El pasado fin de semana se disputó la última fecha del Campeonato Nacional de Fútbol Profesional. A diferencia de otros años, el desenlace se mantuvo en suspenso hasta el término del mismo pues tres equipos llegaron a la instancia final con posibilidades de coronarse campeón. Este detalle agregó una cuota inusitada de emoción a un torneo que no había sido particularmente atractivo en lo referente a la calidad y espectacularidad, pues nuestro fútbol hace rato que ha perdido la brújula en esos caminos.
La Universidad de Chile, Colo-Colo y Santiago Wanderers fueron los mejores y con sus matices representaron las propuestas más eficientes a la hora de sumar los puntos necesarios para coronarse. La “U” de Martín Lasarte fue primero de principio a fin, fue el cuadro más goleador y alcanzó la mayor suma de unidades que haya tenido un equipo chileno en torneos cortos. Fue desde este punto de vista el mejor de todos y con cierta justicia el campeón. Y si se pone en tela de juicio la justicia del logro no es por lo sucio de las acusaciones de sus rivales ni por la correcta sanción del penal que determinó el resultado final. Eso sale sobrando. El juicio se hace porque con las cosas como están los azules corren con ventaja y aunque esas son las reglas no debemos olvidar que lo legal no necesariamente es lo justo. Aun así el campeonato premio al mejor en todos los aspectos medibles y eso resulta consecuente con el desarrollo y el esfuerzo.
Los otros dos aspirantes se enfrentaron directamente en el último compromiso y el triunfo del equipo de Valparaíso sobre los albos de Macul les regaló el segundo puesto que merecieron como fruto al esfuerzo y trabajo valioso de un grupo, un cuerpo técnico y una ciudad que con mucho menor presupuesto pudieron encaramarse en lo alto y pelear palmo a palmo con los dos grandes del país. En una nación exitista como la nuestra, los segundos o terceros nunca son recordados, incluso son vapuleados, pero quienes entienden y quieren el deporte de verdad (y no son solo aficionados de fin de semana), saben el cuantioso trabajo y sacrificio que se necesita para estar también en ese sitial. Sirva la reflexión como premio a su dedicación e inconmensurable labor.
Otra deformidad del triunfalismo competitivo que se nos ha inculcado es no saber perder. Para Colo-Colo también quedará el peso de ensuciar el torneo con acusaciones sin sustento y no tener la grandeza de reconocer a sus rivales. Los bochornosos acontecimientos que terminaron presionando al tribunal de disciplina en el llamado caso Barroso (incluidas amenazas de no presentarse a jugar) es otra situación engorrosa que debe revisarse. Cuando se acusa sin pruebas no se ejerce solamente el derecho a opinar pues se ensucia con ello a otros compañeros de profesión y dirigentes. Más aún cuando la postura parece ser institucional y no solamente personal. El recurso de no innovar y la postergación del castigo al jugador no hacen otra cosa que demostrar la vara diferente con la que son tratados los poderosos respecto de los demás. Algo que definitivamente debe cambiar pues otra vez la justicia quedó relegada y la autoridad del tribunal y la asociación en entredicho. Mención aparte merece el accionar del Sindicato de futbolistas (SIFUP) que ha sido vergonzoso y desequilibrado defendiendo en unos el derecho de enlodar a compañeros que debieran ser protegidos por el mismo estamento. Una disculpa pública sería lo menos que pudiéramos esperar de su errático presidente.
El fútbol chileno desde hace tiempo (varias décadas por lo menos) ha perdido la competitividad que garantice una lucha equitativa por los logros deportivos. Sabido es que los equipos llamados “chicos” son también pequeños en presupuesto, infraestructura y oportunidades. El nuestro es un campeonato que se acostumbró a tener siempre a los mismos protagonistas y de vez en cuando asoma el esfuerzo grandioso de algún equipo nuevo que amenaza el orden lógico y se alza para pelear con limitados recursos lo que los grandes no saben o no pueden aprovechar producto de sus propios errores o deficiencias.
Y en el contexto actual, eso parece que no cambiará pronto. Mientras los dirigentes pelan por los pesos y los puntos fuera de la cancha, los jugadores tampoco se organizan para exigir cambios que dignifiquen la profesión. Los hinchas relegados a la galería y sin autoridad alguna en la toma de decisiones tampoco parecen inmutarse frente al escenario. Acá hace falta un golpe de timón que altere el rumbo y permita mejorar pero esto debe primero ser una convicción para todos los actores del fútbol pues resulta imposible una transformación de esta magnitud sin unidad.
Sin duda necesitamos una mejor repartición de los ingresos que equilibre las finanzas y las oportunidades. Que permita a todos los equipos trabajar en la formación adecuada de sus jugadores y que no los obligue a desprenderse continuamente de sus figuras para cubrir los gastos operativos. La infraestructura deportiva debe ser revisada y reglamentada para que todos cuenten con centros de entrenamientos y estadios en condiciones dignas y propicias para trabajar. Los jugadores también merecen una formación más integral que les permita desarrollar todas sus capacidades y no solo sus habilidades físicas. En esto resulta increíble que las casas de estudio representadas en equipos de fútbol no pongan particular atención y dedicación. Sobre todo cuando se entiende que los jugadores representan de algún modo a esas instituciones educativas. La calidad de los entrenadores y los dirigentes también debe elevarse y será fundamental cumplir con
parámetros éticos y formativos para desempeñar dichos cargos.
Lo más importante es entender que el esfuerzo debe ser de todos porque solo de ese modo se beneficiará al fútbol chileno completo. Elevar la calidad de la competencia, llevar más público a los estadios, ampliar las opciones laborales y enriquecerlas, mejorar las condiciones de trabajo y brindar un mejor espectáculo repercutirán en una competencia más justa, entretenida y diversa que enriquecerán el escenario deportivo y nutrirán de mejores jugadores a todos los equipos del país y a la selección nacional. Aunque parezca repetitivo, la equidad es urgente en todo y no menos en el fútbol.