“El fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando”
(Miguel de Unamuno)
La especie humana suele no ver el dolor ajeno. Para muchas personas, los miles de inmigrantes africanos ahogados en el Mediterráneo no alcanza a ser siquiera un dato computado. Más difícil aún es ver, paradójicamente, las pellejerías que inmigrantes peruanos, colombianos, haitianos y de otras procedencias viven en nuestro país. Ese sufrimiento no es casual, sino consecuencia de un pre-juicio, aunque no lo veamos. Por eso, a veces la brutalidad del humor sin eufemismos ayuda, como sucede con la extraordinaria comedia francesa “Dios mío ¿Qué he hecho?”, por estos días en cartelera, donde se muestra a una familia francesa tradicional (representativa de la Francia conservadora) en colapso frente a las sucesivas bodas de sus cuatro hijas con un chino, un árabe argelino, un judío y (al fin) un católico pero (horror) negro de la África antes colonizada por los propios franceses.
En el caso general europeo es un hecho que, en comparación con el pasado previo a la crisis, el sentimiento anti-extranjeros ha crecido entre los habitantes de la región. Y se ha expresado fundamentalmente de tres formas: contra los referentes políticos tradicionales, dando origen a fenómenos como los indignados de España y a eslóganes como “¡Que se vayan todos!”; contra el Ajuste y, por lo tanto, contra el rol que han jugado las instituciones económicas europeas a través de la Troika; y con el surgimiento de los nacionalismos, sentimiento que ha ayudado a la ultraderecha a crecer como no lo había hecho desde la Segunda Guerra Mundial. Contra ello, el discurso de una Unión Europea, que ante los ojos de los votantes ha pedido más apriete de cinturón que lo que le ha dado a sus habitantes, se muestra poco eficaz para revertirlo.
Así se ha fraguado un escenario fértil para sectores que, sin ninguna propuesta más sofisticada que aferrarse a las identidades locales, y por lo tanto contra Europa y los inmigrantes, ha ido creciendo sostenidamente en países como Grecia y Francia. El problema es que para la institucionalidad continental es plausible el fin de las fronteras entre los países que la integran, pero no para los que vienen de otras partes. Nadie osaría reconocerlo, pero para muchos dirigentes del continente es preferible que esos africanos se ahoguen a que lleguen a pedir trabajo y a tensionar las culturas locales.
Hace poco, la académica de la Universidad de Chile, María Emilia Tijoux, afirmaba en nuestro diario electrónico que “estas son personas que no importan, en el sentido amplio. No importan para SUS Estados ni para LOS Estados, no importan tampoco cuando su mano de obra no logra ser capturada completamente por un mercado que tiene nichos particulares para poder explotarlos”
En el caso específico de Francia, donde el ultraderechista Frente Nacional de Marine Le Pen ganó hace poco, por primera vez, las elecciones del Parlamento europeo, la idea de “Francia para los franceses” está en no poca proporción determinada por las consecuencias del brutal modo en que el país ejerció, hasta hace pocas décadas, el colonialismo, idea que hoy se prolonga en su contraproducente política internacional en África y el Medio Oriente. Parece una casualidad, pero de algún modo no lo es, que en su juventud Jean Marie Le Pen haya sido torturador en la guerra de Argelia. Esta mezcla de orgullo y desprecio, que por algo van de lo mano, ha llevado a que Marine Le Pen haya pedido en el pasado la expulsión de la selección francesa de las estrellas Zinedine Zidane y Karim Benzema, ambos de origen argelino, por no cantar el himno nacional. Algún motivo les asistirá y ya lo decía Noam Chomsky: “la gran mayoría de los eventos responsables del sufrimiento de innumerables seres humanos en todo el mundo están relacionados con la avaricia, con el deseo de dirigir y controlar, provenientes casi exclusivamente del “Viejo Continente” y de sus despiadados asociados del otro lado del Atlántico. La causa podrá tener muchos nombres –colonialismo, neocolonialismo, imperialismo o avaricia corporativa-, pero el nombre no importa demasiado, lo único que importa es el sufrimiento”.
Entonces Europa, la región del mundo que muestra más dificultades políticas e institucionales para acoger la inmigración, es la co-responsable de las catástrofes que han agudizado los desplazamientos. En Medio Oriente, la inestabilidad luego de la intervención en Libia y la guerra en Siria, cuyas consecuencias son dramáticas también en Irak, ha llevado a la huida de seres humanos por cifras de seis dígitos, mientras en África, las desastrosas acciones y omisiones post-coloniales han ayudado a agravar los conflictos en Sudán del Sur, República Centroafricana y otros países.
Frente a esta tragedia, y lúcidamente, hace un tiempo el responsable de ACNUR en Jordania, Amán Andrew Harper, afirmó que el problema no es humanitario, sino político, puesto que las incapacidades en este plano han llevado a lo otro. Se entiende que en un sentido más amplio, lo político implica también el liderazgo para enfrentar el cambio de sentido común, puesto que la vinculación del concepto de patria con imaginarios culturales o raciales rígidos ya es completamente anacrónica. Baste ver cualquier partido de las selecciones de Francia, Holanda, Bélgica y otras, para darse cuenta de que hoy nación es diversidad.
Respecto a Chile, el hecho de que algunos tipos de trabajo sean crecientemente asumidos por inmigrantes de un país específico ha llevado a que, para ciertas miradas obtusas, esos imaginarios estén en una jerarquía inferior en relación al que ellos consideran “chileno”. De ahí a las políticas públicas discriminatorias hay solo un paso.
Pregúntese usted señor lector, que no se inmutó o sí lo hizo frente a los apocalípticos naufragios de africanos en el Mediterráneo ¿Cómo andamos por casa? ¿Es normal que los peruanos vivan en ghettos y que muchas mujeres de ese país sean trabajadoras de casa particular en Chile? ¿Por qué Lo Valledor está lleno de haitianos en labores de carga? ¿Por qué hay muchas mujeres colombianas desempeñándose como trabajadoras sexuales? ¿De qué color y cuál es el acento de muchos reponedores y reponedoras de supermercados?
¿Cuánto les pagamos por ello? ¿Quién los puso ahí? ¿Ellos mismos o nosotros?