Margot Loyola: La profesora incansable

Tiene 96 años y ya no da entrevistas ni participa de actividades, pero junto a su marido Osvaldo Cádiz continúa preparando libros y entregando su conocimiento a incontables alumnos. De cuecas, tonadas, bailes y amor por los pueblos hablan aquí quienes han conocido de cerca a la más importante de las investigadoras de nuestras tradiciones que continúa con vida.

Tiene 96 años y ya no da entrevistas ni participa de actividades, pero junto a su marido Osvaldo Cádiz continúa preparando libros y entregando su conocimiento a incontables alumnos. De cuecas, tonadas, bailes y amor por los pueblos hablan aquí quienes han conocido de cerca a la más importante de las investigadoras de nuestras tradiciones que continúa con vida.

Este viernes 15 de septiembre de 2017, al cumplirse 99 años del natalicio de Margot Loyola, rescatamos este artículo publicado originalmente en junio de 2015, acerca de su intensa labor como investigadora y maestra.

Antes de estudiar Pedagogía en Castellano, antes de ser alumno y luego ayudante de Margot Loyola, antes de codirigir el conjunto Palomar y antes de publicar innumerables libros y artículos junto a su mujer acerca de variadas tradiciones chilenas, Osvaldo Cádiz vivía en San Fernando y estaba obsesionado con el rocanrol. Con el baile, para ser precisos.

“Me fascinaba. En los ‘50 iba a ver las películas de Gene Kelly y Fred Astaire y en mi casa trataba de imitar sus pasos. Luego vino el boom del rock. Empezó a sonar en las radios y nos decían cómo era, pero no lo conocimos hasta que llegó la película Al compás del reloj (Rock around the clock). La estrenaron en el cine Real, que quedaba en Compañía, al llegar a la Plaza de Armas de Santiago”, recuerda ahora.

Osvaldo Cádiz era tan fanático, que consiguió algo de dinero y un lugar donde alojar y tomó un tren a Santiago. Vio la película no una ni dos ni tres veces, sino muchas: “Como estaba metido en la juventud católica, me quedé en una casa de reposo y me aprendí el recorrido de memoria: tenía que llegar a La Moneda, cruzar la Plaza de la Constitución en diagonal, caminar otra cuadra y subir. Me quedé como dos o tres días y, como era rotativo, me iba lo más temprano posible después de almuerzo y me quedaba toda la tarde viéndola. Tenía como 14 años y de tanto ver bailar, aprendí y llegué a San Fernando a enseñarle a mis compañeros”, relata.

Luego, en 1958, cuando se instaló en Santiago para estudiar, Osvaldo Cádiz seguía siendo un joven “colérico”, pero ganó un concurso de baile en una radio y el premio era un curso de cueca, enseñada por Margot Loyola. Aunque han pasado las décadas desde entonces y han viajado, dictado clases y hecho publicaciones juntos, Osvaldo Cádiz corrige cuando se le dice que en el pasado fue alumno de Margot Loyola.

“Sigo siéndolo”, precisa.

Células activas

Osvaldo Cádiz es el más cercano de los innumerables alumnos que ha tenido Margot Loyola Palacios, nacida un 15 de septiembre de 1918 en Linares. Luego de formar el dúo Las Hermanas Loyola junto a su hermana Estela y de sus primeras incursiones en los campos para recopilar canciones tradicionales, en 1949 Margot Loyola se integró a las Escuelas de Temporada que realizaba la Universidad de Chile y comenzó una labor pedagógica que ni siquiera hoy se ha detenido.

También tuvo sus maestros, algunos de los cuales homenajeó cuando recibió el Premio Nacional de Artes, en 1994: Carlos Isamitt, por ejemplo, quien le mostró el mundo mapuche. Blanca Hauser, su maestra de canto. Flora Guerra, quien le enseñó piano. Pablo Garrido, Eugenio Pereira Salas, Cristina Miranda y hasta su amiga Violeta Parra.

margot_loyola_y_violeta_parra

A ellos habría que sumar a todas las anónimas personas que le enseñaron cantos, danzas y tradiciones que luego ella se ha encargado de transmitir a sus alumnos: “El sistema de trabajo en terreno que tenemos con Margot es ser una célula activa dentro de la comunidad, pasar a ser uno más de ellos”, explica Osvaldo Cádiz. “Cuando estudiamos el cachimbo, por ejemplo, nos llevó más de cinco años en Pica, Matilla, Tarapacá, Iquique, toda esa zona. Estudiábamos la danza, la mostrábamos y la gente nos decía: está bien, pero algo nos dice que ustedes son del sur tratando de bailar como el norte. Entonces les preguntábamos: ¿es por el pañuelo? ¿Los pasos? No, está todo, nos decían. ¿Entonces qué falta? Hay algo que no dice no más poh, nos respondían. Era eso interno que debe tener todo intérprete, captar el espíritu de esa danza para luego poder entregarla con fidelidad. Así, recién a los cinco años nos dijeron: ahora son como nosotros”.

Una de las principales herramientas de la pareja para enseñar es Palomar, el conjunto que fundaron en 1962 y que busca encarnar ese método de trabajo: “Cada vez que escuches al Palomar, siempre será distinto. Lo mismo pasa con la danza. Nosotros entregamos todas las posibilidades de pasos, de movimientos, y cada vez el alumno tiene que recrear la danza, hacerla propia, internalizarla, no repetirla”, asegura Osvaldo Cádiz.

Hoy, Palomar está a cargo sobre todo de un coordinador general, Richard Faúndez, quien se integró al grupo en 1984, cuando ensayaban en la Recoleta Domínica. Así recuerda el primer encuentro con la maestra: “Yo llevaba muy poco tiempo y cuando mis compañeros supieron que iba Margot, se produjo una cierta tensión que en su momento no entendí. Es que Margot siempre se ha caracterizado por ser directa y si algo no le gustaba, lo decía”, rememora.

La casa de Osvaldo y Margot

A la labor de Palomar hay que sumar una multitud de grabaciones, artículos y extensas investigaciones. Solo entre los más recientes: los libros La tonada: Testimonios para el futuro (2006); La cueca: Danza de la vida y de la muerte (2010); y 50 danzas tradicionales y populares en Chile (2014); el disco Otras voces en mi voz (2010); y un ciclo de 25 programas radiales, Conversando Chile con Margot Loyola y Osvaldo Cádiz.

“Ahora estamos completando cuatro libros, con la ayuda de nuestros alumnos”, añade Osvaldo Cádiz, apuntando a otra arista de su labor: la gran cantidad de personas que llega a su casa en La Reina para aprender.

Una de ellas es la cantautora Natalia Contesse, quien se acercó a Margot Loyola en 2009, luego de un viaje a Bolivia en que tocó música chilena y se dio cuenta que “en realidad no sabía nada”. Así, comenzó a visitar a la pareja, escuchaban música y ella les mostraba sus composiciones, hasta que llegaron a una conclusión: “En el fondo, lo que yo estaba buscando era la tonada”, dice Natalia Contesse.

También llegó a su casa, más de una vez, Daniel Muñoz. En su caso, fue luego de actuar junto a 3 x 7 Veintiuna en el Festival del Huaso de Olmué: “Hicimos un espectáculo de cueca y días después me invitaron a su casa”, recuerda el actor. “Nos agradeció la difusión de la cueca y comenzó una amistad. Cada cierto tiempo nos reuníamos, conversábamos, nos hacían comentarios y nos pasaban material”.

Luego, Daniel Muñoz se hizo cargo de la obertura del Festival de Viña del Mar y se basó en la investigación que Margot Loyola había hecho sobre la cueca en Latinoamérica, sobre la cual gira también el espectáculo que hoy presenta junto a su banda, Los Marujos. Con ellos, más tarde, grabó el disco Cueca (2013), que les provocó un reproche: “Hicimos una cueca que pensábamos que era cuyana, pero Osvaldo y la señora Margot nos dijeron que era una tonada simple, así que nos destruyeron un diez por ciento del disco”, recuerda entre risas el cantante. “Tuvimos que volver a buscar hasta encontrar una cueca cuyana como corresponde, que es lo que cantamos ahora en vivo”.

Otro que recibió el llamado de Margot Loyola y Osvaldo Cádiz después de actuar en Olmué fue Daniel Riveros (Gepe), quien también llegó a su casa para cantar y conversar: “Para que me escuchara, tenía que cantarle al lado de su oído y fue súper emocionante, porque me decía ‘qué bonita esa parte’. Estaba muy atenta y ponía todo su esfuerzo para escuchar. Fue inolvidable”, recuerda.

Daniel Riveros dice que le llamaba la atención “que una persona aparentemente tan ortodoxa como Osvaldo Cádiz pudiera apreciar o interesarse por algo tan poco ortodoxo como lo que hago. Ya era genial que no lo encuentre una falta de respeto. En general, el mundo más ortodoxo no me tiene tanta buena y me parece natural, casi obvio, entonces es divertido que una autoridad del folclor tuviera esas ganas de conocerme”.

Una vela que se apaga

¿Qué fue lo más importante que te enseñó Margot Loyola? Es una pregunta para la que muchos se toman un momento antes de responder. Natalia Contesse, por ejemplo, dice que fueron demasiadas, pero ensaya una respuesta: “Fue la confirmación de la profundidad del folclor, que la vi en la pasión y certeza de ella. También en las experiencias que me cuenta, en sus caminos, en cuando encuentra a la gente. Ella me decía: uno camina para adentro por los campos, se siente el viento y ahí está la tonada, la fuerza, la profundidad, el sentimiento, el llanto de una tonada. Esa es la confirmación de que este lenguaje es muy profundo y muy importante tomarlo, más si uno está en este territorio”, explica.

Daniel Muñoz, en tanto, acude a un recuerdo particular: “La palabra dinámica me quedó grabada de una conversación que tuve con ella. Que el folclor tiene que ver con una dinámica, con algo que está en constante movimiento, como el mar que va transformando una orilla o una roca, la va moldeando o la roca se va acomodando a lo que le propone el mar. Si bien nuestras tradiciones son sólidas, no quiere decir que sean inmutables. Es lo que atesoro mucho de las conversaciones con ella: que estamos en presencia de algo vivo, no algo que está en un museo para ser venerado y adorado”.

Gepe, por su parte, recurre al asombro: “Cuando la conocí ella tenía más de 90 años, apenas escuchaba, pero le ponía mucho entusiasmo. Hablaba como si tuviera 15 ó 20, con el mismo entusiasmo de una persona joven o de una persona que está obsesionada con algo. Era un entusiasmo profundo, esa llama que tiene adentro”.

Osvaldo Cádiz, finalmente, dice que lo primero que aprendió de Margot Loyola es “el profundo amor y respeto por los pueblos y el dolor por las injusticias que sufren”. Luego, recuerda cuando hacían clases juntos: “A los alumnos les decíamos que no íbamos a enseñarles que esta es la verdad absoluta. Venimos a mostrar puertas y ventanas, ustedes sabrán por qué ventanas miran y por qué puertas salen y qué camino toman, pero lo que hagan, que esté cimentado en un profundo estudio y cariño por el hombre que es portador de estas manifestaciones. Eso les decíamos y es otra gran enseñanza que me deja Margot: aprender a ver, a respetar y a querer. Más que la danza, lo que importa es su portador; más que la canción, importa quién la canta, cómo la canta y por qué la canta”.

El próximo 15 de septiembre, Margot Loyola cumplirá 97 años. Continúa recibiendo personas en su casa, pero ya no da entrevistas ni tampoco hace apariciones públicas. En mayo pasado, incluso, un comunicado salió al paso de un supuesto deterioro de su estado salud.

¿Cómo está ella ahora?

Osvaldo Cádiz, su marido, su compañero de investigaciones, su alumno, lo responde: “Margot no está enferma. Le hemos hecho exámenes y está todo muy bien, pero es como una velita que se cansó de alumbrar y se está apagando. Como decimos en el campo, tiene 96, pero anda en los 97. Ella decidirá el momento en que diga “me voy de Chile y me despido de toda la gente que me quiere y pregunta por mí”. Está muy tranquila, eso es lo principal”.

Foto principal: Academia Nacional de Cultura Tradicional Margot Loyola Palacios.




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