En uno de los edificios que dan la bienvenida al Paseo Bulnes hay cinco marcas en el muro, justo entre el espacio que dejan dos ventanas de uno de los pisos superiores. Hacen una forma curva y en la tarde, cuando el sol cae al poniente de Santiago, son uno de los últimos puntos que se iluminan en esa fachada que mira hacia La Moneda.
Esos cinco orificios son los únicos que se conservan en esa fachada, que fue refaccionada hace un par de años. Caminando hacia el sur, sin embargo, se ven muchos más con facilidad: son las huellas del 11 de septiembre de 1973.
Por costumbre, por indiferencia o por ignorancia, casi nadie las ve. Un día de semana, a media tarde, es mucha la gente que camina por el Paseo Bulnes. Hay estudiantes, oficinistas, empleados de los servicios públicos que funcionan en el barrio, jóvenes militares que transitan entre los edificios castrenses y otros que simplemente matan el tiempo. Se asoman a las armerías que pueblan el lugar, están en las mesas de los cafés y restaurantes o miran a los perros que rondan las piletas, pero nadie levanta la cabeza.
Si lo hicieran ante el edificio que hoy ocupa el Servicio Agrícola Ganadero (SAG), por ejemplo, o frente al de la Caja de Previsión de la Defensa Nacional (Capredena), se darían cuenta de inmediato que las ventanas están rodeadas de marcas. Algunas han sido estucadas, otras parecen permanecer intactas desde hace 42 años.
Son al menos 138 las huellas de bala que se pueden observar desde el comienzo del paseo hasta el Parque Almagro, donde está la estatua del Presidente Pedro Aguirre Cerda y las piedras con las que Lorenzo Berg pretendía hacer un monumento al mandatario. En un edificio ubicado entre Cóndor y Eleuterio Ramírez, por ejemplo, se observan algunos impactos. La mayoría, no obstante, se concentra entre Alonso de Ovalle y Tarapacá, a pocos metros de La Moneda. Poco se sabe de ellas y quienes se han preocupado de averiguar un poco no han logrado obtener mucho más allá de lo evidente: que mientras caían las bombas sobre el palacio presidencial, el paseo que ideó el arquitecto Karl Brunner se convirtió en un campo de batalla, donde las balas iban y venían.
“Algunos relatos dicen que esto se convirtió como en una trinchera, porque además se estaba construyendo la Línea 1 del Metro. Fue un lugar estratégico. A medida que llegaban militares por calle Tarapacá, iban también atacando algunos actos de resistencia que surgieron desde las ventanas de los edificios”, cuenta la actriz Pamela Navarrete, que lleva al menos tres años mirando esas huellas con detención y buscando otras.
Ella es parte de un colectivo que desde 2013 organiza Bulnes intervenido, una acción que se realiza el último viernes de septiembre y que ilumina las huellas de bala con punteros láser. La primera vez que lo hicieron, reunieron medio centenar de personas, entre amigos y familiares. La segunda, doblaron esa cifra y sumaron a vecinos y personas que habían trabajado o vivido en el sector, así que pudieron aportar más historias. Este año, pretenden reunir unas 150 personas que no solo apunten con láser las marcas de los edificios, sino que también participen de un recorrido con efectos sonoros y visuales, a lo largo de todo el paseo.
“Son huellas de violencia que han sido permanentes durante todos estos años”, dice el arquitecto Gonzalo Arias, que también participa de la iniciativa. “Por otro lado, es importante el lugar donde se encuentran: es el centro del país, es un espacio creado para que nos encontráramos y en el que existen estas huellas que no queremos olvidar. Queremos reconocerlas y mantenerlas para no olvidar que, en algún momento, las marcaron”.
Así, al menos por un día, los transeúntes alzan la vista y ven las huellas. Al menos las que van quedando: “Es un proceso con el que nos vamos a encontrar todo el tiempo”, admite Pamela Navarrete, al recordar el caso del edificio que está al inicio del paseo y que fue remodelado. Fueron los vecinos, de hecho, los que hicieron que esas cinco marcas quedaran como testimonio de lo que ahí había ocurrido alguna vez.
“La memoria se dirige, se posiciona en espacios que se institucionalizan y se segmentan un poco, entonces nos permiten recordar en esos espacios y en esas fechas determinadas. Por eso es importante que nos vayamos tomando los espacios públicos y reconociendo las huellas de la dictadura a lo largo de toda nuestra ciudad. No es algo que tenemos que destinar solo al 11 de septiembre y en ciertos lugares, es algo que cruza a toda nuestra ciudad y a la gente con la que compartimos”, añade.
En el futuro, los organizadores de Bulnes intervenido quisieran seguir ampliando su rango de acción. Dicen que ya han encontrado testimonios y huellas en otros sectores del centro de Santiago. Más apartados, cerca de avenida Matta, o más cerca del centro de la batalla, junto a La Moneda.
En cualquier caso, el objetivo es evitar que esas huellas se sigan desvaneciendo, dice Gonzalo Arias: “Es como lo que pasó con La Moneda, que la ves intacta. Cambió el color, pero se ve igual a como era antes del golpe. Se han ido borrando las huellas que quedaron en el entorno y eso también hace que la memoria sea fácil de borrar”.
Cuándo y dónde
Bulnes intervenido se realizará el día viernes 25 de septiembre, a las 18:30 horas, y el recorrido comenzará en las piedras del Parque Alamagro. Más información en Bulnes intervenido.