Acoso callejero en América Latina: una lucha contra la tradición

El simple hecho de salir a la calle se convierte en una pesadilla para miles de mujeres, que desde temprana edad comienzan a ser víctimas de silbidos, roces y tocaciones que las afectan psicológicamente y disminuyen su sensación de seguridad en el espacio público. En los últimos años, decenas de agrupaciones en América Latina han surgido como un espacio de denuncia, permitiendo legislar y crear conciencia sobre una de las formas más naturalizadas de la violencia de género.

El simple hecho de salir a la calle se convierte en una pesadilla para miles de mujeres, que desde temprana edad comienzan a ser víctimas de silbidos, roces y tocaciones que las afectan psicológicamente y disminuyen su sensación de seguridad en el espacio público. En los últimos años, decenas de agrupaciones en América Latina han surgido como un espacio de denuncia, permitiendo legislar y crear conciencia sobre una de las formas más naturalizadas de la violencia de género.

“Tenía unos 9 años y estaba con mi mamá esperando la micro. Un tipo empezó a llamar mi atención para que lo mirara, empezó a lamerse los labios de forma sexual y a tocarse el pene. Quedé congelada, sentía que no sabía qué estaba pasando y me asusté. Comencé a mirar hacia otro lado pero el tipo seguía. Ni si quiera tuve el valor de decirle a mi mamá, hasta que le pedí que nos corriéramos de allí y lo notó. El paradero estaba lleno y nadie hizo nada. Pasó la micro y el viejo asqueroso, desde abajo, hizo el mismo gesto con los labios y me tiró un beso. Mi mamá estaba enrabiada y me decía que no le hiciera caso, que era un enfermo. La situación me afectó mucho cuando me empecé a desarrollar; cuando me empezaron a crecer las pechugas me empecé a conseguir vendas para tapármelas, porque me asqueaba de una forma impresionante ser mujer. Ahora, cada vez que me dicen algo en la calle, recuerdo a ese viejo asqueroso. Me costó entender que no debo sentirme culpable y creo que, al contrario de lo que muchos dicen, justificando con un es algo lindo, te sube el autoestima, a mí me la bajan, me degradan, como lo hizo ese viejo”.

 

Son decenas de testimonios como ese los que pueden leerse en el sitio web y la página de Facebook del Observatorio contra el Acoso Callejero (OCAC), organismo que nació a finales del año 2013 como iniciativa de un pequeño grupo de cientistas sociales. “Lo que nos motivó fue visibilizar un tipo de violencia de género que era claro que afectaba a muchísimas personas, pero que no tenía ninguna forma de trato en nuestro país, a nivel de políticas públicas o desde la sociedad civil”, comenta Francisca Valenzuela, socióloga de la Universidad de Chile y presidenta del OCAC.

Miradas lascivas, piropos, silbidos, besos, bocinazos, jadeos, gestos obscenos, comentarios sexuales, fotografías y grabaciones a partes íntimas, tocaciones, persecuciones y arrinconamientos, masturbación pública y exhibicionismo son prácticas constituyentes de acoso sexual callejero, ejercidas cotidianamente en el espacio público, principalmente contra mujeres jóvenes y adolescentes. Estas acciones generan diversos tipos de consecuencias en términos emocionales, de uso de los espacios y de percepción de seguridad.

“Lo más difícil radica en la invisibilización de este tipo de prácticas. Cuando uno intenta posicionar un tema que no está discutido, se justifica en nombre de la cultura. La dificultad es esa, pelear contra la tradición, enfrentarte contra una conducta naturalizada y tener explicar por qué es un problema”, explica María Francisca Valenzuela.

De acuerdo con la Primera Encuesta de Acoso Callejero en Chile, realizada por el OCAC, un 94,7 por ciento de las mujeres ha sido víctima de acoso sexual callejero, práctica a la cual comienzan a acostumbrarse a partir de los nueve años de edad, en pleno desarrollo físico y psicológico. Más de un 77 por ciento de las encuestadas dice ser acosada al menos una vez por semana, mientras que un 40 por ciento sufriría de acoso callejero diariamente.

Ante esta realidad, el 17 de marzo de este año fue ingresado al Congreso un proyecto de ley que busca contribuir a erradicar las prácticas de acoso sexual callejero y plantea la importancia de reconocerlas como un tipo de violencia; sancionando tres tipos de conductas con una multa de 15 UTM: actos no verbales y verbales; captación de imágenes del cuerpo de otra persona y abordajes intimidantes, exhibicionismo o masturbación, persecución a pie o en medios de transporte. En el caso de actos que involucren el contacto físico de carácter sexual, la sanción sería presidio menor en su grado mínimo, es decir, de 61 a 540 días.

“Nuestras expectativas son que este tema se visibilice no solamente a nivel ciudadano, sino que podamos mostrar un compromiso a nivel político real, que no solamente estén las sanciones, sino que también esté en manos de ministerios comprometidos con temas de educación sobre esta problemática que afecta a los y las jóvenes”, explica María Francisca Valenzuela. Actualmente, el proyecto de ley fue remitido a la Corte Suprema.

El caso de Perú

El 26 de marzo, Perú se convirtió en el primer país de América Latina en sancionar una ley sobre acoso sexual callejero. “Es un hito importante debido a que, por primera vez, el Estado peruano reconoce de manera legítima al acoso sexual callejero como una forma de violencia”, explica Johana Fernández, coordinadora de proyectos de Paremos el acoso callejero, primer observatorio sobre de la región dedicado exclusivamente a la prevención y erradicación de estas prácticas.

La iniciativa, nacida en 2011 al amparo de la Pontifica Universidad Católica del Perú (PUCP), busca posicionar el acoso callejero en la agenda pública y visibilizarlo como un problema real. “La propuesta tuvo buena acogida desde la sociedad civil. Muchas personas, mujeres en su mayoría, reconocían la necesidad de que alguien se ocupe del tema, el cual por tanto tiempo estuvo sin ser abordado. Las plataformas virtuales del observatorio se convirtieron en espacio de desahogo para muchas mujeres, las cuales contaban sus testimonios y se daban ánimos entre sí. Sin embargo, también se han tenido resistencias por parte de personas que consideraban que el denominar a estas prácticas como una forma de violencia era exagerado. Estas resistencias algún se mantienen en algunos sectores de la sociedad”, relata Johana.

De acuerdo a los estudios del observatorio, en Perú, siete de cada diez mujeres entrevistadas señaló haber sido blanco de al menos una modalidad de acoso sexual callejero en los últimos seis meses, cifra que en Lima Metropolitana aumenta a nueve de cada diez. Las personas afectadas son predominante mujeres jóvenes, entre los 18 y 29 años.

La ley peruana, cuya aprobación punitiva aún está pendiente, sanciona el delito de acoso sexual callejero con una pena de hasta doce años de cárcel, en el caso de que tuviese un carácter degradante o causase algún tipo de daño físico o mental en la víctima que el perpetrador haya podido prever. La edad de la persona acosada también es un agravante: de tener menos de 7 años, la sentencia para el acosador puede llegar a los diez años de prisión efectiva.

La respuesta argentina

El jueves 23 de abril, la diputada Victoria Donda, junto al candidato a jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Humberto Tumini, presentaron un proyecto de ley que busca sancionar las conductas de acoso sexual callejero con multas de hasta 480 mil pesos chilenos, dinero que sería destinado al Consejo Nacional de la Mujer para el fortalecimiento de políticas públicas de prevención.

Esto ocurre solo semanas después de que la estudiante bonaerense Aixa Rizzo, de 20 años, publicara en Youtube un video titulado Acoso callejero: del piropo a la violación, en el que relata su experiencia de acoso de parte de un grupo de obreros que trabajaba en una construcción al frente de su casa. El video lleva más de medio millón de visitas y convirtió a Aixa en la cara visible de la lucha contra el acoso callejero en Argentina, país en que, según el último estudio de la organización Acción Respeto, la población más vulnerable son las niñas y adolescentes: 38,2 por ciento de las mujeres fueron acosadas antes de los trece años y otro 38,2 por ciento entre los trece y los quince.

“Creo que el caso de Aixa está estableciendo un precedente; aquí nos encontramos en una situación que claramente pudo haber sido más violenta si ella no decidía poner la cara en las redes sociales. ¿Cómo hacemos para que se nos proteja sin tener que exponernos de esta manera?”, expresó Natasha Urman, coordinadora de la Marcha de las Putas, en entrevista en la Televisión Pública Argentina.

“Estamos hablando de la punta del iceberg de una enorme matriz de violencia de género. No podemos pensar en el acoso callejero solamente como una cuestión aislada, porque tiene que ver con una relación de poder que se establece en un espacio como la calle, con un derecho de piso que las mujeres tenemos que pagar por el hecho de salir a la calle y desarrollar nuestras actividades cotidianas. La educación, la visibilización y llevarlo a la ley son algunos puntos bastante importantes para cambiar esto”, enfatizó.

Colaboración internacional

Al ser el primer observatorio en América Latina, Paremos el acoso callejero generó vínculos con Acción Respeto en Argentina y OCAC Chile, que por su parte contribuyó a la formación de OCAC Uruguay, Colombia y Nicaragua.

Sol Bauzá, directora de OCAC Uruguay, que nació en enero de este año, explica que la primera etapa del trabajo de la organización es posicionar el tema en la agenda pública, para luego comenzar a generar cifras sobre el acoso. “Partimos de la base de que el acoso callejero es parte de la violencia de género y de la llamada cultura de la violación, un fenómeno cotidiano y perceptible pero que la ciudadanía y el gobierno está minimizado en su gravedad y en su ataque a los derechos, en especial de las mujeres, a la convivencia, al usufructo de los espacios públicos y la circulación”, señala, advirtiendo que el acoso callejero es un fenómeno que no distingue clases sociales: “acosa el bancario en la puerta del banco tanto como el obrero desde un andamio, sin distinción de estrato social, oficio ni nivel educativo”.

OCAC Colombia, en tanto, surgió a comienzos del 2014 como la iniciativa de un grupo de amigas, muy cansadas de vivir acoso callejero cotidianamente. Así lo relata Natalia Giraldo, socióloga y una de sus fundadoras: “pedimos ayuda al OCAC Chile y a Paremos el acoso sexual callejero en Perú, iniciamos por redes sociales como forma de visibilizar y luego empezamos a planear actividades en espacios públicos, charlas y debates. Ahora planeamos implementar talleres para colegios y universidades y aplicar una encuesta a nivel nacional”.

“Por lo que hemos podido observar, el acoso callejero en Colombia se ve como algo inofensivo por gran parte de los hombres, no se considera violencia y además se ve justificado a través de varios imaginarios, como la ropa, las rutas que se eligen, los horarios, etc. También nos hemos podido dar cuenta de que el acoso se empieza a vivir desde temprana edad y que la gran mayoría de mujeres, sino todas, en algún punto de su vida lo han experimentado”, indica.

 

foto acoso callejero 1

Otra de las iniciativas contra el acoso callejero a nivel regional es Chega de fiu fiu, creada por la periodista Juliana de Faria. En una encuesta realizada a ocho mil mujeres en todo Brasil, un 99 por ciento admitió haber sido víctima de acoso sexual en espacios públicos a lo largo de su vida, mientras que un 83 por ciento señaló que no gusta de ser piropeada en la calle. Chega de fiu fiu creó un mapa colaborativo de asedios en Brasil, en el que las usuarias pueden advertir de los lugares en los que fueron víctimas de acoso, y se encuentra trabajando en la elaboración de un documental.

A nivel internacional, en junio de 2011, Unicef, ONU Mujeres y ONU-Hábitat lanzaron la iniciativa Safe and Friendly Cities for All, que permitirá a las autoridades locales tomar medidas para aumentar la seguridad, prevenir y reducir la violencia, incluyendo la violencia sexual y el acoso contra mujeres y niñas. Una de las tres ciudades latinoamericanas seleccionadas para la primera fase del programa fue Rio de Janeiro, donde en marzo de 2013 fue estrenada una aplicación gratuita para celulares y computadores que da acceso a información sobre centros de atención a mujeres y niñas víctimas de violencia en la ciudad.

El rol de los hombres

En su ponencia “Masculinidades y legitimaciones del acoso sexual callejero en Chile”, presentada en el 8º Congreso Chileno de Sociología 2014, un grupo de investigadores del OCAC caracteriza el acoso como “un fenómeno profundamente inscrito dentro de la estructura social, una práctica cotidiana circunscrita en una sociedad patriarcal donde sólo se vislumbran como posibilidad dos géneros: femenino y masculino, entre los cuales también existe una relación jerárquica, mediada muchas veces por la violencia”.

A su juicio, el acoso callejero se plantea, por un lado, como la reafirmación de la posición inferior de la mujer en un espacio público históricamente masculino, “recordándole constantemente que no es su lugar y que, al usarlo, su cuerpo es público, por lo que puede ser comentado, tocado, violado”. Los hombres, por su parte, se someten a la obligación de reafirmar su posición en lo público y su virilidad, con el temor constante de mostrar algún rasgo considerado femenino. ”Las exigencias del orden simbólico los obligan a estar siempre predispuestos al ejercicio de la violencia, para que su virilidad sea revalidada frente a las mujeres e incluso frente a otros hombres”.

Para Francisco Aguayo, director de EME Masculinidades, hacer comentarios de connotación sexual a las mujeres en la calle forma parte de los rituales de los rituales para convertirse en un hombre. “Eso habla de una cultura regional sin mayor conciencia del impacto de estas prácticas en quienes la reciben, de una cultura de violencia simbólica hacia las mujeres presente en todos los espacios, incluidos los públicos”, indica.

A su juicio, para terminar con este tipo de prácticas y proteger a niñas y mujeres es preciso trabajar con la población general de hombres, buscando que rechacen estas conductas en sus pares. “El control social no debe provenir solo de las mujeres, sino que también de los propios hombres. Para ello se debe educar a la población de hombres en que se trata de conductas de violencia, que vulneran derechos, que son reprochables y que pueden conllevar una sanción. El día que los compañeros de trabajo hagan sentir mal a aquel compañero que acosa, hace o dice algo de connotación sexual a una mujer en el espacio público, realmente habremos logrado un cambio cultural y los acosos serán menos frecuentes”, concluye.





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