Jorge Luis Borges, el paradigma del lector total, decía que “basta que un libro sea posible para que exista”. Para el autor de La biblioteca de Babel (1941), el universo es infinito como una biblioteca de todos los libros posibles, la que siempre se irá renovando y en la que el lector -el devorador de libros- es el custodio del tesoro, como Hsiang, el bibliotecario de su poema El guardián de los libros (Elogio de la sombra, 1969).
Libros malditos, malditos libros es un borgeano volumen en el que Juan Carlos Díez Jayo (Bilbao, 1967) elabora la idea de una biblioteca imaginaria repleta de libros curiosos, únicos, que han pasado a la historia, incluso a la leyenda, por motivos singulares que van desde el alarde pintoresco al delirio y la obsesión de bibliófilos incansables. Breves relatos que dan cuenta de la pasión de leer, producir y atesorar (y acumular) libros; obras que “han cambiado las vidas de quienes los han leído”, afirma Díez Jayo, “muchos lectores han cerrado un libro y eran sutilmente diferentes a cuando lo habían abierto, impregnados de esa extraña suspensión del tiempo que te hace ser otro una tarde de domingo. Porque no todo puede sentirse, por eso hay libros”.
En 42 breves capítulos encajados en 257 páginas, vamos conociendo títulos, autores e historias a ratos inverosímiles, como invenciones novelescas, tan apasionantes como ilustrativas, acompañadas de pequeñas fotografías y grabados de escritores, portadas y páginas para el deleite de todos aquellos que, olvidando la aceleración que impone nuestra época, se emocionan con un pasado hecho de tipografía, papel y pergamino.
Entonces, siguiendo la ruta trazada por Italo Calvino en su Colección de arena (1984), como el observador asombrado que intenta describir y examinar lo que ve, que elige con cuidado el objeto de su reflexión, Díez Jayo nos invita con su particular obra a pertenecer a una sociedad (casi) secreta: la de los que sueñan y añoran estantes de curiosidades, anaqueles repletos de libros remotos, raros y maravillosos.
Escrito con un estilo directo, con un lenguaje claro y depurado, a ratos irónico y siempre absorbente, Libros malditos, malditos libros se desborda en sucesos llamativos y personajes excéntricos, extraños, provocando en el lector una especie de ansiedad por descubrir qué otra rareza más se encontrará en el siguiente capítulo. A ratos, hasta cuesta comprender cómo la imaginación humana puede llegar a semejantes extremos con tal de satisfacer la obsesión libresca.
Por inverosímiles que parezcan, su autor nos informa que todos los casos relatados tienen base real y han sido rastreados atentamente en la literatura de todas las épocas, convirtiéndolo en una obra de referencia de larga vida, mucho más allá que un simple anecdotario: su lectura constituye una verdadera declaración de amor a los libros.
En sus páginas, Juan Carlos Díez Jayo también se interroga acerca del fenómeno de la lectura y su naturaleza más íntima, los límites de la ficción y las reglas del juego narrativo. Y lo hace poniendo de manifiesto una innegable voluntad de estilo que convierte a Libros malditos, malditos libros en una pequeña joya literaria.
De esta forma, vamos conociendo extrañas formas de hacer libros, como la extinta práctica de empastar textos con piel humana. Y no eran excepciones ni excentricidades de la Edad Media, pues fue una práctica que se utilizó hasta los primeros años del siglo XX (justo antes de la Primera Guerra Mundial). La piel se sacaba de, por ejemplo, guillotinas, delincuentes condenados a muerte y anónimos difuntos, y eran volúmenes muy apreciados por los bibliófilos. O el libro más grande del mundo, aquél que pesaba 75 kilos y estaba encuadernado con la piel de 160 carneros. O el que mide más de dos metros de largo… y otros extremadamente pequeños, como aquél que mide tan sólo 0,97 milímetros.
También conoceremos la batalla de sir Arthur Conan Doyle contra su propio personaje: el escritor británico terminó odiando a su adorada creación, Sherlock Holmes, y hasta intentó eliminarlo, sin embargo, el personaje de ficción salió vencedor de tan singular batalla.
Otro interesante capítulo se refiere a las impertinentes erratas. Esos desagradables gazapos que se cuelan casi en cualquier texto, por mucho que escritores, correctores y editores se esmeren en erradicarlas. Así, Díez Jayo nos cuenta que la primera edición del Quijote de la Mancha contaba la no despreciable cifra de 3.925 erratas.
Y, como es sabido, a veces una inoportuna errata cambia el sentido del texto y hasta puede llegar a ofender a quien se pretendía halagar, como la historia del periodista a quien se le encargó una loa a la hija del dueño del diario en el que trabajaba, la que terminaba así: “Basta escribir su nombre, Mercedes, para que se sienta orgullosa la tinta”. Por desgracia, apareció escrito “tonta” en vez de “tinta”, y el autor fue recompensado con el despido inmediato.
O historias un tanto absurdas, como la de un tal Robert Shields, que escribió el diario más extenso del que se tenga registro, pues anotó cada uno de sus días durante 25 largos años, llegando a escribir 37 millones de palabras, contando su anodina vida y dando detalles de lo que había comido y hasta las veces que había ido al baño.
De esta forma, Libros malditos, malditos libros es una verdadera delicatessen para los amantes de los libros, una joya literaria que ningún aficionado a la lectura debería perderse. Una obra de referencia de rarezas y excentricidades para tener a mano y leer mil veces.
Libros malditos, malditos libros
Juan Carlos Díez Jayo
Editorial Piel de Zapa, 257 páginas.