Desde temprano se supo, en Buenos Aires, que la Plaza estaba colmada, que sería difícil llegar. La línea A, que no funcionó durante el día, retomó su servicio a eso de las cinco de la tarde.
En San Pedrito, uno de los extremos de la línea, subieron dos personas: una madre y su hija. La hija guiaba a la madre, la llevaba de la mano. La hija tendría 60 años. La madre por lo menos 80. Se sentaron y la hija abrió la cartera para sacar algo que bien podía ser un abanico. Hacía calor en Buenos Aires hoy también. Pero no fue un abanico lo que sacó sino dos banderitas argentinas. Y eso, en este día (9 de diciembre), en ese horario, en ese lugar (un metro que se dirigía a Plaza de Mayo) sólo podía significar una cosa: allá vamos… los que no nos vamos…
De a poco, los vagones se fueron llenando de personas de todas las edades, de todas las condiciones, varias entraban con niños. Y cuando el subterráneo llegó a destino y se detuvo al otro extremo de la línea, en la estación Perú, terminando ahí su trayecto ya que la Plaza estaba colmada, la gente salió e irrumpió en un aplauso. Sin apuros, como si no hubiera otro motivo de estar ahí que no fuera permanecer en el andén, el aplauso fue cerrado y prolongado. Era un aplauso para Cristina, un aplauso para acompañar a Cristina Fernández de Kirchner en su último día como Presidenta de la República Argentina.
Pero quizás era también un aplauso dirigido a cada uno de los presentes. Un aplauso de ciudadano a ciudadano, de compañero a compañero. Porque todos los que llegaban a la estación Perú, tenían algo en común. No había tristeza en ese aplauso. Por el contrario, se hubiese dicho que todos habían revisado antes de salir de sus casas, las palabras de Arturo Jauretche:
“El arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no vencen. Por eso venimos a combatir por el país alegremente. Nada grande se puede hacer con la tristeza”.
Siempre en el andén, la hija que llevaba ahora a la madre del brazo le dijo a otra pasajera en tono cómplice: “parece que vamos al mismo lugar”. Y la mujer le respondió que sí, que claro que sí y le deseó mucha suerte. “Lo mismo digo yo”, respondió la hija.
Luego todo transcurrió con serenidad. La salida del metro, la entrada en avenida de Mayo, la incorporación a las columnas que avanzaban con sus banderas hacia la Plaza. Con sus diversas banderas. Hay que insistir en esto. Porque nunca se vio algo así en Argentina: en un mismo espacio, confluyendo hacia un mismo lugar, tantas banderas rojas, representativas de diversas corrientes de las izquierdas tradicionales, junto con banderas celeste y blanco, representativas de las diversas corrientes del peronismo. Entre las banderas más surrealistas (se podría decir) la que aguardaba a la salida del metro Perú: “Comunistas con Cristina”. Será.
Por todos lados, la gente. Familias enteras. Por momentos faltaba el aire. Pero no había empujones. Unos y otros se trataban en la Plaza exactamente como lo que eran: personas que tienen algo en común. Algo que les importa y que algunos intentaron resumir en los improvisados carteles que se vieron pasar. Por ejemplo este: “Gracias Cristina por esta Independencia. Por reclamar por la Patria. Por los pobres y por tu siembra de conciencia”. Otros se habían escrito en sus vestimentas lo que fue uno de los lemas del kirchnerismo en estos últimos años: “Una década ganada”. Otros habían pegado en alguna pared sus respectivos mensajes: “Gracias Cristina. Firmado: José”. Ese era el sentimiento imperante: el agradecimiento.
Para quienes no lo saben, se puede recordar que durante años, la Plaza de Mayo fue un símbolo de barbarie. La barbarie tal como se desató con el bombardeo de la Plaza en 1955. Otros episodios son más conocidos. Durante décadas, la Plaza de Mayo fue la Plaza de las Madres, la Plaza del reclamo, la Plaza donde todos los enfrentamientos y todas las violencias eran todavía posibles en el año 2001. Y eso fue también lo que cambió en estos últimos doce años.
Como una síntesis de lo demás: la Plaza de Mayo se fue convirtiendo de a poco en un lugar de encuentro, de celebración al que se podía concurrir con los hijos, teniendo la total seguridad de que nada malo iba a pasar. Muchos hijos argentinos crecieron en estos diez años yendo a Plaza de Mayo, no a reclamar por sus derechos sino a agradecer porque esos derechos, ahora, eran respetados. No a pedir Verdad y Justicia sino a agradecer, una vez más, porque había Verdad y porque había Justicia.
Sin duda muchos de los presentes hoy, en la Plaza, recordaron. En eso se distinguían. Los más viejos, los que recordaban más, se daban abrazos más largos. Sabían lo que había costado ganar. Sabían cuánto se podía perder.
El acto al que se había convocado empezó a las 19.00 horas. La Presidenta descubrió en la Casa Rosada un busto del Presidente Néstor Kirchner a quien rindió homenaje, en presencia –entre otros– del Presidente Evo Morales. Mensaje que fue difundido en la Plaza. Durante ese discurso repasó distintos aspectos de lo que fueron los gobiernos kirchneristas, sus logros, sus dificultades. Finalizada esa parte del acto, la Presidenta salió a la Plaza donde se dirigió a los presentes. (Se estima que había más de 700.000 personas). El que lo desee puede buscar y escuchar el discurso completo. Estas fueron las palabras finales:
“[…] y decirles mis queridos compatriotas que cada uno de ustedes, cada uno de los 42 millones de argentinos tiene un dirigente adentro y que cuando cada uno de ustedes, cada uno de esos 42 millones de argentinos sienta que aquellos en los que confió y depositó su voto lo traicionaron tome su bandera y sepa que él es el dirigente de su destino y el constructor de su vida. Esto es lo más grande que le he dado al pueblo argentino, el empoderamiento popular, el empoderamiento del ciudadano, el empoderamiento de las libertades, el empoderamiento de sus derechos. Gracias por tanta felicidad. Gracias por tanta alegría”.
Varias horas después, en una plaza de San Telmo, plaza con mesas que suele ser muy concurrida, se vio pasar un auto que entró a pegar bocinazos, un poco a la manera en que se hace los días de victoria en otros rubros. Del auto salieron los brazos de todos los pasajeros formando la V. La vieja V que tiene una larga historia en este país, donde cobra un sentido particular… Por todos conocido. Fue cosa de que pasara el auto y la plaza entera se puso de pie y entró a cantar su Volveremos otra vez.
Nunca hubo despedida más parecida al reencuentro. Ni mayor convicción de que, aquí, nadie se va a ninguna parte. La mitad de la población que le ratificó a la Presidenta su apoyo el pasado 22 de noviembre piensa seguir viviendo en el país, combatiendo por el país. Definitivamente empoderada y, como si fuera poco, a la manera de Jauretche.
Eso es también lo que está en riesgo y lo que habrá que saber defender: la posibilidad de que esta lucha siga siendo con alegría.