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La corrupción se borra con típex

Corrupción, malestar popular, desconfianza, tráfico de influencias, indignación, clase política… la dinámica del idioma es fascinante, pero cuando las palabras que fueron creadas para definir ciertas situaciones o estados de ánimo lo pierden, nos vamos quedando con un lenguaje vacío, con voces huecas que parecieran señalar algo que solo logran esbozar.

Vivian Lavín

  Martes 28 de abril 2015 10:37 hrs. 
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Así como las mujeres hablan de rouge para indicar el lápiz labial o en casa, nuestras abuelas hablan del frigidaire, para referirse al refrigerador, hay otras marcas de múltiples objetos que pasan a convertirse en genéricos a partir de quien primero los creó.

El papel higiénico es el confort, aunque finalmente se adquiera otra marca, lo mismo que la toalla nova, para el papel absorbente o el scotch, para hacer referencia a la cinta adhesiva. Son los llamados neologismos, y frente a ellos, la academia que antes enroscaba la nariz con estas importaciones poco tradicionales, no ha tenido otra opción que asumirlos y adaptarlos, aunque a decir, verdad, la tendencia actual es casi de celebrarlos.

Para quienes no tienem la costumbre de hablar con especialistas del lenguaje, les sorprendería una conversación por ejemplo, con el ex director de la Real Academia Española de la Lengua, José Miguel Becua, filólogo español, quien heredó la pasión por las palabras de su padre, otro destacado filólogo y gramático de ese país. Su pasión por la fonética y la fonología lo hacen un hombre abierto a los sonidos, a las diferentes maneras de pronunciar y claro, a las nuevas voces que van naciendo a partir del habla, como si se tratara de nuevas especies nacidas en el Jardín del Edén del Lenguaje. Lo mismo que nuestro propio director de la Academia Chilena de la Lengua, Alfredo Matus, muy distante de la imagen del catedrático de la lengua rígido e intransigente que se asume les indignaría el hablar coloquial y esas nuevas palabras que van naciendo de su uso.

Y porque estos académicos, abiertos a la novedad y a la maravilla cambiante del lenguaje no son la excepción, es que el mismo Diccionario de la Academia va asumiendo de manera permanente nuevas palabras, las que resultan muy ilustrativas para entender lo que habla la gente y sobre todo, con qué términos va denominando la realidad contemporánea.

Así es cómo la vigesimotercera edición del Diccionario de la Academia ya recoge las palabra pósit, una castellanización de la marca en lengua inglesa Post it, la de los papelitos amarillos ampliamente usados por su capacidad de pegarse y volverse a adherir sin problemas. También el Diccionario recoge la palabra chupachups, para referirse a los dulces del mismo nombre que llevan una bola de caramelo pegado a un palito y que en Chile, conocimos con la marca kóyak, y por lo tanto, los seguimos llamando así.

Y si de pañuelos desechables se trata, como fue la marca Kleenex, la que primero creó estas prácticas cajitas dispensadoras de pañuelos a medida, y la mayoría siguió denominándolos así, el Diccionario recoge la palabra clínex, pero escrita con c al comienzo, con tilde en la letra í y una equis al final, para diferenciarla de la marca registrada.

El castellano es una lengua rica que no para de crecer, en palabras y en hablantes, que ya suman 500 millones en todo el mundo.

Hay una palabra que ha sido recientemente integrada a la comunidad hispanohablante y que no deja de llamar la atención dadas las circunstancias en que una Fundación dedicada a apoyar el lenguaje periodístico la ha destacado.

Se trata de la palabra típex, que procede de la marca registrada Tipp-Ex, que refiere “en minúscula, con tilde en la i y con una sola p y de manera genérica a un tipo de líquido o cinta que permite tapar con una capa blanca lo escrito y volver a escribir encima”.

Sucede que en la investigación de los múltiples hechos de corrupción que se investigan no solo en la política chilena, se ha detectado que muchos instrumentos oficiales, como informes de peritos y otros papeles de valor procesal, han sido intervenidos con típex. Es decir, han sido adulterados con este material como una manera de borrar las huellas del delito.

Por una parte contamos con estos neologismos, estas nuevas palabras para denominar cosas antes inexistentes, pero hay otras, que de tanto usarlas, van perdiendo su significado.

Palabras como corrupción, malestar popular, desconfianza, tráfico de influencias, indignación, clase política… la dinámica del idioma es fascinante, pero cuando las palabras que fueron creadas para definir ciertas situaciones o estados de ánimo lo pierden, nos vamos quedando con un lenguaje vacío, con voces huecas que parecieran señalar algo que solo logran esbozar.

Es preocupante no solo la crisis política e institucional que enfrentamos en Chile sino también las palabras con las que la vamos describiendo. Porque para comprender su profundidad debemos hacerlo a través de palabras claras, unívocas, precisas… incluso neologismos, pero son ellas las que nos permitirán buscar una salida de este oscuro túnel lingüístico en el que nos hemos metido.

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