BANCH: Una revolución ética y estética

"¿Qué es esto? Pues la bendita locura de pensar fuera de la caja y trabajar con quienes invitan a desplazar esas barreras de lo convencional para hacer lo que se espera del arte, que es sorprender y emocionar".

"¿Qué es esto? Pues la bendita locura de pensar fuera de la caja y trabajar con quienes invitan a desplazar esas barreras de lo convencional para hacer lo que se espera del arte, que es sorprender y emocionar".

Hay muchas más razones que un buen espectáculo por las cuales estar contentos con en el estreno del Ballet Nacional Chileno, BANCH. El título es Dos veces Bach, y lo eligió el director artístico de este cuerpo estable de la Universidad de Chile, el francés Mathieu Gilhaumon, quien a sus 37 años está a cargo del más importante cuerpo de baile de nuestro país.

Colaboratividad, asociatividad, trabajo en conjunto, y por qué no, generosidad, es lo que resume una parte del trabajo que ha venido desarrollando este coreógrafo francés desde hace dos años, a lo que hay que sumarle el talento y la capacidad para obtener un resultado que merece una larga ovación.
Vamos por parte. El BANCH es la compañía de baile más importante de nuestro país y junto a la Orquesta Sinfónica son los cuerpos estables de la Universidad de Chile creados a mediados del Siglo XX por el Estado, a los que dejó en manos de su más alta institución de educación pública, para que sensibilizaran, deleitaran y educaran a amplias audiencias en la música y en la danza. Sin embargo, por cuestiones que serían largas de explicar, no se acostumbraron a trabajar de manera conjunta. De modo que comparten un escenario, como es el Teatro de la Universidad de Chile, turnándoselo en diferentes temporadas de música o de danza durante el año.
En 2015, con motivo de los 70 años de la existencia del BANCH, Guilhaumon creó Réquiem de Guerra de Benjamin Britten, y ya había dejado una vara muy alta para este año. Pero durante ese proceso, sucedió que el director fue invitado al Encuentro de Coreógrafos del Teatro Municipal de Santiago y en ese marco, creó Cuarteta, haciendo bailar en un mismo escenario a artistas del BANCH y del Ballet de Santiago. De modo que para su siguiente obra, como es esta, Dos veces Bach desafió nuevamente todas las barreras de pueblo chico en que con dos escasos cuerpos  estables de baile en Chile, como son el BANCH y el del Teatro Municipal, invitó a participar a cuatro destacadas figuras del elenco clásico del coliseo santiaguino. Entonces, los bailarines invitados se encontraron no solo que debían bailar en un estilo diferente al que estaban acostumbrados, como es el clásico, sino que además, enfrentarían a los músicos que solo escuchan desde el foso y al director de orquesta en el escenario, junto a ellos, y a pie pelado. ¿Qué es esto? Pues la bendita locura de pensar fuera de la caja y trabajar con quienes invitan a desplazar esas barreras de lo convencional para hacer lo que se espera del arte, que es sorprender y emocionar.
Lo que hizo además Mathieu Guilhaumon fue invitar al joven director chileno Sebastián Errázuriz a recrear juntos las Variaciones de Goldberg de Juan Sebastian Bach, de ahí que la obra se llame Dos veces Bach, porque por una parte está el músico alemán con una de sus obras más conocidas y por otra, la visita musical que el compositor chileno realiza junto a músicos de excepción, como lo son los integrantes de la Orquesta Sinfónica, Luis Alberto Latorre en piano, Juan Goic en violonchelo, Miguel Ángel Muñoz en violín y Claudio Gutiérrez, en viola. Un cuarteto de lujo que interpreta la música que los 24 bailarines se encargarán de darle vida y forma, mezclando la música de Bach y la de Errázuriz, haciéndose parte de ella no solo interpretando sus partituras, sino que como sujetos en escena… una mezcla que emociona al ver tantos talentos unidos haciendo lo que mejor saben hacer, que es mostrar las diversas formas que en sus propias vidas y cuerpos  ha tomado el arte.
En esta coreografía, los bailarines parecieran materializarse en esas notas musicales que salen a metros suyos desde violonchelo, piano, violín y viola, saltan corcheas y semicorcheas, se deslizan sigilosas las negras, las blancas, en tanto, se toman su tiempo para ir adquiriendo dimensiones y matices, sentimientos y corporalidad, claros y oscuros como si de un pentagrama se tratara.
El escenario que ya sabemos es pequeño para estas lides, pareciera ensancharse para dar cabida a esos 29 artistas en escena, un mérito que hace que la iluminación sea también una de las protagonistas y que tiene a Andrés Poirot como artífice.
Todo lo dicho sin embargo, no alcanza siquiera a transmitir lo que sucede en escena, porque la fusión entre la danza clásica y la contemporánea, como la música de Bach y la de Errázuriz, una coreografía limpia, elegante y con muchas notas de humor que despierta incluso risas entre el público, es una experiencia que estremece en su virtuosismo estético, pero también ético.
Porque lo que propone en escena este director francés no es solo un maravilloso espectáculo de baile y de música, lo que ha hecho es reconocer el talento de otros y el gesto más revolucionario como es invitarlos a crear y a recrear en conjunto.
Revolucionario porque en tiempos de excesivo protagonismo unipersonal los proyectos que tienen una matriz colaborativa educan en lo más profundo al asistente, no solo en la danza, en la música y en la creación, sino que en lo más esencial que nos entrega el humanismo, como es reconocer en el otro la belleza.




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