La Presidenta Michelle Bachelet lleva meses luchando por restablecer cierto orden político en su gabinete. Hasta ahora, todas sus movidas han sucumbido al implacable efecto boomerang.
Por eso, nada hace pensar que su último enroque palaciego no sea también víctima de una autodestrucción anunciada. Nicolás Eyzaguirre —el ex ministro de Hacienda de Ricardo Lagos; el arquitecto del Crédito con Aval del Estado para financiar la educación superior; el ahora ex ministro de Educación de Bachelet; el político PPD amante de la guitarra y de Inti Illimani, con pasado en las juventudes comunistas en los años 80— será la nueva carta para llevar adelante la agenda de reformas de la Presidenta la que, a estas alturas, ya está completamente diluida para acomodarse a las exigencias y quejas de la derecha permanente de este país.
Como siempre ha sucedido en los últimos 25 años, desde que el país dejó atrás la dictadura en unos comicios diseñados por los propios militares, ante cualquier duda o obstáculo, la supuesta centro-izquierda opta por acercarse y acomodarse a las exigencias y quejas de la derecha dura. Después de todo, gran parte de los medios de comunicación de este país están impregnados, aunque lo nieguen, de un conservadurismo y derechismo que recorre sus mismos huesos. Los casos de El Mercurio y La Tercera resultan obvios. Pero también son profundamente reaccionarios medios de comunicación como TVN, Canal 13, Chilevisión y Megavisión. No sólo por la ideología de los empresarios que son dueños de esos medios, sino también por los periodistas-empleados que trabajan en esos medios y justifican su autocensura –y peor aún, apegar sus cerebros- todo por la necesidad de recolectar su salario a fines de mes. “Hay que pagar las cuentas a fines de mes”, es la frase que justifica la inamovilidad permanente de nuestras conciencias.
A mediados de los años 90, un director de un importante medio de prensa escrita me dijo –o más bien me gritó en mi cara- que esa publicación tenía dos principios básicos que yo, como periodista, no podía violar. El enojo del director se debió a que había decidido publicar una columna de un periodista francés que apoyaba el Estado de Bienestar Social en ese país. “Tiene que entender – me dijo gritando-; en este medio hay dos cosas que no transamos: el libre mercado y la democracia”.
Yo también estaba enojado y le contesté: “De acuerdo, sé que el libre mercado es sagrado en esta publicación, pero la democracia no lo es”. El director estaba fuera de sí con mi respuesta. “¿Me acusas de ser antidemocrático?”, me gritó. “No, tú no lo eres”, le contesté ofuscado. “Pero explícame por qué no podemos hablar de ‘dictadura’ y tenemos que usar la palabra ‘gobierno militar’”.
Claro, eran los años 90 y los eufemismos en el lenguaje político eran un asunto corriente. Para mi todo ello me acordaba a George Orwell: el lenguaje forma conciencia política.
Y lo que está pasando ahora no es muy distinto.
El lenguaje y la conciencia política han sido moldeadas durante las últimas tres o cuatro décadas por esos medios de comunicación de la derecha; por el empresariado; por la economía que triunfa sobre la democracia. Y es un discurso al que, por desgracia, recurren nuestros gobernantes –supuestamente de centro izquierda- cuando se ven acorralados políticamente por la derecha permanente.
Entonces, realmente no importa ni la agenda de reformas de Bachelet, ni nada en realidad. Al final, la derecha en este país siempre triunfará… por ahora.