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¿No quieren ver?

Columna de opinión por Wilson Tapia
Miércoles 27 de mayo 2015 17:43 hrs.


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Así deben ser los colapsos de las civilizaciones. No fui testigo en Sumeria, ni en Egipto, ni en Mesoamérica.  Pero me tocó estar aquí, cuando la orgullosa, racionalmente religiosa, tecnológica y monetizada civilización occidental comienza a desmoronarse. La verdad, no es un espectáculo grato. Más bien es un drama plagado de impudicia, como todos los que enfrenta el ser humano y para ello apela a la fuerza que entrega el instinto de supervivencia.

En Chile estamos viviendo la cuota que nos corresponde. Y en estos estertores -que no tienen por qué ser los últimos-, podemos observar cómo los dirigentes intentan cubrirse con la basura más tenue que arroja la hecatombe.  El primer subterfugio es que no lo miren a él o ella, sino al del lado, que también tiene sucias las manos. El segundo, la aceptación de que la mugre estaba en todas partes y que, por lo tanto, todos se ensuciaban con ella.  El tercero, reclamar porque solo a él se le está juzgando y los otros, los que supuestamente manejan más poder, quedan libres de polvo y paja (cuestión absolutamente imposible, dada la polución que produce el derrumbe).  El cuarto, recurrir al terror amenazando con que las denuncias socavan el sistema en general….Y podríamos descubrir un quinto, la víctima.

En estos días se han utilizado los cinco. Empecemos por el último.  Este subterfugio miserable lo utilizó Michel Jorratt, ex director de Impuestos Internos. Cuando fue sacado de ese cargo, rompió su silencio y denunció presiones. De nada sirvieron  las palabras del Ministro de Hacienda, Rodrigo Valdés, quien se desbordó en alabanzas cuando dio a conocer su despido. La pregunta obvia es: ¿Por qué si Jorrat eran tan maravilloso, Valdés, en una de sus primeras decisiones ministeriales, lo saca del cargo? ¿Al laudar a Jorratt pretendía asegurar su silencio? Otra obviedad: ¿Por qué Jorratt no frenó las presiones y, si éstas eran insoportables, renunció al cargo?

Enarbolando el cuarto subterfugio apareció el inefable Camilo Escalona. Critica a la presidenta de su partido, el Socialista, Isabel Allende. Y lo hace porque ésta sostuvo, en El Mercurio, que todos -ella se refería a los políticos, imagino, pero su aseveración podría aplicarse a la sociedad casi en su totalidad- le torcían la nariz a la ley para conseguir financiamiento. Y Escalona siente que tales aseveraciones hacen un daño irreparable, ya que afectan al sistema en su conjunto. Con razón es inefable.  Si es el sistema el que permite que la corrupción lo hago inequitativo, que los que tienen poder abusen y lo utilicen para su beneficio.

El tercer subterfugio lo ocupó la derecha para explicar por qué personajes como Jovino Novoa o Alberto Cardemil son llevados a juicio. Aseguran que en otros casos, la justicia opera con lentitud o no actúa. Olvidan que la justicia que ellos critican opera con la misma vara para todos. Si no fuera así, Sebastián Piñera no podría haber sido presidente, ya que fue condenado en el caso de la quiebra del Banco de Talca y nunca cumplió condena.  Y en el delito de utilización de información privilegiada, que se ventiló durante su campaña presidencial, pagó 300 mil dólares para evitar “problemas” que le traería un juicio.

La señora Allende utilizó el segundo subterfugio. Claro, ella se ensució porque la mugre está en todos lados. Pero olvidó que llegó hasta donde se encuentra no solo por el apellido de su padre, sino porque la nación necesita que esos males sean resueltos. Y ella falló en eso.

El primer subterfugio lo acaparó Jaime Daniel Quintana Leal, presidente del Partido Por la Democracia (PPD). Después de defender denodadamente al ex ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo, hoy sale, orondo, a decir que cada uno debe explicar sus actos y hacerse responsable de ellos. Obvio. O sea, antes defendía a Peñailillo solo por la cuota de poder que representa el Ministerio del Interior.

Todas estas son manifestaciones del derrumbe a nivel global. El malestar que aflora en todas partes del planeta dice a las claras que la felicidad no se alcanza con el dinero. Que la sociedad en que vivimos exacerba la competencia, fortalece de manera desmesurada el individualismo y los seres humanos, guste o no, somos gregarios. Necesitamos convivir y para ello es esencial la ética, algo que hoy hemos perdido. El sistema democrático que nos rige ha sido socavado y es necesario dar un nuevo salto cualitativo para poder mirar el futuro.

Hoy, la revolución tiene que comenzar por cada uno. Lo que estamos criticando, cuestionando, intentando dejar de lado, es ese olvido de lo verdaderamente importante.  Y eso se encuentra en nosotros, en nuestros valores, en un comportamiento ético que es fundamental entregar en la educación.  Más básico aún que la eficiencia y la competitividad.  El famoso aforismo griego “Conócete a ti mismo”, atribuido a Heráclito y que se encuentra en  el templo de Apolo, en Delfos, es hoy más necesario que nunca.  De allí debe partir el sustento de la nueva civilización.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.