Las duras medidas económicas impuestas por la “Troika” (FMI, BCE y CE) a Grecia y que constituyen las condiciones sine qua non para acceder a la extensión del máximo de provisión de liquidez de emergencia que los bancos griegos pueden solicitar (hasta por 89.000 millones de euros) han dejado al novel gobierno izquierdista de Alexis Tsipras en un callejón sin salida.
En efecto, el masivo voto “No” con que la ciudadanía helena se manifestó contraria a las políticas de austeridad impulsadas por las entidades financieras internacionales, ha quedado en el punto que hace algunos días anotara el presidente de la Comisión Europea, el socialcristiano, Jean-Claude Juncker, cuando calificó el referéndum como de “total irrelevancia” a la hora de las definiciones de la crisis.
Por de pronto, habrá recortes de gasto fiscal y previsional, alzas de impuestos y privatizaciones de bienes públicos según lo establecido por Bruselas. El arreglo, obviamente, tiene por objetivo aliviar la situación del pueblo griego, que exige auxilio inmediato, tras más de dos semanas con los bancos cerrados y sus ahorros en “corralito”, aunque también dejar estampado el control del “moral hazard” que la “troika” ha querido instalar para evitar futuras “sublevaciones” de otros países periféricos y/o deudores que si han acatado las normas para sus respectivos rescates y han obligado a sus ciudadanos a duros ajustes.
La propuesta, según ha trascendido, consiste en reformar el sistema de pensiones y poner fin a la jubilación anticipada; aumentar la edad de jubilación a 67 años, para el 2022; eliminar subvenciones al agro; aumentar el impuesto a las empresas de 26% a 28% y reducir el gasto militar en 100 millones de euros este año y en 200 millones de euros en 2016, entre otras medidas.
Para tales efectos, el gobierno de Tsipras debe ser apoyado mayoritariamente por su Parlamento, en momentos, en los que en Grecia ya escasean alimentos, servicios de salud y la fuga de capitales se eleva a más de 30 mil millones de euros, a un ritmo diario de más de 100 millones. El premier Tsipras, junto a su nuevo ministro de Finanzas (reemplazante del “duro” Yanis Varoufakis), Euclides Tsakalotos, instaron a firmar el acuerdo “para evitar una catástrofe humanitaria”.
Tsipras ha pasado, así, de héroe a villano en menos de una semana, luego que el golpe de realidad aplicado por la troika, amenazara con arrastrar la situación económica, política y social a un punto igual o peor del que su programa de Gobierno buscaba sacar a los griegos durante la campaña y buena parte de la posterior negociación con las entidades financieras.
Grecia deberá, pues, “ajustarse el cinturón”, so pena de no recibir la extensión del máximo de provisión de liquidez de emergencia para sus bancos por parte del BCE, mantener el “corralito” y caer en “default” por deudas que vencen entre junio y julio. A Tsipras no le ha quedado, pues, más remedio que revisar su programa, dado que, como es evidente, no tiene la sartén por el mango.
Tsipras había ofrecido menos troika y está saliendo trasquilado con aún más troika, si finalmente se aceptan las condiciones impuestas. El punto es si Grecia saldrá de su actual asfixia con tales medidas, las que, en todo caso, deben ser aprobadas antes de este miércoles 15 de julio por un Congreso que podría terminar por declinar su pertenencia a la zona Euro y a la moneda única. También podría suceder que el nuevo plan de austeridad la hunda aún más en su abismo recesivo, con todos los efectos sociales, políticos y económicos que aquello implica.
En cualquier caso, Tsipras se encuentra en la embarazosa disyuntiva de o renunciar ante su fracaso programático o conducir a un país que deberá ajustar duramente sus gastos para pagar. Y aun saliendo de la zona y del euro para retornar a su moneda nacional –que al menos le permitiría alinear la economía a su productividad, mediante una fuerte devaluación del dracma- debería enfrentar más desempleo, caída de las inversiones, aumento de la inflación, en un entorno sin acceso al crédito internacional, que no sea ruso o chino, pero por razones geopolíticas -aunque con Beijing enfrentando el estallido de su propia burbuja bursátil-, lo que tampoco permite prever mejoras de estabilidad en el área.