Una nueva fecha clasificatoria dispuso para la Selección Chilena de fútbol dos exigentes desafíos. El primero de ellos sería de visitante en el Atahualpa de Quito contra el representativo ecuatoriano a poco menos de 3 mil metros sobre el nivel del mar. El segundo era en casa, en el Estadio Nacional pero contra la siempre complicada selección peruana. Debido a los malos resultados de la fecha anterior ambos cotejos adquirían carácter de urgencia y la suma de puntos podía alimentar o sepultar nuestras aspiraciones mundialistas.
En Ecuador la selección jugó un pésimo partido. Todas las decisiones concernientes a la planificación y al juego mismo fueron equivocadas. Desde la elección de los jugadores hasta el sistema escogido. Chile tiene un sello, un estilo y está bien respetarlo y no modificarlo nunca. Sin embargo, cuando se juega en condiciones climáticas tan desventajosas y contra un equipo fuerte que sabe sacar provecho de esa condición, uno debe prestarle mayor atención a los pequeños detalles. Muchos jugadores chilenos se veían ahogados y sin capacidad de reacción frente a la velocidad del juego local. Colectivamente agotados, estuvieron imprecisos e irreconocibles. La selección corre muchísimo y sustenta su efectividad en el trabajo de equipo, la movilidad constante y la superioridad física. Esa forma de jugar implica un desgaste energético enorme y si falla ese aspecto resulta imposible sostenerlo. Cualquiera que haya jugado en altura sabe que si no estás habituado o entrenado para ello, el efecto termina siendo negativamente determinante. Si se elige (y exige) ir a ganar a todas las canchas, seguir presionando alto y atacar constantemente, uno tendría que escoger jugadores preparados para ello o planificar una buena aclimatación antes del partido. De lo contrario, y sobre todo a este nivel de competencia, termina ocurriendo lo que todos vimos: una clara superioridad del local, nula respuesta a la adversidad y una dolorosa derrota.
Unos días después (tan sólo unos días después) vimos como todo volvía a la normalidad. La Selección Chilena volvió a ser el mismo equipo que nos encanta mirar. Presión en todos los sectores, compañerismo y esfuerzo colectivo, vértigo en el ataque y amplitud en la oferta de opciones ofensivas. Otra vez la selección fue dominante en todas las facetas del juego y sus individualidades terminaron marcando las diferencias que permitieron obtener el triunfo. Sin embargo, no fue nada fácil porque pese al amplio dominio del juego y de tener varias oportunidades para anotar, a los 74 minutos del segundo tiempo el marcador seguía solamente 1 por 0 y fue justo el momento en el que la selección peruana, en uno de sus aislados ataques, consiguió sorpresivamente el empate. Restando solo 15 minutos para el final parecía que otra vez que la suerte nos daba un golpe certero y nos dejaba con menos de lo merecido. Hay que destacar que pese al desconcierto por el empate y al nerviosismo que pudo generarse, la selección siguió buscando el gol del triunfo por los mismos caminos planificados. Eso revela por si mismo, la confianza en la propuesta y en el proyecto. Entonces llegó el certero remate de Arturo Vidal para robarse el protagonismo de la noche, devolver la justicia al marcador y con ello llevar tranquilidad a los chilenos. Una lección de buen juego, entrega y compromiso del representativo nacional que seguramente sirvió para silenciar a sus malintencionados críticos y fortalecer las aspiraciones. Claro que todavía están lejos de la zona de clasificación pero jugando de esta forma y corrigiendo los errores, seguro que las posibilidades aumentarán considerablemente.
Ya habíamos dicho antes que la Selección Nacional tiene mucho trabajo por hacer, por ejemplo que aun debe engrosar su plantel y preparar opciones para el recambio, mantener la ambición deportiva de un grupo exitoso, renovar la propuesta para hacerla todavía más efectiva, potenciar el desarrollo de los jugadores que no están teniendo continuidad en sus clubes, incidir y aportar para elevar el nivel del torneo local, potenciar los seleccionados de otras categorías y proveerlas de un sistema de entrenamiento y juego que sobrepase la importancia de los nombres y entrenadores de turno. Sin duda es un gran desafío porque, además, al mismo tiempo debe competir deportivamente en las clasificatorias más difíciles del mundo y sostener el rotulo ganador que tanto trabajo costó. No es nada fácil y evidentemente hay cosas que deben mejorar, pero los tiempos deben ser comprendidos y respetados.
El barullo, la urgencia y la intranquilidad nunca pueden ser buenos compañeros de trabajo. El resultado adverso en Ecuador sacó otra vez lo peor de muchos. En esos días, pocos análisis fueron profundos para entender los errores cometidos y tratar de corregirlos. Todo se centraba en la falta de carácter, compromiso y entrega de los jugadores. Se cuestionó a Juan Antonio Pizzi y su cuerpo técnico. Se les trató de incompetentes y oportunistas y, por supuesto, como manda nuestra idiosincrasia, inventaron toda clase de chismes, diferencias y peleas al interior del plantel. Los mismos jugadores que nos han dado los únicos dos títulos internacionales en nuestra historia, ahora eran conflictivos, envidiosos, difíciles e indisciplinados. Incluso capaces de dejarse perder para sacar a un entrenador. Un golpe insolente y completamente alejado de razón. Para los que se confunden, hay que ser claros: No necesitamos que los jugadores sean grandes amigos ni se lleven bien fuera de la cancha porque eso forma parte de su vida privada y carece de valor deportivo. Lo que necesitamos es que los jugadores sean profesionales y trabajen dedicada y solidariamente por el objetivo común. Y sucede, justamente, que eso ya lo demostraron con creces, entonces resulta molesto y hasta grosero, que se cuestione todavía. Quizá haya que comprender que en el fútbol no siempre se puede ganar y que tampoco no siempre el que pierde es un inútil.
En nuestro país un amplio sector de la prensa se resiste a especializarse y a hablar de fútbol. Siguen pegados en el chisme, en lo que vende fácil y hace ruido. No son capaces de aportar, desde su análisis o critica, alguna herramienta que pueda ayudar a mejorar lo que se cree defectuoso o mal realizado. Al final, la selección debería ser una preocupación para todos los que estamos en el fútbol y nuestros esfuerzos deberían centrarse en aportar y enriquecer, no (vergonzosamente) en debilitar proyectos o remover entrenadores. Pero acá lo que se impone siempre es la critica fácil, sin fundamento y, por supuesto, sin memoria. Incluso, la descalificación sin pruebas o motivos es recurrente y siempre es más fácil inventar conflictos personales para explicar las derrotas. Otro ejemplo de lo mal que estamos son las conferencias de prensa que siempre comienzan llenas y se van vaciando tras las primeras frases “bombásticas” que poco tienen que ver con el juego y su desarrollo. Las preguntas derechamente aburren por su irrelevancia y mala elaboración y eso enoja porque de esta manera nadie aprende ni se enriquece. Prensa lastre y servil de un sistema mediocre, fallido y obsoleto. Por supuesto, el daño que se hace al fútbol es inconmensurable y lo peor es que no hay atisbos de que vayamos a cambiarlo en el corto ni en el mediano plazo. Que mala resulta entonces esta costumbre de criticarlo todo e inventarse problemas donde no los hay. Que manera tan nefasta de empobrecer y opacar nuestros propios esfuerzos y logros.