En junio de este año se inauguró, en el Museo Nacional de Bellas Artes, Make Art not Money: una completa retrospectiva dedicada al italiano Pablo Echaurren (1951), que aborda más de cuarenta años de trabajo artístico, con énfasis en su diálogo con las principales vanguardias del siglo XX, especialmente el futurismo italiano.
Pablo, hijo del pintor Roberto Matta y la actriz Ángela Faranda, recibió ese nombre en homenaje a Pablo Neruda. El apellido “Echaurren”, en tanto, fue inscrito en primer lugar debido a una confusión en la oficina del registro civil. Si bien el error fue corregido, el artista lo continuó usando en su vida profesional.
La infancia de Echaurren estuvo marcada por la figura de un padre ausente, pero que igualmente se las arregló para poblar el imaginario del niño con historias, cartas ilustradas por él mismo, y la obra de referentes como Picasso, Miró y Brauner. Fue en esa mixtura que probablemente se gestó el gusto de Echaurren por la hibridación entre el lenguaje de las vanguardias y el del cómic, junto a otros elementos de la cultura popular. A este acervo se incorporarían luego otros referentes como el rock o la naturaleza.
Dice el propio Echaurren al respecto: “esta muestra contiene una ‘mancha’ de información genética tomada de mi ADN. Ahora estas informaciones pueden reconectarse con su tierra de origen. Esta exposición es, en ese sentido, también un retorno”.
Acabas de llegar a Chile y gran parte de las preguntas que te hacen son sobre tu vínculo con Roberto Matta. ¿Qué sientes al respecto?
“Me parece normal, y muy justo, por lo demás. Era algo que esperaba y para lo que venía preparado. Tampoco lo he sentido como algo muy invasivo, y creo que ahí hay un mérito por parte del Museo Nacional de Bellas Artes y de la curadora de presentarme como un artista con un lenguaje y una obra independientes, antes que como ‘hijo de Roberto Matta’”.
Durante su viaje a Chile —que visitó en esta oportunidad por primera vez— se inauguró también, en el Museo de Arte Contemporáneo, la exposición Futurismo: primera vanguardia , que recorre la importancia de esta corriente a través de 36 documentos originales, como su manifiesto inaugural de 1909. Estos documentos pertenecen al acervo de la Fundación Echaurren Salaris, liderada por Echaurren y Claudia Salaris, historiadora del arte.
En el marco de esta misma exposición, Echaurren exhibe, hasta el 14 de agosto, una selección de obras inspiradas en esta vanguardia, bajo el título de Iconoclast II.
¿Qué opinas de esta comunicación entre las dos exposiciones y los dos museos?
“Creo que representa el gran esfuerzo que ha hecho la curadora de ambas muestras, Inés Ortega-Márquez, por realizar esta ‘doble’ exposición, en dos museos que en este caso efectivamente dialogan y que, además, están físicamente conectados. Se ha hecho una vinculación muy completa, pero a la vez, muy compleja.
Estoy consciente de que mi trabajo en Chile no es muy conocido, y esta doble presencia en Chile era el único modo de que conocieran mi obra. Es, ante todo, un honor”.
En el caso de la muestra en el MNBA —Make Art not Money—, parte importante está dedicada a los años 70; etapa, que podríamos llamar “de iniciación”, y en la que destacan una serie de Quadratini; acuarelas y esmaltes de pequeñas dimensiones que presentaban visiones fragmentadas de temáticas diversas: erótica, política o incluso interplanetaria; una “poética de lo minúsculo” que rescató la poesía del artista romano Gianfranco Baruchello (a quien Echaurren conoció en su adolescencia); así como el uso de la escritura como lenguaje pictórico. Para Echaurren, el arte ya se había transformado en una plataforma para hablar de todo, desde una perspectiva lúdica, toda vez que lúcida, en palabras del crítico Giuliano Briganti.
En los años 77 y 78, y al alero del movimiento artístico y político indiani metropolitani, que buscó actualizar los lenguajes de las vanguardias artísticas, Echaurren suspendió su carrera de pintor para dedicarse a ilustrar las páginas de la revista Lotta Continua —órgano del movimiento marxista libertario del mismo nombre—, incursionando de lleno en las artes aplicadas y en géneros como el cómic. Esta experiencia será decisiva en la década siguiente, cuando la fusión entre vanguardia y cultura popular se exprese por completo en su obra, “de acuerdo al ideal de un arte abierto a todos”, ha dicho la curadora Inés Ortega-Márquez.
¿Qué queda en tu obra hoy de la época de los 70 y de tu participación en el colectivo político Lotta Continua?
“Creo que se mantiene el espíritu rebelde de los 70: en mi obra hoy hay una fuerte oposición al sistema que domina el arte contemporáneo. Para mí, hacer arte en la actualidad aún significa fabricar una barricada; una barricada contra un mundo que lo entiende únicamente como inversión económica. Creo que el artista debe defender su propio trabajo; y no se trata de vivir como un monje o no entender que hay un mercado, pero aspiro siempre a una conciencia de nuestro lugar en el mundo, y de que ese mercado no nos puede dominar. El artista no debe esperar hacerse rico, sino libre. Libre del dinero, entre otras cosas”.
En relación a lo anterior, ¿dónde estás como artista hoy? ¿Cuáles son tus principales inspiraciones?
“La verdad es que no pienso mucho en “temas”. Entiendo el arte como algo primitivo, y ello explica por ejemplo mi relación con la cerámica en los últimos años. Creo también que el arte es 50 por ciento la propuesta del autor, y 50 por ciento construcción del espectador”.
Lo cierto es que a lo largo de toda la muestra, el público podrá ver claros hilos conductores, o, como indica la curadora, “obsesiones temáticas”: el horror vacui, la representación de la muerte, la música, la naturaleza, la representación del signo, máscaras-personajes, y Roma. Su producción más reciente —en la que el artista adoptó definitivamente los grandes formatos— se establece bajo las claves de una crítica ácida al arte, al mercado y, en términos generales, al “sistema”.
¿Piensas volver a Chile a exponer?
“Creo que eso depende de Chile. Quisiera ver qué pasa con mi obra y si a los chilenos les interesa mi trabajo, si pueden conectar con él y no verla únicamente como la obra de un extranjero. De todas formas, en este viaje y gracias a estas dos exposiciones, hemos construido vínculos valiosos, por ejemplo como Fundación Echaurren Salaris ahora estamos en contacto con la Fundación Huidobro, lo que nos tiene muy contentos”.
Make Art not Money se presenta hasta el 21 de agosto en el ala sur (primer piso) del Museo Nacional de Bellas Artes. Entrada liberada.
*Fotografías de Juan Carlos Gutiérrez