Turquía: la permanente obsesión por Europa

Existe en el ADN de la política interna y externa turca, desde su fundación como República tras el derrumbe del Imperio Otomano, una línea de conducta destinada a fijar sus objetivos estratégicos mirando occidente, en lugar del cobijo geográfico, histórico y cultural al cual pertenece.

Existe en el ADN de la política interna y externa turca, desde su fundación como República tras el derrumbe del Imperio Otomano, una línea de conducta destinada a fijar sus objetivos estratégicos mirando occidente, en lugar del cobijo geográfico, histórico y cultural al cual pertenece.

Esta impronta, intensificada a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial, ha definido los avatares internos y externos de la República turca, decidida a que se le reconozca como una más de las naciones europeas, abrigadas bajo el manto protector, primero, de la Organización del Tratado del Atlántico Norte – OTAN- de la cual los turcos son miembros de pleno derecho desde febrero del año 1952 y luego de la Unión Europea, conformada por hasta ahora por 28 naciones, donde los gobiernos de Ankara, sean estos civiles o militares, se han esmerado en cumplir cada una de las tareas y obligaciones que Bruselas ha impuesto. Y, si ello implica convertirse en el custodio de la riqueza Europea, proteger su fortaleza y contener en su territorio a cientos de miles de posibles inmigrantes para no contaminar el “sagrado suelo de la Unión”, Ankara está dispuesto a jugarse el todo por el todo con tal de recibir las migajas de la mesa de los poderosos de Berlín, París y Londres.

Mirando a Europa

La orientación turca hacia el oeste tiene su génesis política concreta en 1949, cuando pasa a formar parte del Consejo de Europa. Ello, en el plano de los intereses occidentales de tener un muro de contención a los afanes políticos de una Unión Soviética, que en ese entonces había tejido su bloque de alianzas en Oriente Medio y Europa Oriental. Sin embargo, por más empeño, por más avances que logre, por más énfasis que despliegue en concretar las exigencias que la UE le imponga, el objetivo europeísta turco sigue sin llegar a buen puerto, convirtiéndose así en el eterno candidato.

En julio del año 1959 la República Turca solicita su adhesión a la que fue la antecesora de la Unión Europea, la denominada Comunidad Económica Europea – CEE –. En septiembre de 1963, Turquía y la CEE firmaron el Acuerdo de Ankara, que definió los primeros pasos para un Tratado de Asociación entre ambos. Esta idea se intensifica en 1970, cuando se rubrica un protocolo adicional, que reforzó los lazos comerciales y económicos entre la CEE y Turquía, proporcionando un calendario destinado a la supresión de aranceles y cuotas sobre los bienes. Con la idea de instaurar una Unión Aduanera, que no ha podido ser cumplida por las enormes aprensiones que socios europeos como Francia e Inglaterra y la propia Alemania – que tiene en su suelo a 2 millones 700 mil habitantes de origen turco y es el principal socio comercial de Turquía- tienen con respecto a una posible incorporación de pleno derecho de un Estado Turco.

Reparos que también han sido impulsados por Chipre, este último país enfrascado en una pugna desde el año 1974 con Turquía tras la invasión a la isla y la instauración de la República Turca del Norte de Chipre, que dividió el territorio chipriota en dos, sin que hasta hoy se vislumbre solución alguna que implique el retiro de las tropas turcas y se vuelva a unir esa isla europea. Dificultades que se intensificaron tras el Golpe Militar del año 1980, considerado el más sangriento desde la instauración de la República turca – teniendo como antecedentes los golpes del año 1960 y 1971 –  que congeló las relaciones entre Turquía y los países miembros de la CEE, sólo restablecidas tras las elecciones del año 1983, previa elaboración de una nueva constitución, dictada por los militares y sometida a un referéndum signado por graves irregularidades.

Esas elecciones devolvieron al mundo civil, en apariencia, la administración del Estado con una tutela militar que se mantiene hasta hoy. El líder de ese Golpe Militar, el general Kenan Evren a pesar que triunfó el liberal Turgut Özal, se mantuvo en el poder hasta el año 1989. Esa nueva constitución – que tenía como base el cuerpo legal del año 1961 – concretó el paso de un sistema bicameral  a una sola cámara, sumando mayores atribuciones y competencias en el poder ejecutivo y la introducción de limitaciones al ejercicio de los derechos y libertades fundamentales. El ejército turco ha mantenido hasta la actualidad un importante grado de influencia en el desarrollo de la vida política de Turquía, como también en el plano regional pues con su millón 100 mil hombres es el segundo ejército más numeroso de la OTAN, tras Estados Unidos.

Para el analista catalán Miguel Moreno Vuelta  en su interesante trabajo sobre la tutela militar en la política de Turquía señala “Se puede decir que, desde 1960, el estado de vigilancia del ejército lo colocó permanentemente en el poder, pero sin formar parte de él: durante más de cuarenta años Turquía estuvo bajo un gobierno militar de baja intensidad, esto es, los gobiernos elegidos democráticamente podían actuar sólo dentro de los márgenes establecidos por las fuerzas armadas…Sin embargo, muchos de los acontecimientos de la historia turca, incluidas las actuaciones del ejército, iban a estar marcados por el contexto internacional del siglo XX y los intereses de potencias extranjeras algo que cambió el sentido del kemalismo original”

Los militares turcos se consideran los guardianes de lo que se ha llamado kemalismo: la ideología basada en los principios del fundador del país, Mustafa Kemal Atatürk. Después de la muerte de Ataturk, el ejército turco ha sido el promotor de cuatro golpes de Estado: 1960, 1971, 1980 y 1997. Golpes enmarcados en la visión militar de hacer frente a las amenazas que el mundo castrense considera son el principal enemigo de la república: el islamismo, la inestabilidad política y el separatismo kurdo. Un Estado turco, que si bien se define como laico está conformado, mayoritariamente por musulmanes lo que signa la cultura, el pensamiento, el actuar y la vida cotidiana de gran parte de la población turca.

Las dificultades en la postergada incorporación de Turquía a la UE, da a conocer más bien razones socioeconómicas  en el retraso de la incorporación de Turquía a la UE, ejemplificado por la prohibición de la libre circulación de trabajadores turcos en la frontera de los firmantes del acuerdo de Schengen, Pacto firmado en esa ciudad luxemburguesa el año 1985 y en pleno vigor desde 1995 establece la libre circulación de toda persona, que haya entrado regularmente por una frontera exterior o resida en uno de los países que aplican el convenio. De allí la importancia que le asigna Turquía, a ser admitido como miembro de la UE y el interés de Bruselas de retrasar esa incorporación visto, sobre todo, el tema de los inmigrantes económicos y solicitantes de asilo que se han incrementado notablemente desde 2011 a la fecha cuando se consolida la intervención estadounidense y europea en países de Oriente Medio y del Magreb, que son los grandes proveedores de seres humanos en busca de mejores horizontes de vida.

Un paso adelante y dos atrás

El 18 de diciembre de 1989, los afanes turcos por formar parte del grupo de países agrupados en la Comunidad Europea sufre un duro varapalo, cuando la Comisión Europea se niega a iniciar de inmediato negociaciones de adhesión, citando la situación económica y política de Turquía, malas relaciones con Grecia y su conflicto con Chipre, pero en general, reafirmando la posible adhesión a la meta, dando así un calmante a las urgencias turcas y al mismo tiempo imponiéndole duras condiciones desde el punto de vista de ajustes económicos y políticos estructurales. El anhelo turco de ingresar de pleno derecho a la Unión Europea, en este vaivén que ya se extiende por casi medio siglo, tuvo una fecha significativa el 12 de diciembre de 1999, cuando el Consejo Europeo reconoce a Turquía como aspirante en igualdad de condiciones con otros posibles candidatos. En el mes de diciembre de 2002 el Consejo Europeo señala que “la Unión Europea debe iniciar negociaciones con Turquía sin demora para su incorporación al organismo si Turquía cumple los criterios de Copenhague”.

Estos criterios de Copenhague o conocido también como normas de adhesión son las reglas que definen, según la UE, si un país es elegible para convertirse en miembro de esa comunidad política supranacional, estableciendo que todo país que presenta su candidatura de adhesión debe cumplir las condiciones que impone el artículo 49 y los principios del artículo 6, apartado 1 del Tratado de la UE. Para adherirse a la UE, un nuevo Estado miembro debe cumplir tres criterios: el criterio político, es decir, la existencia de instituciones estables que garanticen la democracia; el Estado de derecho; el respeto de los derechos humanos y el respeto y protección de las minorías. También debe cumplirse el criterio económico: la existencia de una economía de mercado viable, así como la capacidad de hacer frente a la presión competitiva y las fuerzas del mercado dentro de la Unión y finalmente el criterio del acervo comunitario: es decir, la capacidad para asumir las obligaciones que se derivan de la adhesión, especialmente aceptar los objetivos de la unión política, económica y monetaria.

Los esfuerzos turcos por integrar la UE han sido hasta ahora infructuosos. Sólo cantos de sirena para unir a su bandera nacional a la enseña azul de las estrellas. Bien sabe Turquía que el hecho de ser considerado país candidato no le otorga el derecho de adhesión automática, ya que el compromiso de respeto a los derechos humanos, la fortaleza democrática de las instituciones estatales, el reforzamiento de sus infraestructuras y administraciones deben ir en concordancia con lo que la UE considera el acervo comunitario.

En el caso específico del respeto a los derechos humanos, los gobiernos turcos están al debe con respecto a la minoría kurda sometida a la represión y la inequidad en materia de respeto  su cultura, lengua y derechos políticos, económicos, sociales y de igualdad ante la ley, sólo aliviado en parte por las presiones de la Unión Europea tras la captura del líder kurdo Abdullah Ócalan en 1999. El conflicto entre la administración central y los Kurdos significó la muerte de decenas de miles de kurdos, la destrucción de miles de aldeas y poblados de este pueblo, además del desplazamiento de 700 mil kurdos cuya lucha aún se mantiene en la acción del Partido de los Trabajadores del Kurdistán, considerado un grupo terrorista por Ankara.

Desde octubre  -del año 2005 al 2011 se abrieron varios capítulo de acuerdos entre la UE y Turquía, en áreas tan variadas como :  Derecho de establecimiento y libre prestación de servicios, derecho de sociedades, Servicios Financieros, Sociedad de la Información y Medios de Comunicación, Estadística y Control Financiero. Capítulo de Ciencia e Investigación. Capítulo sobre Política de la Empresa Industrial y abierto. Capítulo sobre estadísticas y control Capítulos sobre Protección de la Salud y Consumo y las redes transeuropeas. Capítulos sobre Derecho de Sociedades y la Ley de Propiedad Intelectual, derecho sobre la libre circulación de la Sociedad de capital e información y medios de comunicación, materias de tributación, sobre Medio Ambiente, seguridad alimentaria, política veterinaria y fitosanitaria.

La adhesión depende de los progresos realizados por los países candidatos, que la Comisión Europea sigue y evalúa periódicamente. Y, en ese plano la Turquía del presidente Recep Tayyip Erdogan y el primer ministro Ahmed Davutoglu no ha sido lo suficientemente democrática para obtener el beneplácito de una Unión Europea que observa con recelo a este país de 80 millones de habitantes, musulmán, con un 35 por ciento de la población menor a los 15 años y una estructura política con una fuerte tutela militar de sus instituciones pero, que le es funcional para la defensa de los intereses de occidente en Oriente Medio, sobre todo en la política de contención a la influencia iraní y rusa en la zona y como punta de lanza para tratar de derrocar al gobierno de Bashar al Assad en Siria y contra Hezbolá en El Líbano.

En el plano más inmediato, Alemania, a través del papel cumplido por su canciller, Angela Merkel – quien viajó expresamente a Estambul el día 18 de octubre –  ha puesto sobre la mesa lo que Europa espera de Turquía: convertirse en el nuevo gendarme de la frontera sureste. Merkel ofreció a Erdogan avances en su proceso de adhesión a la UE, abriendo nuevos capítulos a cambio que Ankara refuerce el control migratorio sobre los decenas de miles de hombres y mujeres que tratan de abrirse paso hacia la fortaleza europea.

Los medios de comunicación europeos, en forma mayoritaria han señalado que el convertirse en el guardián de la puerta de atrás de la Unión Europea puede tener premio para Turquía. En el plano del “qué me ofrecen” las autoridades turcas lograron arrancar varias promesas en firme a la canciller alemana, a cambio de reforzar el control sobre la ola de refugiados: apertura de nuevos capítulos – en específico el capítulo 17 respecto a la economía y aquellos vinculados a temas de justicia, libertades y derechos fundamentales. Como también acelerar la liberalización de visados Schengen para los ciudadanos turcos. Además de la entrega de fondos extraordinarios – 3 mil millones de euros – destinados, supuestamente, a la atención de los dos millones de refugiados que están en suelo turco”

En el encuentro con la canciller teutona, el mandatario turco aprovechó de solicitar el apoyo, no sólo de Alemania, sino también de Francia y el Reino Unido, para facilitar la entrada de Turquía en la UE. El binomio turco Erdogan-Davutoglu es consciente, que previo a las elecciones parlamentarias del 1 de noviembre, el conseguir flexibilizar el tema de visados para sus ciudadanos puede ser una baza de enorme valor para aumentar su caudal de votos. Está claro que Turquía cumplirá la labor que en los últimos años cumplió Muhamar Gadafi en Libia con respecto a los inmigrantes magrebíes y subsaharianas: retener a los que lograba detener antes de embarcar a tierras europeas cruzando el mediterráneo o readmitir a aquellos que llegaban a suelo europeo y se les devolvía a sus puertos de origen.

En Estambul, Angela Merkel, para no dejar lugar a dudas sobre el papel que cumplirá su socio eternamente postulante a la UE sostuvo que “debemos tener una migración regulada y coordinada y debemos ver formas de apoyar a Turquía y cómo posibilitar esa migración normada hacia la Unión Europea” el fondo es que Merkel, y por ende sus corifeos europeos desean gastar menos dinero en mantener, retener o readmitir a los solicitantes de asilo en Turquía,  que en sostener ese peso político y de claro contenido de respeto de derechos humanos en los ricos países europeos. Es un acuerdo para seguir protegiendo el sueño europeo a través de taponar sus fronteras externas donde el trabajo sucio es efectuado: en el oeste por España, en el sur por Italia y Grecia y por el este Turquía. Dejando de lado los derechos de los refugiados.

Así, Europa, especialmente Alemania y Francia se liberan de una pesada carga en imagen y de posibles sanciones electorales de su población nativa y le asignan el papel de gendarme a la fiel y entusiasta Turquía deseosa de agradar al eje París-Berlín como ya lo ha hecho también con Washington el plano del papel cumplido en la política de agresión contra Siria, contra la población Kurda y el rol que cumple, junto a Israel y Arabia Saudita contra Irán y Rusia. Todo se compagina, adquiere claridad en este juego hegemónico sangriento, donde refugiados, desplazados, población civil en Siria, Palestina, Yemen e Irak cumplen el papel de meras piezas de un ajedrez global, frente a los afanes de dominio de Oriente Medio de la alianza Estados Unidos- Unión Europea y la triada conformada por Ankara-Riad y Tel Aviv.

En el caso turco, este país y su alianza político-militar, está dispuesto a pagar cualquier costo frente a la posibilidad de ser admitido en el club europeo, aunque ello conlleve ser considerado europeo de segunda clase, cumplir las labores de aseo y obedecer cabeza gacha,  las ordenes de la plutocracia del Viejo continente, donde poderoso señor es Don Dinero.

*Artículo del autor cedido por HispanTV




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