El estadio Metlife de New Jersey, colmado con más de 80 mil espectadores, fue el escenario de la disputada final entre las selecciones de Chile y Argentina. La Copa América Centenario llegaba a su fin y la historia de la edición anterior volvía a repetirse. En un cerrado encuentro y tras una equilibrada competencia, la definición en los penales favoreció a la selección chilena, que se coronó así como la mejor del torneo. Revalidando su título y demostrando que este grupo de jugadores sigue estando al más alto nivel.
Desde el comienzo del partido Chile propuso jugar y dominó la posesión del balón, haciendo un desgaste físico inmenso. Además dispuso una alta presión en campo contrario y tuvo precisión en el traslado de la pelota en todos los sectores. En contraste a eso, lograba poca profundidad en ataque y generaba escasas opciones de gol. La selección argentina, por su parte, apostaba a la recuperación en campo contrario y al veloz contragolpe de sus atacantes, siempre respaldados por la fortaleza de su sistema defensivo. El partido era disputado, atractivo y balanceado.
Entonces la cuestionable expulsión de Marcelo Díaz puso en jaque a los chilenos, que perdían el equilibrio, la salida limpia en el medio çcampo y además se quedaban con un hombre menos en la cancha recién a los 28 minutos. Entonces Argentina se adelantó, sumó más gente en ofensiva e intentó capitalizar la ventaja con insistencia. Fue en ese momento que la selección demostró la madurez y solidez del grupo. Pese a la adversidad, encontraron en el esfuerzo y la solidaridad los argumentos para superarla y equilibrar el juego en inferioridad. Entonces vino la grosera falta de Marcos Rojo a Arturo Vidal y todo volvió a nivelarse. La expulsión le dio un segundo aire a los chilenos, que se fueron al descanso fortalecidos.
En el segundo tiempo el equipo dirigido por Gerardo Martino cedió un poco el terreno y se agrupó con más gente en el fondo. Chile dominaba el mediocampo pero las defensas se imponían en ambas áreas. Hubo intentos y derroche de energía, pero los esfuerzos se anulaban y el equilibrio persistió. El trámite del compromiso fue muy parejo pero cerca del final, cuando los espacios eran reducidos por el temor a perder, ambos equipos hicieron su ultimo esfuerzo. Para Chile lo tuvo Eduardo Vargas, primero, y Alexis Sánchez después, pero los dos fallaron sus remates. Para Argentina pudieron anotar Sergio Agüero, que elevó su disparo, y Lionel Messi, que no pudo definir tras una larga carrera y un remate ajustado. Así terminaron los noventa minutos y ninguno era capaz de sacar diferencias significativas. Venía el alargue.
Los tiempos extras ofrecieron mayores espacios abiertos, debido al cansancio. Y aunque Chile se apoderaba de la pelota, era Argentina quien se acercaba con mayor riesgo ofensivo. Para entonces el agotamiento mermaba notoriamente la productividad y cantidad de los avances. Nadie quería perder y eso dosificó los empeños por ganar. Igual que en la final anterior, los penales serían los encargados de desnivelar el marcado equilibrio.
Y en esa instancia fueron los chilenos los que estuvieron más precisos y tranquilos para quedarse con la victoria. Otra vez fue imposible sacar ventajas en la cancha, pero se demostró una enorme personalidad para definir una instancia compleja y muchas veces injusta. Falló Vidal, pero acertaron Nicolás Castillo, Charles Aránguiz y Jean Beausejour. Entonces Claudio Bravo le contuvo el remate a Lucas Biglia y después Francisco Silva, con mucha personalidad, anotó y le dio merecidamente el título a los chilenos.
El triunfo no puede explicarse sin el inconmensurable esfuerzo de Aránguiz y Vidal. De otro modo hubiera sido imposible sostener el partido y el marcador. Ellos se turnaron no solo para cubrir las posiciones defensivas sino que también para incorporarse al ataque, habilitar a los delanteros y presionar al fondo argentino. Con ciclos de mayor protagonismo, uno y otro se hicieron dueños del medio campo y en ese dominio la selección pudo contrastar el tremendo poder ofensivo del rival. Incluso en inferioridad numérica el trabajo de los volantes chilenos fue inmejorable.
Además, la defensa volvió a ser certera en la marca y nunca renunció a salir jugando limpio el balón. Incluso cuando los argentinos presionaban con mucha gente, los chilenos se las ingeniaron para encontrar espacios de salida con mucha movilidad y precisión. En los enfrentamientos individuales fueron superiores y con esfuerzos colectivos sincronizados pudieron evitar la velocidad y talento de Messi y los otros atacantes argentinos. Gary Medel tuvo un campeonato perfecto y Gonzalo Jara ha sido su mejor compañero. Si sumamos el inagotable esfuerzo y sacrificio de Mauricio Isla y Beausejour, se completa una defensa realmente solida y efectiva.
En el arco, Bravo ha finalizado un torneo complicado. Comenzó con errores y dudas poco frecuentes en su juego y debió soportar duras críticas. Sin embargo, ha terminado dando cuatro partidos soberbios. Con justicia obtuvo el premio al mejor arquero del campeonato y en su eficiencia y tranquilidad se ha construido parte importante del triunfo. En los momentos más complejos su figura se impuso para llevar tranquilidad y confianza al equipo. En los penales tuvo su momento y decidió consagrarse. Su mesura y responsabilidad se le agradecen siempre y son fundamentales para mantener los pies en la tierra del todo el grupo.
Destacada labor tuvieron también los delanteros. Sánchez (elegido el mejor jugador del torneo), Vargas (goleador del campeonato) y José Pedro Fuenzalida cumplieron satisfactoriamente una exigente tarea. Ellos debieron batallar contra jugadores muy fuertes y que además abusaron constantemente del juego brusco. Es cierto que casi no tuvieron oportunidades de rematar al arco rival y terminaron completamente fatigados, pero su lucha y su trabajo en el campo fueron fundamentales para el resultado. Las inclusiones de Edson Puch y Castillo refrescaron al equipo y permitieron mantener la propuesta hasta el segundo final.
Reconocimiento especial merece el trabajo de Juan Antonio Pizzi y su cuerpo técnico, quienes con pequeñas variaciones supieron enriquecer a un grupo triunfador y reinventarlo en el éxito. Si bien el proceso comenzó con algunas dudas, el entrenador corrigió sus errores y finalmente encontró las respuestas necesarias para llevar al equipo a su máxima expresión.
Después de la derrota Messi anunció su retiro de la selección argentina. Lo del “10” es difícil de explicar. Que el mejor del mundo no pueda ganar títulos con su selección no deja de ser llamativo. Su rendimiento en este torneo ha sido muy bueno y no hay partido en el que haya dejado de ser sorprendente. Cada vez que él toma la pelota, algo distinto sucede, pese a que algunos no puedan verlo. Y parece que ese mismo mal lo tienen sus compañeros, los dirigentes y entrenadores de aquel país.
Los argentinos han llegado a cuatro finales seguidas y las han perdido porque les ha faltado categoría colectiva y porque creen que Messi puede sólo. El fútbol de hoy tiene otras exigencias y Argentina parece haberse adaptado a ellas perdiendo el brillo de la propuesta y el esfuerzo grupal. Pero esa no es la única posibilidad y es evidente que el hincha argentino merece un equipo que juegue diferente y que tenga un planteamiento más arriesgado, que sea acorde con la significativa ventaja de contar con el mejor. Especular, defenderse pegando y reventando la pelota a cualquier parte no puede ser el camino, menos con el nivel de jugadores que tienen. Seguramente encontrarán pronto al camino para superar esta nueva desilusión, porque tienen capacidad, talento y un compromiso histórico ineludible. Messi debe encontrar calma y meditar su retiro lejos de la tristeza actual. Igual, decida lo que decida, no cambiará nada y seguirá siendo el más grande de la historia.
Para Chile queda la alegría de ratificar el buen trabajo de la selección en los últimos años y confirmar el gran nivel de nuestros jugadores. También la enorme satisfacción de haberlo logrado siendo fieles a un estilo que nos gusta y representa. Nuestra selección nos ha enseñado que la solidaridad y el esfuerzo de todos son mucho más eficientes que la individualidad y el egoísmo y esa lección, sin dudas, va mucho más allá del fútbol. Ahora celebremos con mesura, orgullo y alegría. Ya terminó la Copa. Ya podemos gritar: ¡campeones otra vez!