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El “aguante” del chileno

Columna de opinión por Vivian Lavín
Miércoles 6 de abril 2016 6:37 hrs.


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Mucha razón tenía Adela Cortina cuando decía que “el líder empresarial ha venido a destacarse como el paladín de los más admirados valores, como el ejemplo de las más envidiadas cualidades y los más codiciados resultados, sustituyendo al caballero andante de las gestas medievales, al burgués de la Revolución Industrial, al obrero revolucionario de la tradición socialista, a los héroes bélicos de nuestros relatos infantiles, al militante comprometido de nuestra temprana juventud”. Sin embargo, el análisis de esta destacada filósofa española, cuya materia de trabajo en los últimos años ha sido la ética aplicada a las empresas, ha perdido vigencia cuando, en muy poco tiempo, se ha derrumbado, como un enorme edificio dinamitado en sus bases, el prestigio de los empresarios, a partir de las continuas y cada vez más explosivas informaciones que son desclasificadas a través de Internet. La casta de los empresarios a nivel mundial ha sido desenmascarada y, quienes posaban como los adalides de un sistema que prometía prosperidad, han sido expuestos en sus inmundicias.

Junto a la pandilla de pedófilos protegidos por la Iglesia y los políticos de izquierda y de derecha, los empresarios comparten los titulares más escandalosos y repugnantes, en una carrera que no pareciera tener fin.

En Chile, el punto de inflexión se produjo en ese fatídico enero de 2015, cuando de manera inédita, los mega empresarios Carlos Alberto Délano junto a Carlos Eugenio Lavín eran enjuiciados en la plaza pública llamada televisión y luego llevados a prisión por ser considerados “un peligro para la sociedad”. Un mes más tarde, el hijo de la Presidenta y su cónyuge les robaban la primera plana salvándolos de manera sospechosamente providencial del escarnio permanente. Después, vino Soquimich y el sistema de cohecho implementado por el hábil ex yerno del dictador que salpicó a casi toda la clase política. Y siguió la escandalera para estallar en los Panama Papers, que comprometen a Pedro, Juan y Diego en Chile y el mundo.

Extremadamente difícil resulta hoy encontrar la reserva moral en la que poder guarecerse de este colapso ético global. Porque aunque el ex presidente empresario diga que Chile es un país probo, lo cierto es que la evidencia dice lo contrario. Como cuando quien dirige un organismo destinado a velar por la transparencia exhibe al destaparse su vinculación con empresas corruptas, una renuncia con la mayor gracia y desparpajo de un artista consumado, como si él, en plena función de El lago de los cisnes y enfundado en un gran tutú blanco, decidiera suicidarse.

Los islandeses votaron a su Primer Ministro a raíz de esos Papeles de Panamá. Son los mismos que, hace unos años, ignoraron al FMI cuando los amenazó con las penas del infierno si no lo obedecían en su plan para sacarlos de la debacle económica provocada por los especuladores. Pero decidieron salir solos y lo lograron. Ahora, en menos de 24 horas, se movilizaron y repudiaron a su corrupto mandatario.

Pero acá en Chile nos quejamos puertas adentro. Echando la talla, mordiendo el polvo, por no decir, la mierda que nos salpica desde las pantallas de la televisión con cada nuevo escándalo. Perplejos al comienzo, iracundos después, pero solo en la intimidad del hogar o a través de las redes sociales, memes mediante.

En Chile, la rabia no da para salir a las calles. Esas se las tomaron los delincuentes que desplazaron a los estudiantes. La indignación en esta Patria no es suficiente para evocar la dignidad de su pueblo. La ira se sublima engañando al compadre y perdiendo su amistad de años por unos cuantos pesos; robándole a los viejitos cuando van a cobrar sus pensiones; contándole el cuento del tío a esa amiga de la amiga… y también, faltándole el respeto a las mujeres, manoseándolas cuando no matándolas. Impresiona lo que se llama el aguante del chileno.

¿Hasta cuando?, nos preguntamos. Según el liberal Alexis de Tocqueville, “para comprender a los pueblos, es más importante conocer sus leyes que su geografía; pero más importante aun que conocer sus leyes es conocer sus costumbres, a las que llama los hábitos del corazón”, nos recuerda Cortina.

Lo que puede salvarnos de esta descomposición social es recurrir a ese patrimonio cultural compartido; a esa buenos hábitos que los griegos llamaron virtudes que aun nos caracterizan y nos permiten reconocernos como pueblo, diverso y respetuoso. Y este trabajo no le corresponde a nuestros políticos ni curas ni empresarios quienes están demasiados ocupados en defenderse de la verdad que los golpea. Esta es una tarea que urge y requiere de hombres y mujeres, jóvenes y niños indignados; de un pueblo entero con la convicción y decisión de decir basta.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.