En la primera edición de Radioanálisis, Mónica Echeverría conversó con Patricio López sobre su último libro “¡Háganme callar!”, que será presentado hoy a las 19 horas en el Salón de Honor de la Casa Central de la Universidad de Chile por nuestro director, Juan Pablo Cárdenas; el ex ministro de gobierno de Salvador Allende, Jacques Chonchol, y el profesor del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile, Carlos Hunneus.
Al hurgar en sus recuerdos, Mónica Echeverría recuerda la época en que se volcó definitivamente hacia la causa de los desposeídos, a pesar de provenir de la oligarquía: el tiempo en que su marido, Fernando Castillo Velasco, ejerció la rectoría de la Universidad Católica y llevó a cabo la reforma universitaria en esa casa de estudios. Tiempos en que fue influenciada por los jóvenes que lideraron la toma, todos muy cercanos a la familia y que frecuentaban la casa: José Joaquín Brunner, Enrique Correa, Jaime Estévez, Fernando Flores, Óscar Guillermo Garretón e Eugenio Tironi. A esa lista sumó a Max Marambio y Marcelo Schilling, para preguntarse por qué años después cambiaron sus ideales de juventud, por qué decidieron pasar de la revolución a favorecer a los más poderosos. Ella les llama “conversos”, aunque reconoce que la palabra “traidores” les sentaría bien a algunos.
¿Por qué te obsesionó este tema y cómo te sobrepusiste a las recomendaciones para no escribir sobre estos personeros políticos?
Yo creo que fue porque tuve muchas ilusiones respecto a toda la gente que rodeó a Fernando (Castillo Velasco), porque la mayoría de ellos son los que se tomaron la Universidad Católica. Lo que trato de explicar en el libro es que, hasta ese momento que vino la toma de la Universidad Católica, nosotros éramos personajes que vivíamos prescindiendo de la política. Teníamos cada uno ciertas obsesiones, yo tenía la obsesión del teatro, de hacer mis clases de literatura; Fernando de la arquitectura, de ser un buen arquitecto, pero no habíamos estado motivados por lo que estaba sucediendo políticamente en el país. Miguel Ángel Solar llegó con el grupo que se había tomado la Universidad Católica para saber cómo era este personaje que el cardenal Silva Henríquez había asignado en una lista como posible sucesor del llamado “Pomposo”, que en ese momento regía la Universidad Católica y del cual los alumnos no querían saber nunca más. El Cardenal aceptó que se fuera el denominado “Pomposo” y necesitaban otra persona que hiciera de rector de esta universidad que ellos sentían que tenía que cambiar diametralmente, porque hasta ese momento había sido la formadora de todo el Partido Conservador chileno.
De estos personajes ¿quiénes eran los cercanos, no solamente a Fernando Castillo Velasco, sino al hogar de ustedes?
Posiblemente, el más cercano de todos era José Joaquín Brunner.
¿Y qué recuerdos tienes de él en su juventud?
En el momento en que aparecen estos jóvenes, traen una ráfaga distinta a este hogar, que era muy metido cada uno en su tema. Llega un sentir el país, un sentir la vida de otra manera. En ese momento la parte política de nosotros se empezó a estremecer y a darnos cuenta que, en realidad, habíamos vivido marginados de lo que estaba realmente sucediendo políticamente en Chile. Y ellos nos traen eso, el deseo de cambiar la universidad que era muy tradicional, muy pacata, muy de apellidos conservadores.
Este libro tiene como trasfondo el peso, a veces imposible de superar, del origen de clase, y por eso Mónica Echeverría hace un viaje a la infancia y también hacia la infancia de los personajes mencionados en el libro. En el caso de todas estas personas, salvo Brunner que había tenido una infancia más bien acomodada, todos habían tenido una infancia o de clase media baja, o definitivamente con privaciones, como en el caso de Tironi ¿Por qué es importante explorar en ese antecedente biográfico, para después explicarse cómo fue que se “cambiaron de bando”?
Para mí, Gabriela Mistral es un personaje muy importante, y ella dice -y lo mismo vuelve a asegurar Nicanor Parra- que si uno no toma las raíces de dónde salió, por lo cual uno es lo que es, no se sabe realmente. Eso pesa. Por eso yo me volqué también no sólo a narrar un poco el momento actual que viven los personajes principales de mi libro, sino que también en sus infancias. Y de ahí después van creciendo, surgiendo y terminan, y eso es lo que todavía no logro comprender totalmente, en el cambio de ellos.
Usted dice que le duele.
Es muy doloroso. Muchos de nosotros estuvimos junto a Salvador Allende no siendo al comienzo tan partidarios de él, pero nos fue entusiasmando después. Lo que fue sucediendo durante la Unidad Popular, y sobre todo la imagen de Allende y lo que él pretendía hacer, esa utopía nos comenzó a embaucar.
Todas estas personas adquirieron, ya en el gobierno de Allende, importantes responsabilidades políticas. Algunos, como Fernando Flores, incluso llegaron a ser ministros de Estado y estuvieron con Allende el 11 de septiembre en La Moneda. Usted hace mención a algo que puede parecer duro pero que es un hecho de la causa, que es que en Chile hubo miles de personas que siguieron los liderazgos o las instrucciones políticas de este grupo de personas y que por ello padecieron la cárcel, la persecución, la tortura, el exilio y, en algunos casos, murieron. Aunque recordar esto sea duro, ¿por qué le parece importante hacer esta mención respecto a esta responsabilidad sobre un gran colectivo que en un momento de la historia de Chile se movilizó?
Hay cosas que no se pueden olvidar, que no se deben olvidar jamás en Chile y en el mundo también, que es toda la gente que fue torturada, que fue vilipendiada y que murió en situaciones de extrema angustia y horror. Los “mártires” que llamo yo, comenzando por Salvador Allende, tienen que pesar en la historia de Chile. Son nuestros mártires y héroes, pero son también nuestros símbolos y esos símbolos no pueden descartarse porque sí no más. Eso es lo que yo he sentido que ha sucedido con todos estos nuevos ricos; desertores, vendidos y conversos, y algunos podrían también llamarse traidores, simplemente.
Una de las cosas que intenta explicar en el libro es cómo vive cada una de estas personas con este pasado; para ello cuenta cómo fue el proceso de tratar de contactarlos. El inubicable por definición es Fernando Flores, es como si se hubiera trasladado a otra galaxia, pero hay casos que hay que mencionar, por ejemplo Eugenio Tironi y Enrique Correa, a los cuales usted se refiere en el libro como los seductores e incluso dice que “son tan convincentes que hasta me hicieron pensar si era yo la equivocada”. Hablemos de ellos y de este perfil de personas encantadoras, que tienen explicaciones aparentemente convincentes para este viaje que han hecho a través de sus vidas.
Y las tienen, por lo tanto para mí que siento que la vida de ellos, o la elección que han hecho de la vida, de lo que debe ser el destino de los seres humanos está equivocado. Son los más peligrosos, por supuesto, y son tan atrayentes, tan especialmente convincentes que tienen mucha gente que los sigue.
La trataron maravillosamente a usted, dice en el libro.
Sí, por supuesto. Es difícil no dejarse seducir, es costoso. Pero de ahí viene el peligro, es decir cuando Satanás o el diablo se convierte en algo muy atrayente y empieza a seducir estamos perdiéndonos. Es ahí donde yo siento que puede embaucar, pueden seducir a tal cantidad de gente que vamos entonces, poco a poco -y gente importante, gente que en el futuro nosotros esperamos mucho de ellos. Es ahí donde hay que tener cierto cuidado y saber que hay ciertas cosas con las cuales no podemos transar, que no podemos olvidar sobre nuestra historia.
Hubo otro grupo que no la trató tan bien: Marcelo Schilling le cortó el teléfono, Óscar Guillermo Garretón le mandó un mail donde la trata pésimo y Jaime Estévez se contrarió en un encuentro cara a cara.
Yo diría que esos son, dentro de todos, los menos peligrosos, porque justamente la reacción que tuvieron, especialmente conmigo fue de personas que son débiles. Son menos peligrosos que los otros. Los otros son los finalmente peligrosos, pero también están haciendo mal, también son un ejemplo, una seducción para muchos jóvenes que están pensando ‘qué va a ser de mí’. Hoy día todos los ideales que fueron nuestros -yo soy ya vieja- están como marchitos, están como acabados. Se acabó la Unión Soviética, Cuba está fracasando. Qué les damos, cómo les insinuamos que el mundo no puede ser lo que ellos están proponiendo. De ahí viene mi esperanza, ojalá, en que los jóvenes no se dejen seducir por ellos.
Hay que advertirlo: este es un camino que perfectamente podría repetirse con aquellos jóvenes que nos producen admiración hoy día. Es por eso que quiero hacer mención a la persona a quien dedicas el libro, que era el máximo líder estudiantil de la época y, sin embargo, es el único que no llegó a posiciones políticas de relevancia en el país: Miguel Ángel Solar. ¿Por qué a él?
Creo que Miguel Ángel Solar es una excepción increíble a toda esta mierda que existe en este momento en Chile. Sobre todo que no se dejó seducir, les hizo frente. A él le ofrecieron de todo. Sobre todo con el famoso letrero ‘El Mercurio miente’, pasó a ser un héroe chileno. Le ofrecieron de todo y él ahí, ahí es cuando viene el peligro para los demás, para los jóvenes de hoy, él dijo no, ‘mi misión es otra, mi misión es la medicina en los lugares en que más se necesita’. Ahora está trabajando, sobre todo con los mapuche, con la gente más mísera. Y lo mismo hizo cuando estuvo exiliado en Venezuela, en los lugares más inhóspitos, esa imagen de él que es la imagen que yo quisiera que tuvieran los jóvenes y que no la olvidaran. Ya nadie habla de él, pero para toda esa época y ese momento que se vivió, y para todas las tentaciones que vinieron después para ser otra cosa, él es un símbolo, un ejemplo.