Margot Loyola: El vuelo de la paloma

Margot Loyola ha muerto, pero no su trabajo y profundo amor por nuestra tradición, que ha quedado marcado en sus discípulos y seguidores.

Margot Loyola ha muerto, pero no su trabajo y profundo amor por nuestra tradición, que ha quedado marcado en sus discípulos y seguidores.

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Hay quienes viven endieciochados, esos chilenos que no necesitan las Fiestas Patrias para dar rienda suelta a la cueca eterna de lo que es vivir conectados con nuestra herencia patrimonial. Chilenos y chilenas que no necesitan la impostura del hablar ahuasado ni de andar disfrazados como para sentirse parte de nuestra tradición. Muy crítica de estas huasitas, vestidas como “lamparitas de velador”, llenas de vuelos que nada tienen que ver con la vestimenta de la mujer del campo chileno era Margot Loyola. Una voz que no temía la disidencia y que de manera frontal decía lo que pensaba y sentía.

Margot Loyola ha muerto sin embargo, de solo nombrarla es como si estuviéramos diciendo cueca, tonada o bandera. Un nombre con sello patrimonial marcado desde su nacimiento, un 15 de septiembre, como si la hubiesen preparado desde su natal Linares para las Fiestas Patrias que le iban a engalanar cada cumpleaños. Su sello eso sí, fue la investigación con una mano en la academia y, la otra, en los cultores tradicionales, que hacían de ella una de las mujeres que con más autenticidad se sumergía en mundos que por tantos años eran extraños, incluso que se miraban con sospecha. Margot Loyola junto a Osvaldo Cádiz, su compañero de más de cinco décadas, lograron hacer de la investigación en torno al folclore de nuestro país una línea de trabajo que le significó una cátedra con su nombre en la Universidad Católica de Valparaíso y un legado que durante años nos irá sorprendiendo por su profundidad. La Universidad de Chile desde comienzos de la década del 40 fue la vinculación que tuvo con un mundo que poco se relacionaba con el cultivo del folclore y el estudio de la tradición viva. Ella fue una pionera, un puente entre ambos mundos.

Hija de una farmacéutica y un hombre de campo, hace presumir que desde allí surgió la alquimia que la hicieron una mujer seductora y coqueta que a sus más de 90 años seguía moviendo el pañuelo blanco con gracia y alegría. Contaba Margot Loyola que cuando empezó a cantar junto a su hermana Estela, ella se concentraba más en el piano, que su voz la consiguió sacar junto a la profesora Marta Hauser y, con ella, reconoce a una lista enorme de músicos, folcloristas y cantoras a quienes no duda en consignar como sus verdaderos maestros, entre los que cuenta a Carlos Isamitt, su profesora de piano Flora Guerra, Pablo Garrido, Eugenio Pereira Salas, Cristina Miranda y, hasta su amiga, Violeta Parra.

Sus investigaciones se transformaron en varios libros, entre los que se cuentan Bailes de la tierra, El Cachimbo, La Tonada: Testimonios para el futuro; La cueca: Danza de la vida y de la muerte (2010); y 50 danzas tradicionales y populares en Chile (2014); y un ciclo de 25 programas radiales, Conversando Chile con Margot Loyola y Osvaldo Cádiz.

Editó más de una quincena de discos en Chile y varios más en el extranjero. El último de ellos fue Otras voces en mi voz (2010).

En reconocimiento a su gran labor, en1994 recibió el Premio Nacional de Arte, mención Música. Conformó una legión de discípulos que se han formado en su mayoría al alero de conjuntos como Cuncumén o Palomar.

Margot Loyola ha muerto, pero no su trabajo y profundo amor por nuestra tradición, que ha quedado marcado en esos discípulos y seguidores, como el músico y cuequero Daniel Muñoz, quien tuvo la oportunidad de aceptar su manera de ver nuestra tradición folclórica, cuando dice que con ella aprendió que “el folclor tiene que ver con una dinámica, con algo que está en constante movimiento, como el mar que va transformando una orilla o una roca, va moldeando o la roca se va acomodando a lo que le propone el mar. Si bien nuestras tradiciones son sólidas, no quiere decir que sean inmutables. Es lo que atesoro mucho de las conversaciones con ella: que estamos en presencia de algo vivo, no algo que está en un museo para ser venerado y adorado”, como señala en el reportaje del periodista Rodrigo Alarcón, Margot Loyola: la profesora incansable.

La partida de Margot Loyola nos deja en el alma una triste tonada, como el vuelo de una paloma.





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