“Los momentos”, la canción que Eduardo Gatti incluyó en el primer disco de Los Blops; “Nuestro México, febrero 23”, el corrido mexicano que interpretaba Inti Illimani; y “Qué pena siente el alma”, el vals arreglado por Violeta Parra. Esas fueron las tres únicas canciones que Mauricio Redolés tocó en su primera actuación en público.
Eso ocurrió en 1975 en la antigua cárcel pública de Valparaíso, adonde el músico y poeta había llegado luego de ser detenido por su militancia en el Partido Comunista y de pasar por varios centros de tortura.
A 40 años de esa singular presentación, Mauricio Redolés tocará este sábado en el Parque Cultural de Valparaíso, construido en el mismo terreno donde se encontraba la cárcel, junto a las dos bandas que lo acompañan habitualmente y tres invitados para interpretar esas primeras canciones: Eduardo Gatti, el ex Inti Illimani Max Berrú y Clarita Parra, hija de “Lalo” y sobrina de Violeta Parra.
“’Los momentos’ la conocí en un centro de tortura y exterminio, el Cuartel Silva Palma de la Armada de Chile, en el cerro Artillería. Ahí había un compañero que tenía una guitarra y la cantaba. La segunda fue “Nuestro México, febrero 23”, que había conocido a través de los presos políticos que la cantaban, pero yo sabía que era de los Inti. “Qué pena siente el alma” también la escuché por primera vez en la cárcel, en la versión de algún compañero. Son tres canciones que conocí en la cárcel. Me las aprendí y eran parte del repertorio muy chico que tenía, que eran cuatro o cinco canciones que podía cantar de corrido, sin mirar un cancionero”, relató Mauricio Redolés en el programa Radiópolis de Radio Universidad de Chile.
¿Cómo fue esa primera actuación?
Era la celebración de un 1 de mayo, que los presos políticos hacíamos disfrazada del aniversario de un club deportivo de la cárcel que se llamaba Concepción. Casi todos los clubes tenían nombres de equipos profesionales y el Partido Comunista se identificaba con Concepción. Yo era militante, así que tenía tareas para desarrollar ahí, compañero.
Mis compañeros de celda, Alfonso Murúa principalmente, fueron los responsables de tirarme a las brasas y me dijeron que cantara. La celebración fue en una celda, un cubículo de cuatro por dos metros, y había cerca de 30 personas, porque había camarotes y la gente se subía en ellos. Canté “Los momentos” primero, porque era la más difícil y si salía de ahí, ya podía tocar las otras. Luego toqué “Nuestro México”, se pidió un bis y alguien acotó graciosamente: pero esta vez, con los dos pulmones, Mauricio, porque yo cantaba muy bajito. Eso fue: un par de discursos y mis canciones.
Hay muchos músicos que celebran aniversarios u otros hitos, cosas que se quieren recordar. ¿No es extraño celebrar un concierto que hiciste mientras estabas preso?
Incluso me han corregido y me han dicho que no es una celebración, sino una conmemoración. ¿Qué se celebra? Haber hecho cultura en la cárcel. Creo que algo que nos hizo sobrevivir como personas y revolucionarios fue el humor, un humor muy cruel, negro, irreproducible, pero eso nos hacía reír y nos sacaba del contexto en que estábamos. Por otra parte, el arte, la cultura, la literatura, la canción, el dibujo. Había una efervescencia cultural y deportiva. Los cabros bajaban a la cancha a jugar a la pelota. Había mucho humor, mucha cultura y arte y una gran solidaridad. Durante aquellos 20 meses tuve una familia que fue el PC. Ahora no soy comunista y no quiero volver jamás en mi vida al PC, pero estoy muy agradecido de haber sido de esa familia, de un PC que ya no existe, porque este partido no representa lo que fue.
A propósito, en Bello barrio hay una canción de un humor negrísimo, “Triste funcionario policial”. ¿Cómo nació esa canción?
El ’85 yo había regresado recién de Inglaterra y vi en la Alameda, cerca del ministerio de Defensa, a quien creo que fue uno de los tipos que me golpeó, que me pegó mucho. Era el torturador bueno (porque había otro torturador que era el malo), el que me decía “confiesa, cuenta dónde están las armas”, hueás de ese tipo de las que yo no tenía idea. Lo vi y me dio pavor, pero al mismo tiempo me sedujo la idea de estar cerca de él en libertad. No para pegarle ni empujarlo a la línea del Metro, nada tan psycho, sino para ver que también era un ser humano. La misma atracción, la locura, el miedo, me hizo correr a mi departamento -yo vivía frente al Gil Letelier, en San Joaquín- tomar la guitarra y hacer la canción de una. El coro viene un poco de un poema de Claudio Bertoni que había leído alguna vez: qué será del patillita Presley, qué será del no sé cuánto. Esta cosa del qué será era una rémora constante del exilio: ¿qué será de la “Chica” Cecilia? ¿Qué será de la Victoria Villagrán? ¿Qué será del “Chino”? Uno andaba siempre con el qué será y al torturador también había que incorporarlo dentro de las nostalgias de personas que ya no estaban con uno. Afortunadamente el torturador ya no estaba, era una antinostalgia.
Luego de esas primeras canciones en la cárcel, ¿qué te llevo a hacer tus propias canciones?
Hay una razón práctica: yo soy muy desafinado, así que nunca podía cantar las canciones como eran. Eso me llevaba a inventar canciones, porque si me equivocaba, solo lo iba a saber yo. También la necesidad de decir y contar cosas. En realidad, había empezado a componer el ’72, eran canciones tipo Jaivas, Leo Dan, Los Iracundos, que eran mis grandes referentes. Esas canciones quedaron ahí. Había una sobre las prostitutas que se llamaba “Mariposa nocturna”. El nombre era un lugar común, pero hoy estamos llenos de eso, así que se consideraría original. Otra era “Dora María”, que era a una compañera de curso a la que yo llamaba “mariadora”, porque era enferma de rica. También hice una canción a mis compañeros de universidad, la vida ahí.
Luego, en Inglaterra, sacas un primer cassette, Canciones & poemas. ¿Qué recuerdas de esa grabación?
Esas canciones las grabé en un pequeño estudio comunitario, con un australiano de un genio terrible. No sé cómo sobreviví a esa experiencia. Fue gracias a Carlos González, un compañero chileno que vivía allá y me dijo que conocía un estudio que se arrendaba a los vecinos. Postulamos y nos pasaron algunas horas ahí. Llegaba este australiano que me retaba, me decía que la guitarra estaba desafinada y todo eso. Grabé con “Clarito” Araya, a quien había conocido en la cárcel y me acompaña en acordeón; y con Bob Thugord, que era un guitarrista inglés, de música clásica, que tocaba en el Metro, había sido descubierto por un chileno y hablaba español, lo que era una gran ventaja. El “Chico” Lukax Santana no pudo llegar a grabar, porque estaba en otras cosas, y el otro amigo era Felipe Rojas, que tocaba flauta, guitarra, era maravilloso y tampoco pudo llegar, así que grabé con “Clarito” y Bob no más.
En ese cassette hay una canción que se llama “El último juego de Pablo”, ¿qué puedes decir de esa canción?
Estaba detenido en el cuartel de Investigaciones en General Mackenna, en Santiago, y de pronto aparecieron dos compañeros, Lara y Varguitas. Eran del MIR, nos conocíamos de la cárcel y nos dejaron en la misma celda. A pesar que habíamos estado más de un año en la cárcel, nunca habíamos hablado, porque existían estas separaciones entre MIR, PC, qué se yo. Pero ahí solo éramos jóvenes chilenos presos y me contaron la historia de un compañero que cayó con ellos y está desaparecido hasta hoy. Era una historia muy triste, creo que uno de los testimonios más tristes que he escuchado. Lo sacaron de la casa y desapareció. Creo que volvieron con él unas semanas después, pudo besar a su mujer e hijito o hijita y de ahí no apareció más. Yo llegué a Inglaterra y junto con otra canción, “Ya no tengo”, fueron las dos primeras canciones compuestas en Birmingham. Si no contamos las canciones anteriores que nunca terminé, “El último juego de Pablo” es mi primera canción.
Mauricio Redolés se presentará a las 20 horas de este sábado en el Parque Cultural de Valparaíso, ubicado en el cerro Cárcel. Aunque la entrada es gratuita, había que retirar invitaciones que se agotaron en pocos días.