El Índice de Gerentes de Compras (IGC) del sector manufacturero general chino, un indicador de la firma financiera Markit, descendió en diciembre hasta unos inesperados 48,2 puntos, frente a 48,6 en noviembre, afectando las expectativas de los mercados cuando recién se inician las jornadas 2016, pues, si la cifra es inferior a 50, muestra que la tan temida contracción china se está produciendo.
Tras conocerse el IGC, el índice CSI 300, que recoge la renta combinada de unas 300 empresas que cotizan en las bolsas de Shanghai y Shenzhen, cayó 7 por ciento, una hora y 32 minutos antes de su cierre habitual, obligando a la paralización de las transacciones por primera vez, luego que las autoridades lanzaran el 1º de enero pasado un mecanismo de interrupción de operaciones para suspender compraventas temporalmente (15 minutos) cuando se presentan alzas o caídas significativas. Empero, la pausa no enfrió ánimos, y el 7 por ciento con que concluyó prematuramente la jornada, llegó rápidamente tras el cuarto de hora en que ambos mercados estuvieron congelados.
La mala cifra del IGC aumentó las incertidumbres existentes sobre la evolución probable de la economía china y los miedos a su más profunda ralentización y menor crecimiento, obligando no solo al cierre prematuro de sus parqués, sino también impulsando fuertes caídas en los principales mercados europeos, de EE.UU. y Latinoamérica, a lo que se sumó una animosa apreciación del dólar y depreciación del yuan y otras monedas emergentes como el peso, que en Chile se alzó a 718 unidades.
En una economía mundial financiera hiperconectada, las reacciones del asustadizo dinero suelen ser más nerviosas que las de los antiguos agentes de la economía real productiva, en la medida que variaciones de entre 3% y 7% en el precio de acciones de firmas que se cotizan en bolsa, dado los volúmenes que se mueven diariamente en esos mercados, explican, por ejemplo, el porqué de pérdidas que, por sobre US$ 20 mil millones, afectaron al patrimonio del archimillonario Carlos Slim. Es decir, si una empresa está valorada por el mercado en US$ 100 mil millones, cuando el precio de su acción cae 7%, la firma ha perdido US$ 7 mil millones de su anterior valor y si sube ese porcentaje, su apreciación habrá crecido en igual proporción.
Demás está señalar que todo el proceso responde por sobre todo a expectativas de los agentes, pues, en los hechos, la firma real que representa esa acción, sigue vendiendo, gastando y produciendo lo mismo que el minuto antes que su valor en Bolsa cambiara como consecuencia de señales como el IGC manufacturero chino, que parecen pre anunciar que esas compañías producirán, venderán y/o gastarán menos, la economía se ralentizará, las firmas tendrán menos utilidades y, por consiguiente, necesitarán menos materias primas, haciendo caer el precio del cobre. También habrá que proteger el valor de los activos en monedas fuertes, como el dólar, aumentando su demanda y fortaleciéndolo, y vender las monedas de países emergentes, induciendo su más rápido debilitamiento.
La actividad financiera navega, pues, en ese turbulento margen de la economía, haciendo ganar o perder miles de millones a sus actores, aunque también, entregando señales -muchas veces aleatorias o especulativas- que, sin embargo, sirven a los agentes de la economía real para evaluar sus propios proyectos de inversión, reduciendo sus riesgos mediante una planificación más ajustada a los precios que dichos mercados se muestran dispuestos a pagar por determinados bienes o servicios.
Las fuertes oscilaciones de precios que se han observado en el mundo desde la crisis financiera de 2008, si bien responden a una infinidad de factores que van desde el endeudamiento y el costo del dinero, hasta la inflación, valor de la energía, tipo de cambio, productividad de factores, innovación, tecnología, mano de obra y otros, tienen un impacto negativo entre quienes manejan el destino de las inversiones, pues es natural que aquellos quieran asegurar que su capital les dé utilidades más altas que tener el dinero en un depósito bancario, al tiempo que buscan cierta liquidez que les permita acceder a todo o parte de sus recursos con rapidez, ante oportunidades más rentables.
El ámbito en que esto ocurre con mayor evidencia es el financiero, pues cumple con al menos dos requisitos: rentabilidad eventual más alta que un depósito a plazo y rápida liquidez, aun cuando el riesgo sea más alto. Así y todo, inversiones en un puerto, embalse o industria, tiene riesgos similares y, además, “atascan” los recursos en el proyecto hasta que aquel dé frutos para recuperar lo invertido. En dicho marco, lo obvio es que gran cantidad de capitales estén circulando más en las finanzas especulativas -que crean burbujas de precios en diversos sectores-, que en proyectos de la economía real más exigente, ralentizando así el empleo y el consumo de quienes invierten y laboran en áreas no financieras.
La nueva caída del IGC manufacturero chino no es, pues, sino una muestra más de la dirección que han tomado los capitales mundiales, y de lo cual la caída bursátil observada, el fortalecimiento del dólar y desplome del yuan y el peso, son consecuencias, tal como la baja del precio del cobre, que se compra en el billete verde, que se hace más caro para otras monedas.
Estamos, pues, ante un panorama aleatorio al que con seguridad seguiremos asistiendo, pues China está en un proceso de reorganización desde su exitoso foco exportador anterior, cuando tenía un entorno mundial de dinero barato y abundante gracias al multiplicador de la banca transnacional que endeudó a los países y empresas por sobre lo razonable y generó burbujas por doquier, a uno de mayor demanda y consumo interno, que la obliga a mejorar su productividad y reducir sus costos, devaluar el yuan y subir sus tasas de interés internas, tanto para reducir su alto endeudamiento, como para poder elevar el nivel de vida de los aún más de 700 millones de habitantes rurales que siguen fuera del milagro de las costas chinas.