Crónica|Rio 2016: Los juegos del hambre

Más allá de las especulaciones y la paranoia, los preparativos para los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016 están generando un gasto millonario que no se condice con las necesidades básicas y urgentes que una parte importante de los ciudadanos demanda.

Más allá de las especulaciones y la paranoia, los preparativos para los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016 están generando un gasto millonario que no se condice con las necesidades básicas y urgentes que una parte importante de los ciudadanos demanda.

Es mediodía del viernes en Río de Janeiro y la ciudad parece tranquila y menos ruidosa que de costumbre. A simple vista, parece una jornada normal en medio de un invierno envidiable que llega a los 20 grados, pero que los cariocas se dan el lujo de considerar frío. Al levantar la vista y ampliar el plano, asoman los preparativos de los próximos Juegos Olímpicos que tienen como sede a la ciudad del carnaval, el corcovado y el Pan de Azúcar, que comienzan en dos semanas, el próximo 5 de agosto.. Los trabajos avanzan, pero con un retraso que los lugareños señalan como habitual, incluso parte de la idiosincrasia. Calles con desvíos, publicidad colorida y graderías a medio armar aparecen por avenida Atlántica, esa vía amplia y repleta de hoteles que recorre la playa de Copacabana.

En la zona, hay tantos policías armados con metralletas como vendedores haitianos y senegaleses que ofrecen pareos, bikinis y sandalias en su escaso portugués.  El taxista con el que me traslado, comenta entusiasta los días que restan en la cuenta regresiva para que comiencen las Olimpiadas y, por lo tanto, aumenten sus ingresos con la llegada de turistas desde todos los rincones del mundo.

En la arena, una estructura inmensa bloquea la vista al mar. “Eso lo construyeron para el volleyball”, dice el taxista, orgulloso de que su país sea uno de los mejores en esa disciplina, tanto en el equipo masculino como en el femenino. Y añade que ahora que juegan de locales, seguro conseguirán ser los campeones.

La herida del Mundial de Fútbol Brasil 2014 todavía está abierta. En la tierra de Pelé aun duele no haber conseguido la copa pese a ser los anfitriones. Pero no es sólo el fracaso futbolístico el que se asemeja a ese evento deportivo. Hay también una parte importante de los brasileños que salen a las calles para mostrar su reprobación por utilizar este evento como una pantalla para distraer la atención a los temas sociales pendientes.

Hace sólo dos meses el país enfrentó la resolución del parlamento del impeachment a la presidenta Dilma Rousseff, considerado un golpe de Estado por el Tribunal Internacional por la Democracia que falló este jueves en Rio de Janeiro.  10 juristas de diferentes países se reunieron simbólicamente para juzgar el golpe de Estado aplicado en Brasil y por el que la presidenta se encuentra suspendida de sus funciones.

Michel Temer, presidente interino que eligió como ministros para su nuevo gobierno sólo a hombres blancos,  anunció un duro plan de ajuste económico con el argumento de sacar al país de la recesión y ha aumentado la represión en un territorio donde la policía ha sido acusada de violencia excesiva en las favelas, en especial  contra la población negra. Sin embargo, agentes policiales aparecen en las calles, en las plazas en el metro  y en las playas con una soltura que, según los cariocas, es más notoria de lo habitual. Tienen a Temer de su lado.

El panorama de sospecha mundial tampoco ayuda. Luego de los atentados del 14 de julio en la francesa de Niza, Rio de Janeiro entró en la lista de las ciudades en alerta. Este viernes el periódico brasileño de publicación nacional, Folha de Sao Paulo, anuncia la detención de un grupo que planificaba un supuesto ataque terrorista durante las Olimpiadas.

Según el diario, las fuerzas de seguridad venían monitoreando a personas que manifiestan simpatía con el Estado Islámico.  La Policía Federal afirmó que de los 10 detenidos, que pasarán 30 días presos mientras se desarrolle la investigación, hay algunos que juraron lealtad a ISIS, mientras que uno de los sospechoso llegó a entrar en contacto con una empresa de armas para comprar un fusil AK-47, aunque esto nunca se concretó.

Pero más allá de las especulaciones y la paranoia, lo concreto es que los preparativos están generando un gasto millonario que no se condice con las necesidades básicas y urgentes que una parte importante de los ciudadanos demanda. Hace unas semanas se realizó la concesión de un crédito de 870 millones de dólares, autorizado por  Temer, destinado a la Seguridad Pública de los Juegos Olímpicos, en momentos en que este Estado atraviesa una grave crisis económica y esa medida, de carácter provisorio, fue tomada después de que el gobierno decretara el “estado de calamidad pública” por falencias financieras.

Ocupa Praia Vermelha

En el barrio de Urca, donde se encuentran concentradas las principales facultades de  la Universidad Federal de Rio de Janeiro, se instaló durante esta semana un colorido campamento. La entrada había sido decorada con varios murales en alusión a los Juegos Olímpicos y con retratos de luchadores sociales que han sido asesinados en enfrentamientos con las fuerzas policiales.  En un espacio amplio y baldío, banderines demarcaban el lugar y una caseta de madera acusaba improvisación. De ella colgaba un letrero donde se leía “Ocupa Praia Vermelha”, es decir, Ocupación de Playa Roja.  Se trataba de una toma estudiantil en la que el alumnado ha demandado retirar el contrato firmado por la rectoría de la Universidad con la Policía Federal, que decidió arrendar ese espacio vacío para utilizarlo como estacionamiento durante las olimpiadas.

Y todo lo anterior cobra especial intensidad, pues ocurre en medio de un contexto que tiene a Temer en el poder, de los recortes presupuestarios para los estudiantes, de la indiferencia ante sus demandas para solucionar temas pendientes que llevan años siendo postergados. Entonces, hace una semana, los jóvenes dijeron “no más” y conscientes de la presión que podían ejercer arruinando la postal de las Olimpiadas, llegaron con mochilas y carpas, y en las horas de espera, entre asambleas y reuniones de negociación con la rectoría, aprovechaban de estudiar para sus exámenes finales.

Pedro Paiva, es parte del directorio central de estudiantes, el equivalente a las federaciones de estudiantes chilenas, y uno de los encargados de negociar frente a la rectoría. Para él la situación actual, con Michel Temer a la cabeza, es insostenible, pues se trata de “un gobierno golpista que está cortando aún más la educación, más que el último gobierno que también lo estaba cortando. Ahora, creo que esto es algo muy importante, porque en ninguna universidad de Brasil hoy se pone más plata en la asistencia estudiantil, sino que se saca la plata de estas inversiones”.

La noche del martes, los estudiantes en toma presentaron nuevamente un borrador ante el rector, Roberto Lehel, un hombre de izquierda ligado históricamente al movimiento estudiantil y de los maestros que, sin embargo, no consideró consultar a los estudiantes antes de su acuerdo con la Policía Federal.  Esa noche, los jóvenes aseguraron que no dejarían el campamento si no obtenían una respuesta concreta para la mayoría de sus demandas.

Antes de la medianoche, Paiva se instaló frente a sus compañeros y leyó el acuerdo que minutos después firmaría junto al rector. La presión dio resultado y los estudiantes obtendrán, entre otras cosas, un reajuste y aumento del dinero que componen la bolsa de ayudas para becados, la creación de salas cunas para los estudiantes que son padres y respecto al arriendo a la Policia Federal, consiguieron que los uniformados no tengan acceso a las aulas, ni a las zonas de esparcimiento estudiantil. Tampoco recibirán un trato especial en el comedor de la facultad ni podrán entrar a comer con sus armas de guerra.

Paiva y el rector estrecharon sus manos. Ambos reconocieron la firma como un hito, sobre todo ante la crisis política actual. “Un ejemplo para otras universidades del país”, dijo orgulloso el académico.

Ante el triunfo de las negociaciones, los jóvenes decidieron pasar su última noche en el campamento de Praia Vermelha. Armaron una fogata y sentados alrededor, intercambiaron sus impresiones y auto críticas luego de una semana durmiendo en la universidad.

El grupo es heterogéneo y muchos militan en partidos políticos o movimientos sociales. Todos critican el derroche presupuestario en unas Olimpiadas que, según sus análisis, no dejarán nada más que deudas y perjudicarán la vida cotidiana de aquellos que se quedan cuando las cámaras se apagan y la realidad se impone.

Paiva, concuerda con sus compañeros y considera que los Juegos Olímpicos no son más que una distracción que sólo beneficia la imagen del gobierno y oculta los problemas reales por los que atraviesa Brasil. “Los juegos no van a ser algo positivo para el pueblo. Acá, este local de la universidad va a servir para la Policia Federal como estacionamientos para los presidentes de otros países. Lo que también ganamos con la ocupación de este espacio, es que la rectoría nos garantizó que no se van a quedar acá los policías que serán parte de las políticas de represión a los movimiento sociales en este período durante los juegos”, recalca Paiva.

La mañana del miércoles, los estudiantes recogieron sus sacos de dormir y las mochilas. La satisfacción se veía en las caras. Pero cuando se continúa la caminata por los alrededores de la facultad, aparecen de nuevo los rostros del abandono, los mendigos que duermen en las calles y la pobreza que cuelga de los cerros en las famosas favelas.

En la plaza 15 de Noviembre, cerca del puerto, otro grupo sostiene un lienzo en defensa del pueblo negro y su permanencia en la Universidad del Estado de Rio de Janeiro. Una mujer grita que, pese a los intentos, no serán callados. Un hombre dice que sólo desea que se suspendan los juegos, pues no traerán nada más que hambre.





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