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Educación y memoria

Columna de opinión por Antonia García C.
Domingo 2 de agosto 2015 10:00 hrs.


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Educación y Memoria es el nombre de un programa argentino desarrollado por el Ministerio de Educación desde el año 2006 en adelante. Nace en el marco de la conmemoración de los 30 años del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 y apunta a brindar a los docentes de la educación primaria y –sobre todo– secundaria herramientas para abordar diversos ejes temáticos que dicen relación con DD.HH.: “Memorias de la dictadura: terrorismo de Estado en Argentina”; “Malvinas: Memoria, Soberanía y Democracia”; “Enseñanza del Holocausto”; “Pensar la Democracia”.

El Programa acompaña la reforma de la Educación del año 2006 que le otorga carácter obligatorio a la enseñanza del pasado reciente en los términos que estipula el artículo 92. Aunque la propuesta excede el marco de la conmemoración del 24 de marzo como Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia (2002) y su transformación en feriado inamovible (2004) de primer rango, lo que implica que las escuelas tengan la obligación de organizar actos afines, ambos hechos están relacionados: existe en Argentina una voluntad política de promover la educación sobre algunos de los grandes temas que han dividido la comunidad nacional e internacional y que cuestionan de manera dramática la idea misma de comunidad. Se puede hablar de Educación en Derechos Humanos, se puede hablar de Educación y Memoria pero, también, se puede hablar de Educación ciudadana.

¿Qué tipo de ciudadanía queremos y podemos promover? Esa podría haber sido una de las preguntas que el equipo que diseñó este programa se hizo. En parte, ese primer equipo estuvo compuesto por personas de larga trayectoria en temas de educación y con extensa experiencia en políticas públicas; confluyeron distintos saberes y disciplinas en la elaboración de los primeros materiales; pero, también, confluyeron personas de distintas generaciones cuya relación con la política se había desarrollado en contextos históricos muy diferentes. Por lo mismo, el Programa “Educación y Memoria”, en su concepción misma, se dio como espacio de diálogo, de formación y de construcción entre diversas generaciones.

El Programa dispone de una página accesible desde el sitio internet del Ministerio de Educación, desde la cual es posible descargar parte de los materiales desarrollados. Ahí también se explicitan los objetivos y el marco conceptual con el que se está trabajando:

“La enseñanza del pasado reciente se sostiene en la idea de que los derechos humanos son conquistas sociales, fruto de la acción humana, y en consecuencia, refuerza la noción de responsabilidad, participación e inclusión. Es desde la educación, entendida como una puesta a disposición del pasado en diálogo permanente con el presente y el futuro, que es posible invitar a los jóvenes a la reflexión, el debate, y la apertura de nuevas preguntas y respuestas para la toma de posición frente a sus realidades. En este sentido, constituye un aporte fundamental para la construcción de una nación justa, equitativa, económica y socialmente desarrollada, habitada por ciudadanos activos cuya responsabilidad se alimenta también a partir de reconocerse como parte de un pasado común”.

El Programa “Educación y Memoria” desarrollado por el Ministerio de Educación de la República Argentina, siendo relevante, no es más que una de las múltiples iniciativas que se vienen dando en términos de educación de niños y jóvenes en torno a estas temáticas. Otros programas de importancia son “Jóvenes y Memoria”, “La Escuela va a los juicios”, así como las iniciativas desarrolladas conjuntamente por el Ministerio de Educación y organismos de DD.HH. Entre otras particularidades, hay una que llama la atención: en estos programas, los DD.HH. no son abordados en términos de “mandamientos”; no se limitan a lo que NO se debe hacer; la perspectiva que se desarrolla no es la del miedo (“he aquí la lista de todo cuanto no debemos repetir porque de lo contrario nos pasarán cosas terribles”). La perspectiva que más sobresale es la de la valorización de lo que SÍ se quiere, de lo que SÍ parece necesario para la construcción de un futuro diferente, mejor, deseable, y esto porque “tenemos memoria”.

Por lo mismo, todos estos programas y otros le otorgan una extrema importancia a la creatividad a la hora de elaborar recursos para conocer el pasado en pos de un futuro planteado como construcción conjunta, en la que también participan los jóvenes.

Sumamente llamativa también, dentro de estas iniciativas, resulta el rol que ocupan los que los miembros del Programa de Educación y Memoria reconocen como “referentes” (léase: militantes y miembros de organismos de DDHH, entre ellos las agrupaciones de familiares) es decir quienes fueron, primero que nada, luchadores de la historia reciente. Con ello/as, junto a ello/as, en honor a ello/as, valorando sus experiencias, sus saberes, su manera de hacer y su voz, se han elaborado no pocos materiales que también están destinados a ser recursos en las aulas y que participan en la formación de futuros ciudadanos.

Sin duda, había que atreverse. Sin duda, nada de esto fue fácil. Sin duda alguien (muchos) tuvo que asumir las rupturas que este tipo de iniciativas y otras más sensibles todavía podían generar.

En esto pensaba en estos días leyendo algunas declaraciones suscitadas por la reapertura, en Chile, del caso de Carmen Gloria Quintana y de Rodrigo Rojas. Confío –a pesar de los infames– en que vamos a lograr como sociedad y a contracorriente de poderosos –sean éstos de derecha, de izquierda o de centro–, avanzar hacia un futuro donde personas como Carmen Gloria Quintana no serán perpetuamente sometidas a violencias, que vendrá el día donde tanto ella, como otros, podrán verse reconocidos como actores relevantes portadores de una palabra legítima con la que podemos y debemos dialogar, porque ellos son historia y parte de este presente y pieza fundamental del futuro que podemos construir. Y si bien es cierto, como señaló don Roberto Garretón hace unos días, que aquí, en nuestro país, “hay una decisión política de no educar sobre DD.HH.”, resulta tanto más valorable la iniciativa que algunos profesionales chilenos desarrollan en ese sentido, con ese preciso fin, teniendo todo o casi todo en contra. Desde las grietas, una parte de Chile está trabajando en pos de sus deseos y pensando en ese ciudadano que hemos sido, en ese ciudadano que somos, en ese ciudadano que podemos ser. Esa tarea urgente no es privilegio de nadie sino responsabilidad de todos.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.