En febrero pasado una exhibición del documental satírico Merci Patron! (Gracias Jefe!) de François Ruffin que habla sobre la deslocalización de las empresas y la precarización del trabajo en Francia derivó en el debate sobre la necesidad de la “convergencia de luchas” de los trabajadores. A partir del 31 de marzo, una protesta contra la Ley del Trabajo del gobierno “socialista” de François Hollande reunió alrededor de un millón de personas a lo largo y ancho de toda Francia. Esta Ley del Trabajo otorga más libertades a las empresas a la hora de contratar a los empleados, pudiendo obtener flexibilidad en las horas de contratación y facilitar el despido. Aunque la ley afectaría principalmente a la juventud, una multitud de organizaciones y grupos sociales se han hecho presentes desde el comienzo, rechazando no sólo la ley sino en general las políticas económicas del Partido Socialista.
Después de la manifestación se decidió permanecer y ocupar de manera indefinida la Plaza de la República en París y establecer una movilización constante en plazas públicas de otras ciudades. El movimiento ha tomado el nombre de Nuit Debout (Noche en Pie) y se le ha comparado con otros movimientos sociales de tiempos recientes como el de los Indignados en España o el de Occupy Wall Street en Estados Unidos. Estudiantes de los liceos y de las universidades, así como organizaciones sindicales han permanecido en la calle de manera ininterrumpida desde el último día de marzo. Incluso llevan una calendarización en la que este mes no ha terminado, dando a entender que la lucha continúa. Así por ejemplo el 1 de abril fue el 32 de marzo, el 2 de abril el 33 de marzo y así sucesivamente.
A los estudiantes y sindicalizados poco a poco se les han ido sumando otros actores como inmigrantes, refugiados y en general trabajadores con condiciones laborales precarias. Las actividades son permanentes: se discuten manifiestos, se hacen cine-debates, se ha puesto en marcha una estación de radio y televisión por internet. El lugar emblemático en el que se reúne la gente ha sido la Plaza de la República en París, que en un principio era evacuada por la policía todos los días por la mañana, sin embargo, la gente regresaba por la tarde para permanecer en ella por toda la noche. Al transcurrir las semanas, más de sesenta ciudades a lo largo del país se han unido y participan de alguna forma en el movimiento y poco a poco se ha ido extendiendo más allá de las fronteras.
Aunque no fue una ocurrencia, lo que parecía en un principio algo no mucho más grande que pequeñas reuniones catárticas y de buenas intenciones poco a poco ha ido creciendo para convertirse en el movimiento social más importante en Francia desde las revueltas en los barrios periféricos (banlieus) de París en 2005 y de las protestas contra las reformas en el sistema de pensiones de 2010. Hollande se encuentra con los índices de popularidad más bajos de su mandato: solamente 13% de los franceses tienen una opinión favorable de su gobierno. Los participantes han buscado la simpatía de más grupos sociales y han apelado a los jóvenes, a los migrantes, y otros grupos vulnerables que se unan en la lucha. Y ha funcionado.
Si el movimiento ha crecido, también la preocupación del gobierno y con ella la idea de desmovilizar a los manifestantes aunque sea con la represión. Los policías ocupan las calles a diario y hay enfrentamientos con estudiantes y miembros de los sindicatos. A pesar de la violencia policial, el movimiento no ha cesado y deja en claro que su protesta no es solamente contra el gobierno de Hollande sino que es un movimiento antineoliberal, anticapitalista a la vez que ha desnudo las miserias e hipocresías de los miembros del Partido Socialista, que más bien parecen defensores del capital. El presidente y su gabinete “socialista” cuando hablan suelen utilizar, en términos orwellianos, una neolengua y en medio de la militarización del país por los atentados terroristas de noviembre pasado promueven una reforma laboral que promueve más “libertades” como las de menores obligaciones de las empresas con los trabajadores.
Tal vez estas sean dos de los méritos de la Nuit Debout: primero, señalar que la precariedad económica y laboral no se debe tanto a cuestiones exteriores (la migración o el islam) sino a situaciones concretas de la economía francesa que está empeñada en desmantelar el sistema de seguridad social que ha sido su orgullo por decenas de años. Por otra parte, hay que recordar Francia viene de estar meses en estado de emergencia y a pesar de las restricciones de los espacios públicos la gente ha salido a tomar las calles y las plazas para hacer visible la embestida de derechos laborales que se vive en el país desde hace años.
Francia pasa por momentos delicados. La unión nacional no debe radicar en la visión de la de la extrema derecha (como las de Marine Le Pen y Nicolás Sarkozy) que ha visualizado un enemigo interior en los migrantes, el islam y la comunidad franco-árabe de las periferias urbanas. El enemigo debe ser la autocracia del capital, el estado policial y represor, y el desmantelamiento de la seguridad social y los derechos laborales. El filósofo Jacques Rancière declaró sobre esta Ley del Trabajo: “Los que nos gobiernan no sólo quieren que el trabajo sea más barato. Quieren que deje de ser lo que fue por casi dos siglos: un mundo compartido de experiencias y lucha. Quieren que no haya, frente al poder dominante, más que individuos que administran su capital humano. De ley en ley, lo que buscan producir no son sólo instrumentos de poder, es también la resignación, el sentimiento de que de nada sirve luchar y que el mundo que padecemos es el que merecemos. Mis pensamientos de hoy están con los que decidieron mostrar que merecen otro”.
Van poco más de cien días y el movimiento no sólo no se ha apagado sino que ha crecido y promete estar en las primeras planas los siguientes días ante la centralidad que adquiere Francia por la Eurocopa de futbol. Parece que este movimiento todavía tiene páginas importantes por escribir. De pie.