Nigeria ha sido escenario de centenares de asesinatos cometidos contra la comunidad chiita de este país africano. Muertes que a pesar de su crueldad y grado de violencia no han generado esas reacciones tan propias del mundo occidental, que sale a las calles para proclamar el amor por la vida, siempre y cuando esa vida sea occidental. Je Suis Chiita no es parte del sentir de los gobiernos de Francia, Inglaterra, Estados Unidos o aquellos que se conmovieron por los ataques en París el pasado 16 de noviembre atribuido a Daesh, mostrando de esa manera, que para algunos existen muertes de primera y segunda categoría.
Los asesinatos de los fieles chiitas en Nigeria a manos del Ejército y el grupo terrorista takfirí Boko Haram deben ser condenados sin distinción alguna, no hacerlo así y separar las muertes porque ocurren en Europa o en África es seguir perpetuando el colonialismo mental y el servilismo, de aquellos que sacan a relucir sus pancartas de Je Suis Paris y dejan enterrados los lamentos por el pueblo sirio, palestino, libio, saharaui o en este caso la comunidad chiita de Nigeria. No vale más un francés que un palestino o un yemení, no vale más un muerto parisino que uno de Zaria en el norte nigeriano y, sin embargo, la dependencia mental propia de sociedades coloniales y la infamia nos sigue dominando.
Las frases cliches, la solidaridad con unos y el olvido con otros. El sentirse francés –por la muerte de los atentados en París– más que nunca, como sostenían algunos voz en cuello por las principales capitales del mundo, exhibiendo pancartas y con selfies como pruebas de su profunda indignación, no sólo es ridículo e inmoral cuando se realiza en función de unos y el olvido de otros. Ello es un acto dotado de una profunda deshumanización. No he escuchado o leído a esos horrorizados pro-franceses sentirse sirios, libaneses, yemenitas, palestinos, saharauis. El colonialismo y servilismo mental les llega a la médula a ese tipo de personas, que no han movido un dedo por la muerte de chiitas en Nigeria, mostrando en ello, parece ser, el profundo desprecio que les ocasiona un ser humano que no es blanco ni cristiano, de otro modo no se entiende que no estén marchando en las calles de Washington, París, Londres, Roma, Sydney, Tokyo, entre otras, millones de personas pidiendo justicia por los muertos en Nigeria.
El país de las 500 lenguas
El país más poblado del continente africano –con 170 millones de habitantes– y su primera potencia económica, por delante de Sudáfrica, con un crecimiento del 7 por ciento anual y un PIB de 400 mil millones de dólares, representa el ejemplo patente de la desigualdad social entre las élites enriquecidas por el principal producto de exportación de este país africano: el petróleo. Y la gran mayoría de la población, el 63 por ciento de ella, que sobrevive en condiciones paupérrimas con apenas dos dólares al día.
En ese panorama, adquiere relevancia la ubicación territorial del oro negro –ubicado principalmente en el delta del Río Níger, en tres Estados del sur nigeriano– que exacerba las diferencias entre los 36 estados y un Distrito Federal, que conforman este país. Desigualdad que se multiplica entre los Estados del sur donde se ubica la explotación petrolífera y los Estados del norte, paupérrimos, sujetos a la distribución arbitraria y corrupta de las riquezas derivadas de la venta del preciado combustible fósil. Ello, unido al desastre medioambiental del manejo de este tipo de materias primas que vierten los peligrosos residuos sin tomar en cuenta la salud de la población, sin importar su ubicación o creencia religiosa.
Nigeria está sujeta hoy no sólo a los peligros de una sociedad dividida en lo económico, sino también en materias de origen étnico y religioso, que además sufre la violencia de atentados y secuestros llevados a cabo por un grupo terrorista takfirí de nombre Boko Haram –que en idioma Hausa significa “la pretenciosidad es anatema”– y otros grupos menores pero de igual perfil salafista. A ello se une la acción del Ejército Nigeriano acusado de ejercer una represión brutal no sólo contra la disidencia interna, sino también contra las minorías étnicas y religiosas, como es el caso de la población chií.
Un terrorismo que se extiende con una facilidad pasmosa desde el nordeste en el Estado de Borno –donde nace Boko Haram el año 1995– con connotaciones políticas y religiosas hasta el Estado de Kano, en el norte. Según datos entregados por el Instituto para la Economía y la paz a través de su Índice Global de Terrorismo, Boko Haram, en cantidad de muertos atribuido a sus acciones, es considerado el grupo takfirí más mortífero. Este índice de terrorismo global viene a ser una medida integral de los efectos directos e indirectos del terrorismo en 162 países estudiados, en términos de vidas perdidas, lesiones, daños a la propiedad y sicológicos a través de las secuelas del terrorismo.
La República de Nigeria es un país donde el 50 por ciento de la población es musulmana, fundamentalmente ubicado en el norte del territorio, un 48 por ciento cristiano y un dos por ciento que se declara seguidor de otras creencias. Se consigna en informaciones oficiales que en Nigeria coexisten más de 250 grupos étnicos, se hablan 500 lenguas distintas con costumbres y tradiciones disímiles. Dentro de las etnias, el grupo mayoritario es el norteño Hausa Fulani, gran parte del cual profesa la fe musulmana. Los Yoruba, otro importante grupo étnico de los cuales un 50 por ciento son católicos y un 25 por ciento musulmanes habitan la zona sur. Los Igbos del sudeste nigeriano es un grupo predominantemente cristiano. A estos grupos étnicos hay que sumar las comunidades Efik, Ibibio, Annang e Ljaw.
Para el académico Mbuyi Kabunda, establecido en Europa, Nigeria, a pesar de las enormes cifras en materia de población, extracción de petróleo, número de lenguas, etnias, entre otros indicadores, “es un gigante con pies de barro, enfrentado desde su independencia a graves contradicciones internas –históricas, regionales, étnicas y confesionales– que dan lugar a diversas fuerzas centrífugas. La concentración de sus exportaciones, un 90 por ciento de hidrocarburos, la dependencia alimentaria por el abandono de la agricultura, la corrupción endémica y la mala gestión pública, sobre todo, durante las sucesivas dictaduras militares, condenan al 75 por ciento de la población nigeriana a vivir bajo el umbral de pobreza absoluta. Nigeria ocupa el puesto 142 del Índice de Desarrollo Humano sobre 169 países”.
Je suis chiita
Es en ese marco que las noticias que provienen de Nigeria nos consignan que no sólo se han intensificado las luchas tribales, las disputas étnicas y los crímenes cometidos por los grupos terroristas como Boko Haram, que han actuado en el país africano generando hasta hoy la muerte de 20 mil personas, al amparo de la imposición de una creencia que atenta contra el Islam, como es la doctrina takfirí. Sino que también se ha intensificado el crimen impune, hasta hoy de cientos de musulmanes chiitas, atacados por el Ejército Nigeriano bajo acusaciones calificadas de falsas por la comunidad chiita de Nigeria.
Efectivamente, el Ejército Nigeriano, para justificar el arresto de la máxima autoridad religiosa chiita en Nigeria, el Sheij Ibrahim Zakzaky y fundamentar los crímenes cometidos en la norteña ciudad de Zaria, acusó a las chiíes de intentar atacar un convoy militar donde viajaba el jefe del Estado Mayor del Ejército, General Yusuf Buratai, quien visitaba Zaria. El pasado domingo 13 de diciembre las fuerzas militares llevaron a cabo un ataque, calificado como brutal contra la residencia del Líder de la comunidad chiita de Nigeria, matando a cientos de personas, incluyendo en ellos al hijo del Sheij Ibrahim Zakzaky, quien a su vez fue herido, detenido y trasladado a una prisión custodiada por efectivos del Ejército.
Instituciones como Amnistía Internacional han cuestionado el accionar del Ejército Nigeriano, calificándolas de abuso ante los miles de muertos –unas diez mil en los últimos cinco años– asignados a las acciones contra Boko Haram. El grupo defensor de derechos humanos con sede en Londres mencionó a varios altos mandos del Ejército como responsables de estas muertes que no distingue entre terroristas, población civil, niños y mujeres, y solicitó al recientemente electo gobierno presidido por el ex Dictador Militar, Muhammadu Buhari, que investigue esos abusos.
La acusación afirma: “El ejército de Nigeria, incluidos algunos de sus comandantes, debe ser investigado por participar, sancionar o no prevenir las muertes de más de ocho mil personas asesinadas, muertas de hambre, sofocadas y torturadas hasta causarles la muerte”, se lee en el reporte, en el cual no se consigna, en lo específico, los centenares de muertes de la comunidad chiita, perseguida por el Ejército Nigeriano y que en los últimos días ha significado una serie de ejecuciones, ataques, asesinatos y encarcelamiento de cientos de creyentes de esta comunidad musulmana. La última de las cuales implicó herir y detener al líder chiita Sheij Ibrahim Zakzaky.
¿Qué explica este inaceptable ataque, que se une a aquel ejecutado el Día Mundial de Al Quds, cuando tropas gubernamentales abrieron fuego contra los participantes en ese acto pacífico matando a 33 fieles? La explicación parece venir del firme empeño del mundo chiita, encabezado por su autoridad religiosa de denunciar la política de alianzas del gobierno nigeriano y en específico el Ejército y sus altos mandos con los servicios de inteligencia de la entidad sionista y, al mismo tiempo, mantener estrechas relaciones con grupos salafistas como Boko Haram. Grupo terrorista que el pasado mes de noviembre reivindicó la autoría de un ataque suicida que mató a 25 chiitas en la ciudad de Kano, en el norte del país. Ataque que contó con el apoyo de fuerzas del ejército, como fue denunciado en su oportunidad.
Este nuevo crimen contra la comunidad chiita en Nigeria, junto a la detención de su líder religioso, se dio un día después que las fuerzas del Ejército dieran muerte a una decena de fieles chiitas. Esto, mientras participaban del funeral de aquellas personas que murieron en un ataque del grupo takfirí Boko Haram el jueves 10 de diciembre en la localidad de Kamuya, en el Estado de Borno. Una semana trágica para la comunidad chiita que se ha visto conmocionada por estas muertes, que provienen tanto de balas del ejército como de machetes takfiristas.
Todos estas agresiones generaron el rechazo y la condena por parte del gobierno de Irán, que a través de su mandatario, Seyed Hasan Rohani, señaló la necesidad de “crear un grupo de investigación que encuentre la verdad sobre este ataque, esperando que el gobierno de Nigeria se preocupe de las víctimas… el mundo musulmán, más que nunca, necesita paz y que los problemas se resuelvan de forma pacífica. Hoy en día existen grupos que buscan dividir y suscitar conflictos entre los musulmanes en los países islámicos. Ante ello, todos tenemos que mantener los valores del Islam y la unidad de los musulmanes. Nuestro país está en disposición de proporcionar cualquier tipo de asistencia, en particular el envío de equipos médicos para el tratamiento de las víctimas”.
Resulta vergonzoso dar cuenta del silencio de las autoridades de gran parte del mundo frente a las masacres ejecutadas contra la comunidad chiita de Nigeria. Los países y autoridades de occidente, tan dados a condenar y solicitar sanciones, han hecho caso común en este silencio cómplice. Parece ser que vale más un muerto francés que uno nigeriano. Un muerto en Londres que uno en Beirut. Esta doble moral es la que causa perplejidad, vergüenza, pero también genera encono contra aquellos que suelen rasgar vestiduras cuando las muertes alcanzan su territorio, pero las ignoran cuando se trata de culturas o creencias distintas a las suyas. Eso es parte de la doble moral, el doble rasero de nuestras sociedades, tan criticado en los últimos años y que sin embargo no se modifica.
* Artículo del autor cedido por www.islamoriente.com