Tras los anuncios económicos del Presidente electo de EE.UU., Donald Trump, que apuntan hacia cierto nacionalismo “neoproteccionista contraglobalizador” y, por tanto, de revisión de los múltiples acuerdos de libre comercio que ha impulsado el propio gigante del Norte, la esperanza de los países exportadores emergentes se ha ido trasladando, curiosamente, hacia China, un espacio económico cuya condición sociopolítico-económica se ubica en las antípodas del comercio libre que se supone característica central del capitalismo.
Naciones de América latina, cuyas economías dependen de su comercio exterior, tales como México, Brasil, Argentina, Perú, Bolivia, Ecuador o Chile han ido profundizando sus relaciones económicas con la potencia asiática, y en el reciente foro de APEC, tras las declaraciones de Trump respecto del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), China ha emergido como la potencia que pudiera compensar una eventual caída de los negocios con EE.UU.
En efecto, Beijing parece estar intentando utilizar aquel vacío político creado por las recientes elecciones estadounidenses, llevando a Lima una propuesta para un acuerdo de libre comercio con los Estados miembros de APEC, una comunidad económica cuyos 21 Estados miembros producen el 54% del PIB global y 50,3% de todas las exportaciones mundiales, mientras su población asciende a casi tres mil millones de personas, el 40% de la humanidad. De hecho, la vicepresidenta peruana y catedrática de Economía, Mercedes Aráoz, organizadores del encuentro, dijo que el libre comercio sería el “tema decisivo” de la cumbre.
La relevancia de la región para China se expresa en las visitas de Estado que ha realizado el presidente chino Xi Jinping, quien antes de la cumbre de APEC viajó a Ecuador y mañana martes llegará a Chile, mientras, recientemente, Venezuela acordó con la Corporación Nacional de Petróleo de China (CNPC) un plan de inversión de US$ 2.200 millones para producir alrededor de 227 mil barriles de petróleo diarios extras. En el caso del Perú y Chile las relaciones comerciales con la nación asiática ya han superado los negocios con los EE.UU.
Pero China, con todo su poder político y económico, es una nación de desarrollo medio, con una deuda que alcanza a los US$25 millones de millones, es decir, alrededor del 250% de su PIB de US$10 millones de millones. Y si bien EE.UU. tiene también altos niveles de deuda, el débito de Beijing se diferencia por su aceleración: se ha cuadruplicado entre 2007 y 2014.
El motor de tal endeudamiento está en su sector inmobiliario. En el período de 2011 y 2013, China utilizó más cemento (6,6 gigatoneladas) que EE.UU. en todo el siglo XX (4,5 gigatoneladas) y sus precios relativos se han disparado al punto que un departamento de 12 metros cuadrados ha llegado a costar 880 mil yuanes, es decir, unos 140 mil dólares (93 millones de pesos) en la ciudad meridional china de Shenzhen.
Entre los años 1999 y 2006, China enfocó su economía hacia la exportación, por lo que, durante ese lapso, sus envíos al exterior se vieron aumentados en 95%. Sin embargo, el modelo exportador se deterioró tras la crisis “subprime” de EE.UU., su principal socio comercial, lo que obligó a los líderes chinos a redirigir su economía hacia la demanda interna. En tal esfuerzo, en noviembre del 2008, China lanzó un programa de estímulo económico de cuatro billones de yuanes (unos US$ 580 mil millones) orientados hacia proyectos de infraestructura pública, vivienda y reconstrucción de zonas afectadas por el terremoto de Sichuan de 2008.
En paralelo, el Banco Popular de China (Central) inició un período de baja de las tasas de interés, para estimular el consumo y la inversión. Pero la alta inflación derivada de plan de estímulo, tipos de interés reales negativos, y opciones de inversión limitadas (China tiene una bolsa de comercio poco profunda), estimularon la compra de bienes raíces para proteger los ahorros de la inflación, iniciándose la burbuja inmobiliaria. En el período 2007-2011, los precios de la vivienda se dispararon 140% en todo el país, e incluso, en Beijing, subieron hasta 800% desde el 2003. Así, durante la última década, la deuda total de China ha crecido 465% llegando al 250% del PIB, mientras que en 2005 esta relación era de 160%.
La deuda se distribuye en deuda bancaria, corporativa, pública y de los hogares. La deuda bancaria, china en los últimos 10 años se ha visto reducida frente al tamaño de la economía y tiene un peso de 19% del PIB. La deuda pública ha subido, aunque solo supone el 22% del PIB. La corporativa, empero, ha crecido 165%, hasta llegar al 105% del PIB, especialmente de empresas de materiales básicos, donde se ha observado un alza de más del 300% en la deuda de las 111 compañías de referencia del país. En este ámbito, el servicio de la deuda (pago de intereses) supera, en la mitad de los casos, a las utilidades que estas compañías perciben, por lo que el resultado del negocio queda consumido totalmente por el pago de intereses.
Y si bien es cierto, gran parte de esta deuda está en manos de empresas estatales -lo que podría ser un factor de confianza para los inversores- con China desacelerada, la morosidad, en términos brutos, ha aumentado desde 2012, de poco más de 0%, a más del 2%. Es decir, hay señales de una nueva crisis al acecho, luego que, con similares niveles de deuda privada, estallaran las burbujas inmobiliarias japonesa de los años 80, o las más recientes en EE.UU. y España.
En todos los casos, el déficit público ha sido la clave para el “desinfle” de las burbujas, lo que supone un efecto de auge de la deuda pública y sucesivos déficits presupuestarios, mientras el sector privado se desapalanca. Tras sus respectivos reventones, EE.UU. tiene hoy una deuda pública sobre PIB del 105%, España del 100% y Japón, del 247%, aunque éste último, básicamente de acreedores internos, por lo que su objetivo ha sido intervenir su bono a 10 años para mantener una TIR del 0% y bajar el pago de intereses, reduciendo la inversión, gasto y actividad.
Pero un menor crecimiento chino implicará menor demanda para las exportaciones de materias primas, lo que repercutirá en presiones deflacionarias para el resto de los mercados desarrollados y menos crecimiento para los países emergentes exportadores de commodities como Chile. Por ello, el sobreendeudamiento de China, focalizado en el sector inmobiliario, es un problema que el resto de los países debe seguir con atención, en particular, el propio EE.UU.
De allí que algunos expertos hayan aconsejado a Trump visitar Sudamérica y, en especial, Argentina, donde podría estudiar las consecuencias de su planeada política de restricción de mercados, país donde tuvo lugar una estrategia de desarrollo “hacia adentro”, pero que terminó con una economía colapsada. Tal como concluyera la mayoría de los mandatarios en APEC, si todos los países evitaran las importaciones y aumentaran los aranceles aduaneros, caeríamos muy pronto en una nueva crisis económica mundial.