Señor Director:
La figura que describe la espiral es conocida. Se trata de una curva que da vueltas en torno a un punto al mismo tiempo que se aleja cada vez más de éste. Pero si traigo a colación esta figura geométrica no es por el gusto del repaso de materias escolares sino porque ella ilustra bastante bien lo que ha ocurrido con ciertos chilenos en los últimos 42 años.
En efecto, más de alguno de nosotros conoce o ha conocido a uno de esos antiguos militantes de la Unidad Popular que cuando regresaban del exilio en la segunda mitad de los 80 lo hacían a veces con un entusiasmo contagioso y, decían, con la voluntad de seguir inspirándose de los principios generosos que fueron los de ese movimiento político. Sin embargo, al paso de algunos breves años y sobre todo a partir del primer gobierno concertacionista se observó en ellos una rápida evolución.
Así, esos militantes de antaño, no solo comenzaron a encontrar ciertas ventajas a la política neoliberal abyecta de autoría juntista, sino que progresivamente, y a veces aceleradamente, en la medida en que comenzaron a beneficiar de ella y de los puestos de gobierno, se transformaron en defensores encarnizados del modelo que trituraba ya la vida de muchos chilenos.
Pero a medida que el tiempo fue pasando, no solo la fortuna personal de esos antiguos militantes conoció una mejora sustancial, que ellos nunca habían imaginado, sino que la catadura moral de muchos de ellos degeneró hasta límites increíbles.
En efecto, la curva de la espiral ha seguido alejándose del punto de partida, es decir del compromiso social de otrora, para dispararse, en esos individuos, hacia los comportamientos más turbios y serviles respecto de los grupos dominantes y hacia las conductas corruptas más ignominiosas, como lo han demostrado recientemente los casos de parlamentarios y dirigentes coludidos en PENTA, la SOQUIMICH de Ponce Lerou, y tantos y tantos otros. Todo ello acompañado de una adhesión descarada a las instituciones heredadas del pinochetismo.
Sin duda que Chile no tiene la exclusividad de las brutales vueltas de chaqueta que llevan a los tránsfugas a adorar hoy lo que ayer había vituperado. Sin embargo, pienso que pocas veces en su historia nuestro país ha experimentado la grosería dantesca con que ciertos dirigentes han traicionado los ideales de un pasado reciente. Ello nos lleva también a preguntarnos sobre la consistencia política que tenían estos individuos cuando se posicionaron al lado de Allende y, asimismo, ello nos hace recordar las palabras del gran escritor italiano Giuseppe di Lampedusa quien en su obra El Gatopardo habla de las sociedades que después de conocer una época heroica dejan el paso a otra época donde dominan los lobos, las hienas y los chacales.
Por fin, en situaciones como la actual un empeoramiento de nuestra triste realidad no puede ser descartado, lo que puede llevarnos sin duda a penosos escenarios que es difícil imaginar. De allí que aparezca más urgente que nunca el llamado a la construcción de una nueva institucionalidad para poner fin a esta espiral antes de que ella se convierta en una espiral infernal.
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