Decía Welles en una entrevista, que el apoyo de sus padres a su formación como artista fue simplemente nunca advertirle que no podría hacer algo. Nacido el 6 de mayo de 1915 recibió de sus padres talentos diversos. Su madre, pianista y amiga de artistas que rodearon la infancia de Welles. Su padre, inventor y empresario le permitió viajar en una época en que eso era un lujo reservado para pocos. Huérfano de madre desde los 9 años, y de padre desde los 15, estuvo bajo la tutela de un admirador de su madre – Maurice Bernstein- quien consideraba al niño un genio y sustentaba el desarrollo de todas sus inquietudes artísticas.
Antes de cumplir los 18 años Welles viaja a Irlanda en donde, gracias a su robusta composición y su grave voz, se hizo pasar por un experimentado actor y logró un puesto en la reconocida compañía Gate Theater. Así cuando regresa a Estados Unidos lo hace –ahora si de verdad- como un experimentado actor comenzando una exitosa carrera en teatro y radio en su país.
Muy famoso fue el radio teatro que la Mercury Theatre, su compañía, hizo de “La Guerra de los Mundos” de H.G. Welles, que causó conmoción gracias a la transformación del formato de la novela a un programa radial contemporáneo. Antes de eso, Welles ya había realizado innovaciones en el teatro con su polémica versión de “Macbeth” sólo con actores negros y sus experimentaciones en el Federal Theatre.
La polémica de “La Guerra de los Mundos” condujo a Welles a lo que sería su mayor pasión y también el origen de sus mayores frustraciones. Con solo 23 años, Orson Welles recibió la mejor oferta que un realizador había recibido hasta entonces –y muy probablemente hasta hoy- de parte de una gran estudio cinematográfico: “¡Haga lo que quiera!” Welles podía escoger el tema, el guión, el equipo y, lo más importante, definir el corte final de la película. Y a pesar de los líos para su estreno –básicamente por la pelea con el multimillonario Randolph Herst quien tenía inquietante parecido con el personaje- “El ciudadano Kane” se transformó en la opera prima más influyente la historia del cine. Poniendo al día en un solo film los avances que el lenguaje cinematográfico había hecho hasta ese momento e innovando en su construcción formal y narrativa.
Luego de los pobres resultados económicos del “Ciudadano Kane” Welles nunca recuperó la confianza de los estudios y comenzó lo que sería una conflictiva relación entre la siempre fructífera inventiva del realizador, y la posibilidad de conseguir los recursos para hacer sus películas. El resultado fue una docena de películas terminadas, en casi cuatro décadas, y más de treinta proyectos inacabados. Siempre me pregunto ¿Qué hubiera hecho Welles en tiempos de cine digital e internet? En momentos en que su creatividad no estuviera atada al rígido y costoso sistema de producción que le tocó vivir. Porfiado e inquieto como él solo, probablemente las películas serían muchas más, pero también los proyectos inconclusos.
Y así con sólo un pequeño grupo de películas, Orson Welles lo transformó todo. Nos obligó a mirar una y otra vez, a desconfiar de lo que vemos, de la narraciones que creamos y, aún así, a fascinarnos con ellas. Cada película que logró filmar está llena de imágenes vanguardistas para su tiempo, simultáneamente que nos re dirige a las preguntas clásicas sobre la fragilidad del ser humano. Porque entendió la figura del director como la visión y la fuerza del filme mucho antes de que apareciera la Teoría del Autor; utilizó los recursos del teatro y el cine para renovar el lenguaje cinematográfico; releyendo a Shakespeare, a Kafka y al cine negro; adelantándose a las vanguardias europeas; prestando su talento actoral, aunque fuera por un par de escenas, para darle un peso sustancial a películas que sin él hubiesen sido menores; difundiendo el cine clásico por televisión; llevando el cine de ficción y documental a nuevos límites. Por todo eso, y más, amamos a Orson Welles.