Capellán del Hogar de Cristo: "Algunos colegios católicos se volvieron gimnasios de alto rendimiento"

En conversación con Radio Universidad de Chile Pablo Walker, capellán del Hogar de Cristo, reflexionó sobre el rol de la Iglesia Católica en la educación. A su juicio es necesario que los colegios respondan a los principios solidarios y no a los valores del modelo neoliberal: "Hemos creado gimnasios de alto rendimiento, en vez de seguir el evangelio de Jesús", dijo el jesuita.

En conversación con Radio Universidad de Chile Pablo Walker, capellán del Hogar de Cristo, reflexionó sobre el rol de la Iglesia Católica en la educación. A su juicio es necesario que los colegios respondan a los principios solidarios y no a los valores del modelo neoliberal: "Hemos creado gimnasios de alto rendimiento, en vez de seguir el evangelio de Jesús", dijo el jesuita.

Este martes en la Cámara de  Diputados se votó el proyecto que pone fin al lucro, copago y selección en materia educativa. En el proceso de discusión por la Reforma, la Iglesia Católica ha alzado una voz no sólo por su condición de institución valórica, sino también por su rol de actor al ser dueño de establecimientos educacionales.

Sobre este tema y las diferentes sensibilidades eclesiales respecto de las transformaciones en educación, el Capellán del Hogar de Cristo, Pablo Walker conversó con Radio Universidad de Chile.

Se está organizando una actividad de colegios particulares católicos que tiene como título “Dios no selecciona”, ¿por qué ese nombre?

Todos los que tratamos de seguir las enseñanzas de Jesús nos vemos interpelados por esta posibilidad país de crear una sociedad inclusiva con el motor de la libertad humana, que es la educación. Sin por ello caer en abusos, sin dejar de respetar el derecho de elegir de las familias, pero instalando el ADN de la solidaridad, de sentido de construcción de sociedad que o se instala en la educación o queda postergada de por vida.

La Iglesia Católica tiene un rol importante en el sistema como sostenedor ¿Esto ha condicionado la emisión de una voz clara que, como usted describe, recoja el Evangelio?

Hay diversidad dentro de la comunidad. Uno puede encontrar voces que no son irreconciliables, pero que miran desde perspectivas distintas las repercusiones de la reforma en ciernes. Lo importante es poder consensuar, converger, en lo que es el nódulo que debiera inspirar la formación cristiano-católica, con un Dios que no hace distinción, que vino al mundo para reconciliar personas y para que quienes hemos recibido más, demos más.

Durante la discusión educativa se ha visto a la Iglesia Católica con una posición crítica ¿Le identifica el modo en que las voces oficiales de la Iglesia Católica han aterrizado en este debate?

Hay documentos muy potentes, como el de la Vicaría de la Educación sobre el rol inclusivo de los establecimientos católicos en la educación. Yo creo que esos establecimientos están completamente permeados de esa responsabilidad de construir país, porque no debemos estar para defender grupos de interés. Hay una palabra inspiradora, pero no hay que ser ingenuo, porque tiene que ser una reforma que active el potencial de la comunidad para hacerse responsable de la educación y no que excluya a la sociedad ni que incurra en un monopolio estatal.

Que los dineros del Estado no se usen para el lucro sí me parece de una obvia sabiduría.

El sacerdote Mariano Puga decía que la Iglesia Católica ha acentuado, a través de su rol en educación, las diferencias de clase en nuestro país al tener colegios para ricos y otros para pobres, ¿Comparte esa afirmación?.

Desgraciadamente creo que es cierto. Nosotros como Iglesia Católica, yo también como parte del problema, tenemos un desafío. A veces, por una implementación, sin ningún contrapeso, de los principios neoliberales transformamos nuestras escuelas en gimnasios de alto rendimiento, instalando habilidades para competir y consolidarse en el mercado laboral, en ranking, y no para vivir interculturalmente, crear sentido de responsabilidad ciudadana y social. Eso nos pasa a todos.

Muchos de nuestros colegios han sido vistos como el lugar donde nuestros hijos serán relacionados con una determinada “cartera” que dé contactos que en el futuro permitirán buenas alternativas laborales, de comercio, de relaciones públicas, familiares, pero no ha sido el centro formar ese tipo de libertad que nos mostró Jesús en el evangelio que hace de cada hombre o mujer un ser humano para los demás.

¿Cómo se hace para hacer un ajuste mayor entre los principios evangélicos y la realidad de los colegios?

Las revoluciones auténticas, las que tienen que ver con el corazón, no se pueden imponer por decreto, requieren de empatía, sinergia, donde todos nos vemos un poco incomodados, requiere una conversión del corazón. Ya lo decía el Padre Hurtado, las trasformaciones de las estructuras que nos debemos para construir un país mejor son imposibles sin una transformación profunda del corazón, de las premisas, de las prioridades que cada uno pone en su vida, eso es un tema de valores.

Todos los que nos decimos católicos tenemos que volver a la palabra de Dios, a los sacramentos, decir ya Señor, libérame de todos los miedos, de todos los clasismos enquistados y hazme apto para vivir este mandamiento del amor que es querer para otros la misma calidad de la educación que la que yo quiero para mis hijos.

¿Y cómo se parte? ¿Qué es lo urgente?

Todos los colegios católicos debiéramos empezar a tomarnos en serio que la admisión a los colegios tenga umbrales económicos que permitan que todas las personas, independiente de su ingreso, puedan entrar. Una admisión que no distinga por su currículo sacramental o moral, pero que se pueda constatar una adhesión al proyecto educativo. Esto no es nivelar hacia abajo, pero saber si se busca lo que la comunidad educativa entrega o no. Si eso está, tenemos que avanzar a formas de adhesión que permita dar prioridad a los niños que ya tienen hermanos, a los hijos de los funcionarios y, de ahí, tal vez, a un sorteo.





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