que procesaban los datos a la velocidad de luz, generó una “creación de dinero” por parte de la banca que supera los US$ 700 millones de millones (monto de los derivados existentes en el mercado financiero, la mayor parte de los cuales se estiman como activos tóxicos), contra un PIB mundial anual de alrededor de US$ 70 millones de millones. No es pues casualidad que ninguna de las medidas adoptadas por los Centrales de los países desarrollados –con la excepción de EE.UU., que es el emisor de la principal moneda de intercambio internacional- haya rendido el fruto reactivador esperado.
Así las cosas, todo indica que la actividad a nivel mundial seguirá decaída, a pesar de las bajas tasas y las enormes compras de papeles derivados “tóxicos” por parte de los Centrales para entregar más liquidez a la banca. Según las escuelas clásicas, tal desequilibrio debería haber impulsado mayor inflación. Sin embargo ha ocurrido lo contrario. Y es que el sinceramiento de la situación de caja y el valor del patrimonio de respaldo que mantiene los balances de la gran banca en pie, podría implicar una nueva ola de quiebras, si es que éstos cayeran a valores de mercado, lo que, a su turno, provocaría daños ingentes a millones de ahorrantes de corto, mediano y largo plazo.
De allí la prudencia de las autoridades políticas y la porfía del sistema financiero internacional a realizar las reformas estructurales que podrían reanudar la actividad a través de una baja de los precios de esos patrimonios. Es, por lo tanto, presumible, que la recuperación mundial continuará a paso lento, pues el ajuste entre dinero y producción requerirá posiblemente tantos años como duró en Chile el proceso de ajuste de la llamada deuda subordinada, de modo de realizarlo sin mayores traumas adicionales.
En consecuencia, los commodities como el petróleo, el cobre y otros metales, deberían mantener una tendencia a su estabilización en los niveles actuales o a su baja hasta “pisos” cada vez más cercanos a los costos de producción, hecho que explica por qué las inversiones en ambos sectores se están reduciendo, preparando a esas industrias para un ciclo de bajos precios, debido a la lenta reactivación mundial. La buena noticia, en medio del gris panorama, es que los valores de la energía deberían ajustarse aun más a la baja debido a la competencia interna de la OPEP, abaratando el costo de uno de los factores que ha reducido más drásticamente la competitividad de Chile en el concierto del comercio internacional.