La primavera egipcia condenada a muerte

El proceso vergonzoso que sentenció al mandatario constitucional de Egipto demuestra que en ese país el autoritarismo ha vuelto a un punto peor, incluso, que el que motivó las movilizaciones contra Hosni Mubarak en 2011.

El proceso vergonzoso que sentenció al mandatario constitucional de Egipto demuestra que en ese país el autoritarismo ha vuelto a un punto peor, incluso, que el que motivó las movilizaciones contra Hosni Mubarak en 2011.

Un presidente democráticamente elegido derrocado en julio de 2013 por un golpe de Estado, secuestrado por meses sin que siquiera los organismos internacionales supieran su paradero, la proscripción y persecución de su partido (los Hermanos Musulmanes), un juicio digno de El Proceso de Kafka y una condena a muerte son la realidad actual de Egipto, país donde de modo brutal el Ejército retomó un poder político que, salvo durante el mandato de Mohamed Mursi, siempre ostentó de un modo más o menos evidente.

El expresidente, de 64 años, fue sentenciado al patíbulo este martes en el segundo veredicto del juicio que se le sigue por el supuesto secuestro y muerte de carceleros y revelación de secretos a extranjeros. Horas antes, el tribunal lo había condenado a 25 años de prisión por, según se afirma, complotar con el movimiento palestino Hamas y el Hezbolá libanés su fuga de la cárcel. Ninguna de estas conclusiones obedece al mínimo debido proceso, según observadores internacionales.

La vinculación de Morsi con una conspiración foránea ya venía siendo labrada por el actual presidente de Egipto, el general golpista en retiro Abdul Fatá El Sisi, quien en octubre pasado vinculó al ex mandatario –a pesar de su detención y virtual incomunicación- con un ataque contra un puesto del Ejército en la Península de Sinaí que mató a 30 soldados. En la ocasión, y sin dar más detalles, Al Sisi dijo que fue “una operación financiada en el extranjero”, y que los autores querían “quebrarle la espalda a Egipto, además de la voluntad del Ejército, que es considerado un pilar” del país. “Todo lo que nos está sucediendo –agregó- es sabido por nosotros y lo esperábamos y hablamos de ello antes del tres de julio (de 2013)”, dijo, refiriéndose al día cuando él derrocó a Morsi. Entonces El Sisi era ministro de Defensa del presidente y jefe de las Fuerzas Armadas.

Para comprender la importancia del Ejército en la vida egipcia debemos remontarnos a 1952 y a la figura histórica del general Gamal Abdel Nasser, quien formó el Movimiento de Oficiales Libres que mediante un golpe de estado derrocó al rey Faruq I y acabó con la colonización británica. Desde entonces la figura de Nasser es la de un líder nacionalista y popular, de lo cual se vale el Ejército para ejercer control sobre los habitantes del país. Durante su mandato se nacionalizó el canal de Suez y se llevó a cabo una reforma agraria, lo cual supuso erradicar los intereses imperialistas de Inglaterra y Francia.  Comenzó con ello también la presencia del Ejército en todas las facetas de la vida social, política y económica del país, hasta el punto que hoy es una clase que controla el 60% del poder económico egipcio.

La otra gran referencia en el país es la de los Hermanos Musulmanes, a pesar de que casi siempre han estado en la oposición o proscritos. Su poder radica en ser simultáneamente una organización religiosa, política y social, donde el templo, la sede partidaria y la sede vecinal son indistintamente espacios de articulación que han generado una importante red a nivel nacional. Ese trabajo les permitió llegar al gobierno liderados por Mohamed Mursi en 2012. El problema, errores del mandatario aparte, es que el Ejército había perdido la presidencia, pero el resto de su poder estaba intacto y ante los intentos reformistas del Ejecutivo, simplemente lo ocuparon, teniendo como punto de partida el Golpe, como estación intermedia la represión generalizada y con clausura las condenas a muerte de los máximos líderes de los Hermanos Musulmanes conocidas hoy.

En la actualidad, a pesar de que organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional, Human Rights Watch y la Organización Mundial Contra la Tortura han denunciado la represión y la existencia de 41 mil presos políticos en el país, el carácter funcional del gobierno de El Sisi para las potencias occidentales ha hecho que Estados Unidos y Europa se hagan los desentendidos. Más aún, el general golpista acaba de recorrer el llamado viejo continente y los mandatarios le han recibido, haciendo gala del mismo pragmatismo con que antes se fotografiaban con Gaddafi o Bashar el Assad, antes de darles vuelta la espalda.

Hay que agregar, además, que la inestabilidad que vive Egipto desde 2011, por ser el país más poderoso, más industrializado y más poblado del mundo árabe, con 90 millones de personas, ha incidido fuertemente en la relación de Israel con Palestina y el resto de la región. A esto hay que agregarle su influencia cultural e ideológica Lo que sucede en Egipto repercute y mucho en los países de su entorno, puesto que el movimiento nacionalista árabe nació a partir del nasserismo y se formaron partidos Baaz (socialismo árabe) en Siria, Irak y muchos otros países. Eso sí, Egipto, que fue un país fundamental en la lucha contra el sionismo, se transformó en aliado de Occidente y Estados Unidos y hoy su economía depende de capitales estadounidenses, saudíes y de otras monarquías del Golfo Pérsico. Esta ambigüedad y peso específico le han permitido ser el mediador tradicional cuando se ha producido una agudización de la violencia. El impedimento de ejercer su rol estabilizador debe consignarse, entre muchos otros, como uno de los factores de la conflictividad actual en la zona. Baste recordar que limita con Sudán al sur, con Libia al oeste y con Palestina e Israel al noreste, todos países que forman parte de la escalada de violencia.

Así las cosas, el año de gobierno de Mursi fue apenas un paréntesis en lo que ha sido la tónica de la historia reciente de Egipto. Peor aún, todo el espíritu libertario que dio origen a las movilizaciones de 2011 contra Hosni Mubarak ha terminado reducido a nada, o a una represión todavía mayor. Un ejemplo brutal de que la Historia tiene un poco de avance y mucho de retroceso.





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