Una iniciativa promulgada en agosto de 2016 en Estados Unidos establecía una serie de restricciones para evitar la caza indiscriminada de osos y lobos en refugios naturales del estado de Alaska.

El 21 de marzo pasado el Senado logró aprobar por ajustada diferencia un proyecto que derogaba los artículos de la ley anterior que prohibían la caza aérea, el uso de alimento como cebo o el asesinato de cachorros o depredadores mientras dura su hibernación.

¿La excusa? Muchos defienden la matanza de lobos y osos en pos de la sobrevivencia de alces y caribúes en la zona, presas de caza altamente valoradas.

El Centro para la Diversidad Biológica publicó un comunicado en el que declaraban que “matar lobos y osos de esta manera cruel y antideportiva es escandaloso, especialmente en refugios de vida silvestre que pretenecen a todos los ciudadanos americanos. La derogación de estas protecciones evidencia el rol crítico que tienen los depredadores en los ecosistemas saludables”.

La medida aprobada por el Senado ha contado con el absoluto respaldo de la maquinaria lobbysta de la Asociación Nacional de Rifles estadounidense y fue defendida a rajatabla por el congresista que representa al estado de Alaska, Ronald Young, quien tildó a la ley de Obama de “ilegal”.

Trump se anota otro enemigo pero, incluso más que eso, otra victoria.